Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola

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Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola Historia de la República de Chile

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de Luis Pereira126, y el segundo, como viñatero independiente127. En la viña Subercaseaux también prestó sus servicios Marin Percheux, y Pierre Durand lo hizo en la viña Cousiño a partir de 1885128. George Guyot de Granmaison fue también uno de los primeros enólogos dedicados a introducir mejoras en la producción de vino129. Más tarde, otros, como Paul Pacottet, también oriundo de Burdeos, formaron a un grupo de chilenos en el manejo de viñas y bodegas de cepas francesas. Pacottet se hizo cargo en los últimos años del siglo de los laboratorios de patología vegetal, de viticultura y de enología de la Escuela Práctica de la Quinta Normal130, cargo en que sucedió a Gastón Cornu131.

      Los positivos resultados de los ensayos indujeron a muchos agricultores a formar plantaciones de vides francesas, decisión que obedecía a una evidente racionalidad económica: una cuadra de viña tenía una rentabilidad 10 a 15 veces superior a una cuadra de trigo132. La viña Carmen fue fundada por Christian Lanz, quien con 52 hectáreas de cepa francesa producía 500 mil litros de vino. De modo sucesivo se fundó una decena de viñas, como Santa Teresa, de Macario Ossa, en Macul el año 1860; Limache, de José Tomás de Urmeneta, en 1864 —según un comentarista de los vinos chilenos presentados en la exposición de París de 1889, fue el primero que plantó vides francesas con la ayuda del francés Poutays133—; Linderos, en el valle del Maipo, de Alejandro Reyes Cotapos, en 1865; Panquehue, de Maximiano Errázuriz, en 1870, quien llevó los sarmientos y los técnicos franceses de la viña de su suegro Urmeneta134, y donde a partir de 1876 inició una labor de renovación Joseph Bertrand y su hijo135; Santa Carolina, de Luis Pereira, en 1877; Valdivieso, de Alberto Valdivieso, que data de 1879136; Macul, de Luis Cousiño Goyenechea, quien comenzó la plantación de los viñedos entre 1885 y 1886, y Conchalí, de José Joaquín Aguirre. Nuevas viñas se agregaron a las nombradas, como la viña Santa Ana, después Undurraga, en Santa Ana, plantada en 1891 por Francisco Ramón Undurraga Vicuña137. En Talca, Gregorio Correa Albano formó hacia 1875 la viña San Pedro, su hermano Bonifacio, la viña Lontué138, y en 1885, Alejandro Dussaillant, también un enólogo francés, la extensa viña Casablanca139. En la zona de Concepción, no obstante la presencia mayoritaria de la cepa país, plantaron cepas francesas en el departamento de Itata Antonio Aninat en su fundo El Totoral y Guillermo G. Délano en su hacienda Galpón, con muy buenos resultados en cuanto a la calidad de los mostos140.

      Actividades anexas, como la importación y fabricación de implementos para la vitivinicultura, se desarrollaron también gracias al aporte de extranjeros. Fueron los casos de Gerónimo Raab, alsaciano establecido en Chile en 1874, fundidor e importador de máquinas como bombas, prensas y vendimiadoras, y del tonelero riojano Eduardo Sáez141.

      En relación con los mercados, la demanda interna fue la que marcó el volumen de los productos agrícolas. Si bien en lapsos breves se incrementaron las exportaciones, en líneas generales esto no inclinó la balanza económica, como se suele afirmar.

      Entre 1826 y 1840 el mercado interno fue el principal activador de la producción agrícola. Lo paradójico de ello es que en muchas haciendas la productividad estuvo al servicio del autoconsumo. No debemos olvidar que las ciudades más grandes —Santiago, entre ellas— no sobrepasaban las 80 mil almas en la primera mitad del siglo XIX, según lo ha demostrado Armando de Ramón142. Solo situaciones excepcionales, como el auge minero de Chañarcillo desde 1832 y el mercado del Perú, permitieron generar dividendos en algunos sectores. Esto se modificó parcialmente a partir de la segunda mitad del siglo, pues junto a un aumento de la población nacional y la concentración de ella en Santiago, que alcanzó a 129 mil 807 habitantes el año 1857, se asistió a la apertura de algunos mercados externos, lo que dio un breve impulso a la agricultura nacional.

