Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola страница 10
Mario Góngora y más tarde José Bengoa, transitando por una línea similar, han propuesto que no solo la unidad territorial sirvió en beneficio de las prácticas económicas de los hacendados, sino que también le permitió al Estado fortalecer la unidad del territorio cuando este necesitaba hacer realidad su dominio sobre él79.
Universidad Católica de Chile, Santiago, 2005, p. 38.
Muchas crónicas de viajeros extranjeros y chilenos acusan tempranamente el carácter de la propiedad en el valle central. Schmidtmeyer, Graham y, más tarde, Verniory y Orrego Luco dan a entender que la gran propiedad se mantuvo en Chile casi como esta existió en Europa durante la etapa medieval, originando una gran inequidad y frenando el avance social80. Desde otro punto de vista, los mismos viajeros en sus memorias acusan la baja productividad de las haciendas, exceptuando las chacras, que abastecían a la casa patronal y a los villorrios cercanos81.
Desde la segunda mitad del siglo se observan cambios en el dominio de la propiedad. Por ejemplo, se acostumbró a dar en arrendamiento una parte o la totalidad de la propiedad agraria a un familiar o a una persona de confianza. Esto se hacía mediante contratos notariales de arriendo en que se estipulaban entre las partes los montos del alquiler, el plazo del arrendamiento y el uso que se le daría a la tierra. Cuando se ocupaban la casa patronal y los almacenes, el costo aumentaba ostensiblemente. Bauer determinó que generalmente las propietarias mujeres arrendaban sus bienes cuando enviudaban o bien lo hacían algunos varones que, sin mayor vocación por el agro, decidían establecerse en Santiago o pasar largas temporadas en Europa junto a su familia. Los casos más notables en esta línea son Concepción Gandarillas, Dolores Olivares y Carmen Núñez, todas con propiedades en la provincia de Santiago.
Pero, sin duda, el cambio más notable se vinculó a la subdivisión de la propiedad, proceso cuyo lento desenvolvimiento tuvo su punto culminante solo en el siglo XX. Para la etapa decimonónica, la subdivisión de la propiedad se generó en el propio sector de los terratenientes, producto de las necesidades de reinversión de capital y de mayor liquidez. Las consecuencias no se hicieron esperar. Por ejemplo, la vieja hacienda Longaví, otrora la mayor propiedad de la Compañía de Jesús, estaba en el siglo XIX, como se ha indicado, íntegramente en manos de la familia Urrutia Mendiburu. Tras largos pleitos se logró dividir sus 60 mil cuadras en siete hijuelas, cada una de las cuales quedó de aproximadamente seis mil 500 cuadras en promedio82. Esta última situación se produjo antes de 1851, con ocasión del juicio de partición de bienes de la comunidad Urrutia Manzano83. Entre los ríos Maule e Itata había alrededor de mil 540 propiedades en 1820; en el transcurso de la década de 1850, y si confiamos en la información dada por Vicente Pérez Rosales, el número aumentó a cuatro mil 397 predios de menor tamaño84.
Las demandas en favor de la división de la propiedad continuaron en el transcurso de la segunda mitad del siglo. En el afán de enfrentar este y otros problemas, los principales agricultores se reunieron el año 1875 en el primer Congreso Libre de Agricultores, poniendo en debate, entre otras cuestiones, la relativa a la propiedad rústica indivisa85.
EL REGADÍO
La fertilidad y riqueza de las tierras en Chile central se deben no solo al equilibrio climático y a la composición mineralógica y biológica que la constituyen, sino al prolijo trabajo que desde tiempos prehispánicos se destinó a la construcción del sistema de regadío. En términos generales, factores como la morfología del terreno, el clima y la naturaleza de los productos actuaron en Chile central como condicionantes para el establecimiento de embalses y de una densa red de canales de regadío en el valle y en la costa.
