E-Pack Escándalos - abril 2020. Varias Autoras

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había que saber. Había dado por hecho que Eunice conocía los detalles de su infancia pero se enteró después de casarse, y fue entonces cuando llegó el desengaño y las lamentaciones.

      —Yo también estoy encantado de conocerla, señorita Rolfe —contestó, inclinándose ante ella.

      Debería haber dicho algo ingenioso o encantador, pero no pretendía impresionar. Si aquella idea funcionaba, la señorita Rolfe debía conocerlo tal y como era. No debía hacerse falsas ilusiones.

      Tomaron una copa de vino dulce mientras esperaban a que se sirviera la cena, entretenidos en una agradable conversación. A Brent le gustaba comprobar el cariño que aquellas personas sentían por su primo y verlos cómodos en su presencia. Se suponía que él era la salvación de aquella familia, pero se abstuvieron de adularle o de agobiarle con excesivas atenciones.

      La cena transcurrió de un modo similar. La acomodaron al lado de la señorita Rolfe, lo cual le dio la oportunidad de entablar conversación con ella a solas. Ella también mantuvo la compostura, aunque de vez en cuando miraba a Peter, seguramente en busca de su aprobación.

      Cuando terminó la cena, Brent no quiso quedarse con los caballeros en la mesa para tomar una copa mientras las damas se retiraban al salón.

      —¿Puedo hablar con la señorita Rolfe a solas? —preguntó.

      —Desde luego —respondió el señor Rolfe.

      Ella miró a Peter antes de contestar.

      —Encantada.

      Ambos salieron al salón. La señorita Rolfe se acerco a un armario y sacó una botella de cristal tallado.

      —¿Le apetece tomar un coñac mientras hablamos?

      —Sí, muchas gracias.

      Lo agradecía de verdad.

      Le sirvió la copa y se sentó en el sofá, y él escogió una silla frente a ella.

      —Es obvio que Peter ha hablado con usted y sus padres del asunto que quiero tratar con usted, como también ha hecho conmigo.

      —Así es —contestó ella, bajando la mirada.

      —Necesito conocer su opinión al respecto.

      Tenía que estar totalmente comprometida con el plan, o no se llevaría a cabo.

      La joven lo miró directamente a los ojos.

      —Es un hecho que he de casarme bien… —hizo una pausa—. También es un hecho que mis posibilidades de conseguirlo son más bien escasas, ya que mi dote es muy modesta y…

      Él levantó una mano.

      —El dinero no significa nada para mí.

      —Para mí tampoco significa nada —contestó ella con una sonrisa—. Me importa mucho más que mi posible marido sea un buen hombre —su mirada se debilitó un tanto—. Peter… Peter me ha asegurado que usted lo es.

      Entonces fue él quien apartó la mirada.

      —Es importante para mí saber que es usted consciente de lo que supone este matrimonio.

      —Su primo ha sido muy claro al respecto. Sé que tiene usted sangre irlandesa y conozco también las infidelidades de su esposa. También sé que es usted leal a su palabra, que paga siempre sus deudas y que actúa con responsabilidad en el trato con sus aparceros, el servicio de su casa y con su país.

      Sintió que las mejillas se le coloreaban.

      —Eso es exagerar un poco.

      —Es lo que Peter me ha dicho.

      Lo que él hacía es lo que haría cualquier hombre decente, nada más.

      —¿Y los niños? —preguntó para cambiar de tema.

      —¿Se refiere a los nuestros? —preguntó con candor.

      Demonios… él no había ido tan lejos.

      —Podrá tener hijos si es su deseo —respondió, a pesar de que no se planteaba ni de lejos yacer con ella por el momento. No es que hubiese algo repulsivo en su persona ni mucho menos. De hecho se imaginaba que con el tiempo terminaría encariñándose con ella—. Yo por ahora me refería a sus sentimientos hacia mis hijos. ¿Estaría usted dispuesta a hacerse cargo de ellos y a criarlos como si fuesen suyos?

      Sus manos juguetearon nerviosamente con la tela del vestido.

      —Si cree usted que ellos estarían dispuestos a dejarme actuar así…

      No podía darle una respuesta. Sus hijos eran, en realidad, unos desconocidos para él.

      —Soy la mayor de cinco hermanos —continuó ella con más seguridad—, con lo cual estoy acostumbrada a la compañía de los niños, y haría todo cuanto estuviera en mi mano por los suyos.

      Las palabras de su nueva institutriz le volvieron a la memoria: «Os complacería mi trabajo, milord. Lo sé». Aquellas palabras contenían una pasión de la que la señorita Rolfe carecía.

      Quizás eso fuera, precisamente, una suerte. La pasión no debía tomar parte en aquella decisión.

      —¿Tiene usted alguna pregunta que hacerme?

      Ella ladeó la cabeza mientras lo consideraba.

      —Necesito que me asegure usted que ayudará a mi familia, y que contribuirá a que mis hermanos puedan ser presentados en sociedad si mi padre es incapaz de hacerlo. Él os reembolsará después todos los desembolsos en que incurra…

      Él hizo un gesto con la mano.

      —No necesito tal cosa.

      —Pero lo hará.

      Brent había pedido informes sobre lord Rolfe. Al parecer su deudas eran honradas, es decir, resultado de malas cosechas y cosas por el estilo, lo cual no tenía nada que ver con las demandas constantes del padre de Eunice para satisfacer sus deudas de juego.

      —Tengo capacidad para asistir a su familia siempre que sea necesario.

      —Eso es cuanto me hacía falta saber —respondió en voz baja.

      Brent se levantó.

      —En ese caso, solo me queda por sugerir que empecemos a vernos con más asiduidad, para que podamos estar seguros de lo que vamos a hacer. Si mañana está usted libre, podría llevarla a dar un paseo por Hyde Park.

      Ella se levantó también.

      —Será un placer.

      Brent ignoró la extraña sensación que le alteró un poco el estómago e intentó infundir alegría a su voz.

      —¿Hablamos con sus padres y con Peter, para que sepa que es muy posible que su plan dé el fruto deseado?

      La joven parpadeó

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