      Hacia la segunda mitad de la década de 1840 la economía global estaba tomando una nueva fisonomía, caracterizándose por la apertura de nuevos mercados de consumo, por la modernización de los sistemas de transportes y por el cambio de mentalidad de algunos hombres que deseaban aportar en nuevas áreas para aumentar su patrimonio. En este marco, la agricultura chilena de la zona central exhibió una segunda etapa, caracterizada por su crecimiento y maduración. La apertura de los mercados de California desde 1850 y, más tarde, el de Australia permitieron un crecimiento de la agricultura nacional gracias a la alta demanda de harina seguida por el trigo, siendo los primeros productos chilenos en inundar el puerto de San Francisco con 220 mil 920 quintales métricos y 514 quintales métricos respectivamente143. Si bien fue breve, tan solo de tres años, ese ciclo originó un fuerte impacto en la economía nacional, ya que entre 1851 y 1855 la exportación de trigo y harina representó del 84 por ciento del total de las ventas de Chile al exterior. Un ejemplo de aquel impacto se encuentra en la productividad del cereal, puesto que en 1848 la producción de trigo alcanzó a tres mil 230 quintales métricos, y en 1850 saltó a 276 mil 664 quintales métricos, disminuyendo a continuación, y en tan solo tres años, a 166 mil 117 quintales métricos144. Las expectativas generadas entre los agricultores ante el incremento de la demanda se tradujeron en la expansión de tierras de regadío para el cultivo de cereales. Según las estimaciones de Arnold Bauer, entre 1850 y 1875 los cultivos de trigo aumentaron en Chile desde cerca de 120 mil hectáreas a 450 mil hectáreas145.

      Este proceso dio, sin duda, un gran impulso a la agricultura chilena, pues permitió que entre 1850 y 1860 se triplicara el territorio agrícola en Chile central, a lo que contribuyó de manera fundamental, como se ha indicado, la proliferación de canales de regadío. Nuevas regiones, como Maule norte, Ñuble y Biobío, apostaron por sumarse a la agricultura de exportación. La provincia de Santiago daba salida a sus productos por Valparaíso, mientras que Curicó y Talca lo hicieron por el floreciente puerto de Constitución. Chillán y Concepción tuvieron la salida de sus productos por Tomé, Talcahuano y el viejo puerto de Penco. El comercio se vio beneficiado desde la segunda mitad del siglo, y no antes, por el bajo nivel de los precios en los fletes de largo alcance internacional, el alto precio de los granos y por tener las ventajas comparativas de enviar en el más corto plazo el trigo a los destinos del Pacífico. En un plano interno, favoreció este crecimiento la extensión de la línea férrea desde Santiago al sur desde 1874, lo que permitió dar salida a los productos de las zonas situadas al sur del río Maule.

      La apresurada incorporación de nuevas tierras a la producción cerealera, en especial en la costa, tuvo efectos inesperados para los propietarios. La limpieza de los terrenos para adaptarlos al cultivo, en general hecha mediante el fuego, aseguraba un elevado rendimiento en los primeros años, pero a poco andar la erosión se convertía en un freno a la actividad agrícola. En algunas localidades, como en la proximidad de Constitución, el fenómeno se vio agravado por el desplazamiento de las arenas del mar y de los ríos, que convirtieron amplias zonas en campos de dunas. El fundo San Francisco, situado a 45 kilómetros al norte de Constitución, de cuatro mil hectáreas, fue limpiado en una extensión de mil 700 hectáreas entre 1850 y 1860 y fue, durante 20 años, un importante productor de trigo. A partir del decenio de 1870 comenzó a ser invadido por las arenas, y al iniciarse el siglo XX unas mil 200 hectáreas estaban cubiertas por ellas146.

      Con mucha exactitud subrayó Julio Menadier el visible deterioro generado por la incorporación de las tierras al cultivo de los cereales al aludir a la hacienda Cauquenes, de unas 150 mil hectáreas, buena parte de las cuales correspondía a sectores cordilleranos:

      Destruidos allí, como en casi todas las haciendas de la región central, los tupidos bosques, han de pasar largos años hasta que estos vuelvan a encontrarse en su estado anterior, y más tiempo se requiere todavía para ponerlos en estado de explotación metódica y por eso muy provechosa. […] Hasta ahora la explotación de bosques no significaba otra cosa que su devastación completa; en lugar de aprovechar concienzudamente la gran riqueza de árboles idóneos para la construcción, para usos industriales y domésticos, se les ha destruido completamente y sin pensar siquiera en los perjuicios de distinto género que

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