Retrato de la Lozana Andaluza. Francisco Delicado
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Tia. Señor, serviros, y mirar en vuestra merced la lindeza de Diomedes el Ravegnano.
Merc. Señora, ¿pues ansí me llamo yo, madre mia? yo querria ver aquella vuestra sobrina. Y por mi vida que será su ventura, y vos no perdereis nada.
Tia. Señor, está revuelta y mal aliñada, mas porque vea vuestra merced como es dotada de hermosura, quiero que pase aquí abaxo su tela, y verála como texe.
Diomedes. Señora mia, pues sea luego.
Tia. ¿Aldonza? ¿Sobrina? veníos acá, y vereis mejor.
Loz. Señora tia, aquí veo muy bien, aunque tengo la vista cordobesa: salvo que tengo premideras.
Tia. Deci sobrina que este gentil hombre quiere que le texais un texillo, que proveerémos de premideras. Veni aquí, hacé una reverencia á este señor.
Diom. ¡Oh qué gentil dama! Mi señora madre, no la dexe ir, y suplícole que le mande que me hable.
Tia. Sobrina, responde á ese señor, que luégo torno.
Diom. Señora, su nombre me diga.
Loz. Señor sea vuestra merced de quien mal lo quiere; yo me llamo Aldonza, á servicio y mandado de vuestra merced.
Diom. ¡Ay! ¡ay! ¡qué herida! que de vuestra parte qualque vuestro servidor me ha dado en el corazon con una saeta dorada de amor.
Loz. No se maraville vuestra merced; que cuando me llamó que viniese abaxo, me parece que vi un mochacho, atado un paño por la frente, y me tiró no sé con qué; en la teta izquierda me tocó.
Diom. Señora, es tal ballestero, que de un mismo golpe nos hirió á los dos. Ecco adunque due anime en uno core. ¡Oh Diana! ¡oh Cupido! socorred el vuestro siervo. Señora, sino remediamos con socorro de médicos sabios, dudo la sanidad, y pues yo voy á Cáliz, suplico á vuestra merced se venga comigo.
Loz. Yo, señor, verné á la fin del mundo; mas dexe subir á mi tia arriba, y pues quiso mi ventura, seré siempre vuestra más que mia.
Tia. ¡Aldonza! ¡Sobrina! ¿qué haceis? ¿dónde estais? ¡Oh pecadora de mí! el hombre dexa el padre y la madre por la mujer, y la mujer olvida por el hombre su nido. ¡Ay sobrina! y si mirára bien en vos, viera que me habíedes de burlar; mas no teneis vos la culpa, sino yo, que teniendo la yesca busqué el eslabon; mira qué pago, que si miro en ello, ella misma me hizo alcagüeta; va, va, que en tal pararás.
MAMOTRETO IV.
Prosigue el autor.
Autor. Juntos á Cáliz, y sabido por Diomédes á qué sabía su señora, si era concho ó veramente asado, comenzó á imponella segun que para luengos tiempos durasen juntos; y viendo sus lindas carnes y lindeza de persona, y notando en ella el agudeza que la patria y parentado le habian prestado, de cada dia le crecia el amor en su corazon, y ansí determinó de no dexalla; y pasando él en Levante con mercancía, que su padre era uno de los primeros mercaderes de Italia, llevó consigo á su muy amada Aldonza, y de todo cuanto tenía la hacia partícipe, y ella muy contenta, viendo en su caro amador Diomédes todos los géneros y partes de gentilhombre, y de hermosura en todos sus miembros, que le parecia á ella que la natura no se habia reservado nada que en su caro amante no hubiese puesto. E por esta causa, miraba de ser ella presta á toda su voluntad; y como él era único entre los otros mercadantes, siempre en su casa habia concurso de personas gentiles y bien criadas, y como veian que á la señora Aldonza no le faltaba nada, que sin maestro tenía ingenio y saber, y notaba las cosas mínimas por saber y entender las grandes y arduas, holgaban de ver su elocuencia y á todos sobrepujaba; de modo que ya no habia otra en aquellas partes que en más fuese tenida, y era dicho entre todos de su lozanía, ansí en la cara como en todos sus miembros, y viendo que esta lozanía era de su natural, quedóles en fábula, que ya no entendian por su nombre Aldonza, salvo la Lozana; y no solamente entre ellos, mas entre las gentes de aquellas tierras decian la Lozana por cosa muy nombrada; y si muncho sabía en estas partes, muncho más supo en aquellas provincias, y procuraba de ver y saber cuanto á su facultad pertenecia. Siendo en Ródas su caro Diomédes, la preguntó: mi señora, no querria se os hiciese de mal venir á Levante; porque yo me tengo de disponer á servir y obedecer á mi padre, el cual manda que vaya en Levante, y andaré toda la Berbería, y principalmente donde tenemos trato, que me será fuerza demorar y no tornar tan presto como yo querria; porque solamente en estas cibdades que ahora oirés tengo de estar años, y no meses, como será en Alexandría, en Damasco, en Damiata, en Barut, en parte de la Siria, en Chipre, en el Cairo y en el Chio, en Constantinópoli, en Corinto, en Tesalia, en Boxia, en Candía, á Venecia y Flándes, y en otras partes que vos, mi señora, veréis, si quereis tenerme compañía.
