Familias fatales. Ben Aaronovitch
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Читать онлайн книгу Familias fatales - Ben Aaronovitch страница 9
—¿Puedo dejar mis cosas primero? —preguntó Lesley.
—Pues claro —respondió Nightingale—. Mientras lo haces, aquí el amigo puede ponerse a limpiar el laboratorio.
—Menos mal que era agua —comentó Lesley—. Ni siquiera Peter puede hacer que explote.
—No tentemos a la suerte —dijo Nightingale.
Nos reunimos de nuevo media hora después y Nightingale nos condujo a uno de los laboratorios sin usar del final del pasillo. Quitó unos guardapolvos y descubrió unos bancos de trabajo arañados, tornos y tornillos de banco. Lo identifiqué como un taller de diseño y tecnología, como el que utilizaba en el colegio, solo que atrapado en el túnel del tiempo de los días de la energía a vapor y el trabajo infantil. Levantó el último guardapolvo, bajo el que había un yunque negro de hierro de la clase que solo he visto cayendo sobre la cabeza de los dibujos animados.
—¿Estás pensando lo mismo que yo, Lesley? —pregunté.
—Eso creo, Peter —respondió—. Pero ¿cómo vamos a subir hasta aquí el poni?
—Herrar un caballo es una destreza muy útil —comentó Nightingale—. Y cuando yo era niño solía haber una herrería abajo, en el patio. Aquí, sin embargo, es donde convertimos a los chicos en hombres. —Se quedó callado y miró a Lesley—. Y supongo que a las jovencitas en mujeres.
—¿Vamos a forjar el Anillo Único? —pregunté.
Nightingale levantó un bastón.
—¿Lo reconoces? —preguntó.
Sí, lo reconocía. Era el bastón de un caballero, con un mango de plata de aspecto un tanto deslustrado.
—Es tu bastón para caminar —dije.
—¿Y qué más?
—Tu bastón de mago —dijo Lesley.
—Muy bien —dijo Nightingale.
—El golpea-canallas —dije, y cuando Lesley levantó lo que quedaba de su ceja izquierda, añadí—: Un bastón para darle una paliza a los granujas.
—Y la fuente de poder de un mago —dijo Nightingale.
Hacer magia tiene una limitación muy específica. Si te pasas, tu cerebro se convierte en queso suizo. El doctor Walid lo llama degradación hipertaumatúrgica y tiene algunos cerebros en un cajón que saca a la menor excusa para mostrárselos a los jóvenes aprendices. La regla de oro del daño cerebral es que, para cuando sientes cualquier cosa, el daño ya está hecho. Así que los practicantes de esta destreza suelen pecar de precavidos. Esto puede causar tensión cuando, solo como hipótesis, dos tanques Tigre aparecen de repente por entre los árboles una noche lluviosa de 1945. Para convertirse en el héroe de Boy’s Own Weekly y conservar el cerebro intacto, un mago sensato lleva consigo un equipo al que haya imbuido personalmente de muchísimo poder.
No me preguntes qué clase de poder es porque lo único que tengo que puede detectarlo es Toby, el perro. Me encantaría meter algún material con potentes vestigia en un espectrómetro de masas. Primero tendría que conseguir uno y después tendría que aprender suficiente física como para interpretar los puñeteros resultados.
Nightingale puso su bastón sobre uno de los bancos de trabajo, desatornilló la parte de arriba y sujetó la parte del palo a un tornillo de banco. Después, con un martillo y un cincel, lo partió a lo largo y descubrió un núcleo color plomo azulado mate del grosor de un lápiz.
—Este es el corazón del báculo —dijo, y buscó una lupa en un cajón cercano—. Miradlo más de cerca.
Cogimos la lupa por turnos. La superficie del núcleo se había difuminado salvo por unas distinguibles ondas sombreadas que parecían enrollarse hacia arriba a lo largo de su longitud.
—¿De qué está hecho? —preguntó Lesley mientras lo observaba.
—De acero —respondió Nightingale.
—De acero doblado —dije—, como las espadas de los samuráis.
—Se llama acero wootz —dijo Nightingale—. Son diferentes aleaciones de acero, forjadas con un diseño intencionado. Si se hace correctamente, crea una matriz que retiene la magia de manera que su dueño pueda recurrir a ella después.
Con lo que uno se ahorra bastante desgaste del cerebro, pensé.
—¿Cómo se introduce la magia? —preguntó Lesley.
—Mientras lo forjas —dijo Nightingale, y fingió que usaba un martillo—. Se utiliza un hechizo de tercera orden para elevar la temperatura de la forja y otro para mantenerla caliente mientras golpeas tu obra con el martillo.
—¿Y qué hay de la magia? —pregunté.
—Deriva, o eso me enseñaron, de los hechizos que uses durante su forja —dijo.
Lesley se frotó el rostro.
—¿Cuánto tiempo se tarda? —preguntó.
—Este bastón llevará más de tres meses. —Vio la expresión de nuestro rostro y añadió—: Si trabajas, digamos, una o dos horas al día. No puedes excederte con la cantidad de magia, de lo contrario, el propósito del bastón sería irrelevante.
—¿Y cada uno vamos a hacer un bastón? —quiso saber Lesley.
—Con el tiempo, sí —respondió Nightingale—. Pero primero tenéis que observar y aprender.
De lejos oímos débilmente que sonaba el teléfono y todos nos volvimos hacia la puerta esperando a que Molly apareciera. Cuando lo hizo, inclinó la cabeza hacia Nightingale para indicar que la llamada era para él.
Nosotros le seguimos a una distancia prudente con la esperanza de escuchar la conversación.
—Sabía que tendría que haber prestado más atención en las clases de tecnología —dijo Lesley.
Ya estábamos en el descansillo cuando Nightingale nos llamó para que bajáramos. Le encontramos con el teléfono en la mano y una expresión de completo asombro reflejada en el rostro.
—Ha llegado una denuncia sobre un mago solitario —dijo.
* * *
El mago solitario y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro con una incomprensión compartida. Él se preguntaba por qué demonios había un agente de policía sentado junto a su cama y yo me preguntaba de dónde narices había salido este tipo.
Se llamaba George Nolfi y era un hombre blanco, con un aspecto normal y corriente, de unos sesenta y pico años (sesenta y siete según mis notas). El pelo le clareaba, pero seguía siendo castaño en su mayoría, tenía los ojos azules y un rostro que evidentemente se había decantado por una vejez cadavérica y no por unos buenos carrillos. Llevaba las manos vendadas desde las muñecas hasta abajo, de manera que solo mostraba las puntas de los