Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Sabemos que el número de habitantes en las grandes propiedades era elevado. Por 1885 las haciendas de Ibacache y Chorombo tenían entre mil 200 y mil 400 habitantes. El censo de 1854 dio para las tres haciendas de la subdelegación de Panquehue un total de dos mil 97 habitantes, de los cuales mil 129 eran hombres y 968 mujeres de todas las edades. Pero los hombres entre 15 y 50 años sumaban 623 personas, lo que habla de la elevada densidad de la población rural19. No estamos en condiciones de dar informaciones generales sobre la población rural y su evolución, pues solo a partir del censo de 1907 se contó con criterios seguros para diferenciar las áreas rurales de las urbanas20.
Casi todos los historiadores coinciden en que el principal motor de la progresiva atomización de la gran propiedad en los valles meridionales se debió a las crecientes exigencias de los mercados internos y externos, las que la gran propiedad no estaba en condiciones de satisfacer21. Otras variables, como el cambio de mentalidad de los agricultores, las hipotecas de los predios para garantizar préstamos de la Caja de Créditos Hipotecario, la protección dada por el Código Civil a los derechos de los herederos y la venta de los inmuebles para cambiar el giro del negocio22, se deben sumar para comprender esta modificación en la cartografía de la propiedad agraria.
EL REGADÍO
El sistema de regadío en los valles transversales fue, sin duda, muy adelantado en comparación con el resto del país. La naturaleza árida del espacio, sumada a la herencia de las viejas formas de regadío prehispánicas23, fomentaron una mayor racionalidad en la distribución y en el uso de los escasos recursos hídricos en las angostas franjas cultivables a ambos lados de la ribera de los ríos.
Como se adelantó, el principal recurso de donde se extraía el agua provenía de los escurrimientos cordilleranos, siendo insignificante el papel desempeñado por pozos o norias. Así, salvo algunas vertientes y manantiales, casi las únicas fuentes de extracción del recurso hídrico en la orientación norte-sur eran los ríos Copiapó, Huasco, Elqui, Limarí, Choapa, Petorca, Putaendo y Aconcagua. Tradición y modernidad convergieron a lo largo del siglo XIX en el sistema de regadío para dar respuesta a los ciclos de crecimiento y desaceleración de la demanda interna y externa de productos agrícolas. Las viejas acequias indígenas convivieron con algunos intentos exitosos en el camino de redistribución y almacenamiento de las aguas que por los valles transversales del Norte Chico se dirigían al océano.
Durante la primera mitad del siglo XIX se puede observar que en, términos generales, el sistema de regadío fue el mismo que se utilizó durante el último tercio del siglo XVIII. Con la atracción de población desde la zona central originada por los descubrimientos de nuevas vetas de minerales y la creciente necesidad de mano de obra, que respondía a la demanda externa de trigo, se originó un incentivo a la producción agrícola en campos y chacras. Esto llevó a la construcción de canales, embalses y acequias para una eficiente distribución del agua. Con todo, es necesario advertir que la optimización de las tierras regadas era mínima. En La Ligua, por ejemplo, en 1850, de las 148 mil 950 hectáreas de terreno agrícola, tan solo tres mil 901 se irrigaban durante el año24. Las características morfológicas de las restantes hacían prácticamente imposible el riego.
Estas condiciones generales del regadío, sumadas a la escasez del recurso, originaron no pocas desavenencias entre los vecinos respecto de los turnos y las modalidades para repartir el agua entre las haciendas y el área de pequeña propiedad, principalmente debido a la localización frente a la captación de las aguas y a las políticas de la autoridad sobre el tema25. Tales problemas, que se arrastraban desde mucho antes, hicieron que entre Copiapó y Angol cumpliera un papel destacado el juez de ríos, conocido comúnmente como juez de aguas.
Dicho cargo, que tiene su origen en la tradición consuetudinaria del regadío local español, se traspasó a las colonias americanas y perduró hasta el siglo XIX a través de las ordenanzas26. Así, por ejemplo, conocemos las normativas para el río Aconcagua de 1872 y para el Huasco de 1880, en que se regulaba la distribución del agua.
Uno de los más agudos testigos sobre el regadío en el periodo en estudio fue Vicente Pérez Rosales, quien, en visita al valle de Copiapó, celebró a sus vecinos por la administración de los canales, que permitían mantener cual vergel al valle. El sistema era más digno de destacar porque las mismas aguas se ocupaban para servir las necesidades de minas y lavaderos27. Y en Vallenar y Freirina los canales como el Marañón, el Bellavista, el Canto del Agua y otros permitieron “verdaderos milagros realizados allí con un hilito de agua”28.
Ignacio Domeyko, en su viaje por el Norte Chico a fines de 1838, tuvo la misma impresión que Pérez Rosales, pero esta vez las observaciones se dirigieron al valle de Limarí, notando que, a pesar de su escaso caudal, este se administraba muy bien en los numerosos canales que de él salían29.
En términos generales, los canales y las acequias del siglo XIX fueron desarrollados por los mismos dueños de las haciendas y quintas en función del beneficio de sus plantaciones. Un ejemplo de ello es la apertura de los canales Bellavista y Romero, en las proximidades de La Serena, siendo el primero, con una extensión de 80 kilómetros, obra financiada por una sociedad en que participaron Gregorio Cordovez, Custodio de Amenábar, Joaquín Vicuña Larraín, Juan de Dios Varela, Daniel W. Frost y Gregorio Aracena. El canal, terminado después de 12 años de trabajos, conducía las aguas extraídas del río Elqui para regar cerca de tres mil cuadras en las afueras de La Serena y Coquimbo, y fue prolongado en la década de 1850 por Joaquín Amenábar Espinoza hasta los llanos de Pan de Azúcar, al suroriente de ese puerto30. La hacienda Valdivia, en la hoya del río Limarí, de Edmundo Eastman y después de Carlos Lambert, fue regada por el canal de los Resilvos, iniciado por Ramón Lecaros Alcalde y concluido por su sobrino Julio Lecaros Valdés, y permitió poner 600 hectáreas bajo riego31. Otros canales en el valle de Limarí fueron el de las Barrancas, el de Cabrería y el de la Vega32. Los fundos próximos a la ciudad de Ovalle eran regados por los canales Romeral, Manzano y Manzanito, “los más grandes del departamento”33.
Estudios del decenio de 1960 muestran que el diseño de los canales era extremadamente simple: carecían de revestimiento, su trazado era muy irregular, pues seguían fielmente las sinuosidades del terreno, sin rellenos o taludes que permitieran un curso recto en largas distancias34.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, el impulso de la demanda internacional por ciertos productos, particularmente el trigo, hicieron que muchos agricultores quisieran sacar el mejor partido a sus tierras. De esta forma, en el valle de Putaendo no pocos hacendados trabajaron por aumentar el caudal del río Volcán para regar el Valle Hermoso35.