Loz. ¿Y cuándo quiere vuestra merced que partamos? porque yo no delibro de volver á casa por el mantillo.
Vista por Diomédes la respuesta y voluntad tan sucinta que le dió con palabras ansí pensadas, muncho se alegró, y suplicóla que se esforzase á no dexarlo por otro hombre, que él se esforzaria á no tomar otra por mujer que á ella; y todos dos muy contentos se fueron en Levante y por todas las partidas que él tenía sus tratos, é fué dél muy bien tratada, y de sus servidores y siervas muy bien servida y acatada, pues ¿de sus amigos no era acatada y mirada? Vengamos á que andando por estas tierras que arriba diximos, ella señoreaba y pensaba que jamas le habia de faltar lo que al presente tenía, y mirando su lozanía, no estimaba á nadie en su sér y en su hermosura, y pensó que en tener hijos de su amador Diomédes, habia de ser banco perpétuo para no faltar á su fantasía y triunfo, y que aquello no le faltaria en ningun tiempo; y siendo ya en Candía, Diomédes le dixo: mi señora Aldonza, ya vos veis que mi padre me manda que me vaya en Italia, y cómo mi corazon sea partido en dos partes, la una en vos, que no quise ansí bien á criatura y la otra en vuestros hijos, los cuales envié á mi padre, y el deseo me tira, que á vos amo, y á ellos deseo ver, á mí me fuerza la obediencia suya, y á vos no tengo de faltar; yo determino ir á Marsella, y de allí ir á dar cuenta á mi padre y hacer que sea contento que yo vaya otra vez en España, y allí me entiendo casar con vos; si vos sois contenta, vení conmigo á Marsella, y allí quedaréis hasta que yo torne, y vista la voluntad de mi padre y el amor que tiene á vuestros hijos, haré que sea contento con lo que yo le dixere. Y ansí vernémos en nuestro fin deseado.
Loz. Mi señor, yo iré de muy buena voluntad donde vos, mi señor, me mandaredes; que no pienso en hijos ni en otra cosa que dé fin á mi esperanza, sino en vos, que sois aquélla, y por esto os demando de merced que dispongais de mí á vuestro talento, que yo tengo siempre de obedecer.
Así vinieron en Marsella, y como su padre de Diomédes supo, por sus espías, que venía con su hijo Diomédes Aldonza, madre de sus nietos, vino él en persona, muy disimulado, amenazando á la señora Aldonza; mas ya Diomédes le habia rogado que fuese su nombre Lozana, pues que Dios se lo habia puesto en su formacion, que muncho más le convenia que no Aldonza, que aquel nombre Lozana sería su ventura para el tiempo porvenir. Ella consintió en todo cuanto Diomédes ordenó, y estando un dia Diomédes para se partir á su padre, fué llevado en prision á instancia de su padre, y ella, madona Lozana, fué despojada en camisa, que no salvó sino un anillo en la boca. Y así fué dada á un barquero que la echase en la mar, al cual dió cien ducados el padre de Diomédes,