Retrato de la Lozana Andaluza. Francisco Delicado
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MAMOTRETO XI.
Cómo llamó á la Lozana la Napolitana que ella buscaba y dice á su marido que la llame.
Napolitana. Oislo, ¿quién es aquella mujer que anda por allí? Ginovesa me parece; mirá si quiere nada de la botica; salí allá; quizá que trae guadaño.
Jumilla. Salí vos, que en ver hombre se espantará.
Nap. Dame acá ese morteruelo de azófar. Decí, hija, ¿echastes aquí el atauja y las pepitas de pepino?
Hija. Señora, sí.
Nap. ¿Qué mirais, señora? Con esa tez de cara no ganariamos nosotros nada.
Loz. Señora, nos maravilleis que solamente en oiros hablar me alegre.
Nap. Ansí es que no en valde se dixo: por do fueres, de los tuyos halles, quizá la sangre os tira; entrá, mi señora, y quitaos dese sol. Vén acá tú, sácale aquí á esta señora con qué se refresque.
Loz. No hace menester, que si agora comiese me ahogaria del enojo que traigo de aquesas vuestras vecinas; mas si vivimos, y no nos morimos á tiempo serémos; la una porque su hijo me venía á mostrar á vuestra casa, y la otra porque demandé de vuestra merced.
Nap. Hi, hi, son envidiosas, y por eso mirá cuál va su hija el domingo afeitada de mano de Mira la jodía, ó como las que nosotras afeitamos, ni más ni ál. Señora mia, el tiempo os doy por testigo. La una es de Segorve y la otra mallorquina, y como dixo Juan de la Encina, que cul y cap y feje y cos echan fuera á voto á Dios.
Loz. Mirá si las conocí yo. Señora mia, ¿son doncellas estas vuestras hijas?
Nap. Son y no son, sería largo de contar. Y vos, señora, ¿sois casada?
Loz. Señora, sí; y mi marido será agora aquí de aquí á pocos dias; y en este medio querria no ser conoscida y empezar á ganar para la costa; querria estar con personas honestas por la honra, y quiero primero pagaros que me sirvais; yo, señora, vengo de Levante, y traigo secretos maravillosos, que máxime en Grecia se usan muncho; las mujeres que no son hermosas procuran de sello, y porque lo veais, póngase aquesto vuestra hija la más morena.
Nap. Señora, yo quiero que vos misma se lo pongais, y si eso es, no habíades vos menester padre ni madre en esta tierra, y ese vuestro marido que decis, será rey; oxalá fuera uno de mis dos hijos.
Loz. Que, ¿tambien teneis hijos?
Nap. Como dos pimpollos de oro; traviesos son, mas no me curo, que para eso son los hombres. El uno es rubio como unas candelas, y el otro crespo; señora, quedaos aquí y dormiréis con las doncellas, y si algo quisiéredes hacer para ganar, aquí á mi casa vienen moros y jodíos, que si os conoscen, todos os ayudarán; y mi marido va vendiendo cada dia dos, tres y cuatro cestillas desto que hacemos, y lo que basta para una persona basta para dos.
Loz. Señora, yo lo dó por rescebido, dad acá si quereis que os ayude á eso que haceis.
Nap. Quitaos primero el paño y mirá si traés ninguna cosa que dar á guardar.
Loz. Señora, no, sino un espejo para mirarme, y agora veo que tengo mi pago, que solia tener diez espejos en mi cámara para mirarme, que de mí misma estaba como Narciso, y agora como Tisbe á la fontana, y si no me miraba cien veces, no me miraba una, y he habido el pago de mi propia merced. ¿Quién son estos que vienen aquí?
Nap. Ansí goce de vos que son mis hijos.
Loz. Bien parecen á su padre; y si son estos los pinos de oro, á sus ojos.
Nap. ¿Qué decis?
Loz. Señora, que parecen hijos de rey nacidos en Badajoz; que veais nietos dellos.
Nap. Ansí veais vos de lo que paristes.
Loz. Mancebo de bien, llegaos acá y mostráme la mano. Mirá qué señal tenés en el monte de Mercurio y uñas de rapiña, guardaos de tomar lo ajeno, que peligraréis.
Nap. A estotro bizarro me mirá.
Loz. Ese barbitaheño, ¿cómo se llama? Vení, vení; este monte de Vénus está muy alto; vuestro peligro está señalado en Saturno, de una prision, en el monte de la luna, peligro por mar.
Rampin. Caminar por do va el buey.
Loz. Mostrá esotra mano.
Ramp. ¿Qué quereis ver? que mi ventura ya la sé: decíme vos, ¿dónde dormiré esta noche?
Loz. ¿Dónde? Donde no soñastes.
Ramp. No sea en la prision y venga lo que viniere.
Loz. Señora, este vuestro hijo más es venturoso que no pensais; ¿qué edad tiene?
Nap. De diez años le sacamos los bracicos y tomó fuerza en los lomos.
Loz. Suplicos que le deis licencia que vaya comigo y me muestre esta cibdad.
Nap. Sí hará, que es muy servidor de quien lo merece; andá, meteos esa camisa y serví á esa señora honrada.
MAMOTRETO XII.
Cómo Rampin le va mostrando la cibdad y le da ella un ducado que busque donde cenen y duerman, y lo que pasaron con una lavandera.
Loz. Pues hacé una cosa, mi hijo, que por do fuésemos, que me digais cada cosa qué es y cómo se llaman las calles.
Ramp. Ésta es la Ceca do se hace la moneda, y por aquí se va á Campo de Flor y al Coliseo, y acá es el puente, y éstos son los banqueros.
Loz. ¡Ay, ay! no querria que me conosciesen, porque siempre fuí mirada.
Ramp. Vení por acá y mirá; aquí se venden munchas cosas, y lo mejor que en Roma y fuera de Roma nace se trae aquí.
Loz. Por tu vida que tomes este ducado y que compres lo mejor que te paresciere, que aquí jardin me parece más que otra cosa.
Ramp. Pues adelante lo veréis.
Loz. ¿Qué me dices? por tu vida que compres aquellas tres perdices que cenemos.
Ramp. ¿Cuáles? ¿aquéstas? Astarnas son, que el otro dia me dieron á comer de una en casa de una cortesana, que mi madre fué á quitar las cejas y yo le llevé los afeites.
Loz. ¿Y