E-Pack Escándalos - abril 2020. Varias Autoras
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Y la siguió hasta las habitaciones de los niños.
—Traigo a alguien que quiere conoceros —les dijo a los niños nada más entrar—. Vuestra nueva institutriz
Anna se obligó a sonreír con valentía.
—Buenos días. Soy la señorita Hill.
Lo único que vio en un primer momento fue dos caritas infantiles con los ojos de par en par, ambos sentados tiesos como estacas en sendas sillas. El niño tenía el cabello oscuro como su padre, y la niña era tan rubia que parecía un hada.
Anna se acercó despacio.
—Apuesto a que no os esperabais tener hoy una nueva institutriz.
La niña se relajó un poco e inició una sonrisa.
Anna se volvió a la niñera.
—¿Quieres hacer las presentaciones, Eppy? Me gustaría conocer a estos niños.
—Señorita Hill, le presento a lord Calmount —se apresuró la joven, poniendo una mano en el hombro del niño en un gesto de cariño—. Lo llamamos Cal.
—Lo llamas lord Cal —corrigió la niña.
Eppy sonrió.
—Claro, porque soy vuestra niñera.
—¿Y cómo quieres que te llame yo? —le preguntó Anna al niño.
El chiquillo la miró sin contestar. Su hermana lo hizo por él.
—Le gusta que le llamen Cal o lord Cal.
Anna sonrió a ambos.
—Muy bien.
Eppy puso ambas manos en los hombros de la niña y sonrió.
—Y esta picaruela es lady Dorothea.
—Dory —añadió la chiquilla, alegre como un cascabel.
—Dory —repitió Anna—, y lord Cal —continuó mirando también al niño—, estoy encantada de conoceros.
Lord Cal siguió tan inmóvil como hasta entonces, pero la chiquilla comenzó a removerse en su silla.
—¿Qué habríais hecho hoy si no hubiera llegado yo tan de improviso?
—Cal me dijo anoche que habías llegado —respondió Dory—. Se asomó por la puerta y me dijo que ibas a ser nuestra nueva institutriz, pero no sé cómo lo supo —su expresión se volvió seria y añadió—: es que la otra se murió.
Anna también se puso seria.
—Lo sé. Ha debido ser muy duro para vosotros.
La niña asintió y Anna se sentó frente a ellos.
—Lord Cal ha sido muy listo al enterarse de mi llegada e imaginar que era yo vuestra nueva institutriz.
La ansiedad brilló en la mirada del niño.
—Yo admiro mucho la inteligencia —continuó Anna, y creyó ver sorpresa reemplazando a la ansiedad. Eppy no había exagerado un ápice al decir que era un niño muy callado. Viéndole de cerca resultaba ser una versión en miniatura de su padre, con los mismos ojos que parecían clavársete cuando te miraba, la misma boca de labios generosos, el hoyuelo casi imperceptible en la barbilla.
La misma expresión austera.
—Lord Cal, te pareces mucho a tu padre —le dijo con una sonrisa.
El chiquillo bajó la mirada.
—¿Conoces a nuestro padre? —preguntó Dory, de nuevo con los ojos como platos. Parecía que para ella su padre era una leyenda misteriosa de la que solo había oído hablar.
—Fue vuestro padre quien decidió que yo fuera vuestra institutriz.
La chiquilla abrió aún más los ojos.
—¿De verdad?
—De verdad —respondió, y miró sus platos del desayuno con restos de tostadas y jamón—. Veo que estabais terminando de desayunar. Yo aún no lo he hecho. Quería venir a conoceros antes. Ahora me voy un momento, pero tengo algo que proponeros, si os parece bien.
Dory se inclinó hacia delante, toda curiosidad, y Cal por lo menos volvió a mirarla.
—Tengo que conocer la casa y los alrededores y me preguntaba si querríais acompañarme. Me gustaría mucho ver esta preciosa casa y sus jardines en vuestra compañía.
Dory saltó de alegría.
—¡Vale! —y miró a su hermano—. ¿Vamos, Cal?
El chiquillo debió de darle su aprobación al plan, pero la comunicación entre ellos fue imperceptible para Anna.
Anna salió orgullosa de haber pensado en los niños como compañeros de excursión y fue en busca de su desayuno y de la señora Tippen.
El lacayo que aguardaba en el vestíbulo la dirigió a un comedor en el que había una mesa lateral llena de comida. Aunque estaba panelado en madera oscura al igual que el resto de la casa, al menos tenía un hermoso ventanal que daba al este, y en aquel momento la estancia estaba inundada de sol. Se sirvió un huevo, pan y queso, y una taza de té.
Apenas había empezado a comer cuando la señora Tippen entró con el ceño fruncido.
—La esperaba antes.
Su desaprobación continuaba. ¿Por qué tanta antipatía, si ni siquiera la conocía?
Anna entendía bien la jerarquía que imperaba entre el servicio en las casas de campo, ya que había crecido en una. Sabía que un ama de llaves ocupaba el segundo puesto, solo detrás del mayordomo, de modo que nunca estaría bajo su control. ¿Entonces, qué mosca le habría picado?
Anna se irguió para contestar.
—Buenos días, señora Tippen —dijo con toda suavidad—. Si era urgente recorrer la casa, no me han informado de ello. En cualquier caso, mi deber son los niños y he ido a conocerlos en cuanto me he levantado.
—Tengo muchas responsabilidades en esta casa, y no voy a permitir que una institutriz me haga esperar —espetó.
Anna la miró directamente a los ojos.
—Crecí en una casa muy parecida a esta y sé bien cuáles son las responsabilidades de un ama de llaves. Aun así no pretendo ni mucho menos que espere por mí. Ver la casa y los alrededores no me preocupa en exceso, de modo que puede fijar la hora que más conveniente le sea para…
—Hace media hora era conveniente para mí —sentenció.
—Se dirigirá usted a mí con respeto, señora Tippen, tal y como yo haré con usted —le dijo alzando una mano.