No se puede pasar por alto en el análisis del regadío el complejo sistema de distribución de las aguas. En ausencia en la época de estudio de norias, pozos y vertientes naturales capaces de regar grandes extensiones, la extracción de agua se debió casi de modo exclusivo a los escurrimientos cordilleranos. El papel de los ríos desde Copiapó hasta aproximadamente Angol, incluso más al sur, fue en extremo gravitante para el desarrollo agrícola. Tempranamente, ya en los siglos coloniales, se buscó una respuesta para la mejor forma de distribuir el agua. Por las características de los lugares, las medidas variaron de una localidad a otra, pero en general se buscó establecer una regulación legal única al sistema.
En el siglo XIX, el regador, la reguera o teja de agua tuvo un papel destacado. Básicamente era la unidad de medida de la cantidad de agua que desde el río o canal fluía a una propiedad para su irrigación. Por desgracia, las determinaciones del valor del regador hechas en Chile por los ingenieros hidráulicos variaban de manera sorprendente: desde 46,23 litros por segundo, valor dado por Augusto Charme en 1855, pasando por 26,075 litros propuestos en 1856 por Santiago Tagle para el canal del Maipo, hasta 19,18 litros, según el ingeniero Salles, en 1861. En el ya aludido primer Congreso Libre de Agricultores de 1875 se sugirió que la unidad legal de las mercedes de agua fuera el metro cúbico y que las subdiviones de este se hicieran en una unidad de tiempo86.
El volumen de agua variaba de acuerdo a las estaciones y a la demanda, pero siempre se intentaba que la distribución del elemento fuera equitativa87. Desde la segunda mitad del siglo XIX, a lo largo de todo el valle central se comenzaron a aplicar las ordenanzas de repartición de aguas. Entre ellas, las más notables son las de los ríos Chimbarongo, Teno y Guaiquillo, de 1872, y la del río Chillán, de 188688. A partir de 1887 se produjo una normalización del sistema de repartición de aguas, otorgándoseles a los municipios la facultad de fiscalizar la distribución89.
La diversidad del ecosistema, como adelantamos, desempeñó un papel decisivo en el proceso de construcción de sistemas de regadío. Así, por ejemplo, en regiones como Biobío, donde existe una pluviosidad proporcionalmente mayor, la construcción de canales y embalses en el siglo XIX fue mucho menor que en zonas como Colchagua y Santiago, en que la pluviosidad es más reducida, lo que obligó a que en estas últimas se realizaran obras de gran complejidad, que supusieron elevadas inversiones. A esto se agrega que la actividad agraria en el norte de la zona central resultó mucho más intensa que en el sur, pues la realizada en esta última área, agobiada por las continuas guerrillas y malones indígenas, no pudo desarrollarse tempranamente como su contraparte septentrional.
Al igual que lo sucedido en los valles transversales, muchos de los canales y embalses del Chile central tuvieron como punto de partida el interés de los particulares. Debido a sus necesidades de irrigar las haciendas y sacar sus producciones al mercado, los propietarios agrícolas, individualmente o agrupados en juntas, comenzaron a realizar los primeros estudios de viabilidad de canales y embalses. El papel que al Estado le cupo en esta materia fue reducidísimo. En más de algún caso actuó como asesor técnico, prestamista o accionista, pero no se puede considerar a este como un actor protagónico del sistema.
En la cuenca de Santiago fueron cruciales el río Mapocho en un comienzo y el Maipo, más adelante, para la irrigación del amplio intervalle que hoy ocupa la ciudad90. El intento de construir el canal del Maipo a principios del siglo XIX se vio suspendido por el proceso de la emancipación y en la década de 1820 siguió estancado por las devastadoras consecuencias económicas de la Independencia. Constituida en 1826 la Sociedad del Canal del Maipo, se reanudaron los trabajos en 1843, modificándose el trazado original. Así, en noviembre de 1844 el canal Nuevo del Maipo pudo regar desde el piedemonte andino a gran parte de las haciendas que estaban en la zona oriente de Santiago91. Algunas de ellas, como Los Leones, Ñuñoa, Lo Hermida y las de Macul, y la parte sur hacia San Bernardo y Puente