El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero
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Sin embargo, esta familia que deviene de un supuesto “orden natural, absoluto e inmutable” tiene muy pocos años en la historia de la humanidad. Como ejemplo podemos recordar que los cristianos durante muchos siglos repudiaron a la familia ya que ésta les impedía dedicarse completamente a Dios.
Las características de esta familia “natural” comienza a ser cuestionada en el inicio de la modernidad, especialmente durante las décadas de los ´60 y ´70. Pero en la actualidad del capitalismo mundializado, las crisis sociales y económicas (pobreza, desocupación, emigración económica) y las transformaciones culturales han afectado profundamente los estilos de vida y las relaciones de familia. Su resultado ha sido la necesidad de dar cuenta de una complejidad en la que no se puede seguir sosteniendo una definición de “familia normal” como si esta fuera un dato obvio y no el resultado de una idealización.
La familia es consecuencia de cambios históricos -como vimos en el capítulo anterior- que hoy se manifiestan en las múltiples formas en que se van conformando (monoparentales, de parejas homosexuales, ensambladas), donde lo importante es la libertad y la realización personal de mujeres y hombres. Esta situación, propia de un período de transición, refiere a las transformaciones en la corposubjetividad de un sujeto que necesita establecer nuevas formas de relaciones con el otro humano en el interior de una cultura. Dicho de otra manera, una cultura sostenida en la fragmentación de las relaciones sociales ha desbordado el espacio de la familia “natural” como soporte de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada. De allí que los sujetos crean nuevos espacios de relación.
La despareja-pareja
A partir de los cambios que han producido los nuevos paradigmas culturales analizaremos los problemas que atraviesa la pareja heterosexual. Estos deben entenderse como consecuencia de la crisis de nuestra cultura que ha llevado a modificaciones importantes en la relación de pareja, las cuales tienen repercusiones diferentes según la inserción social de sus integrantes.
Comenzaremos con una pregunta que puede parecer obvia ¿Por qué a esa relación afectiva, esa relación de amor que aparece entre dos personas, se la denomina pareja? Es decir, ¿qué tiene de pareja una pareja? O, para plantearlo de otra manera, ¿una pareja es pareja? La respuesta es no. Una pareja es despareja. Está conformada por dos personas diferentes con sus propias historias y características personales. El problema de toda pareja no es en lo que se coincide, sino como se convive con lo que no se coincide. Cuál es la capacidad de la despareja-pareja para convivir con gustos, estilos y formas de ser que al otro no le gusta o no tolera. Aún más, las características desparejas de toda pareja son las que dan su sello particular. Diríamos que es lo que define a una pareja. Pero, si lo desparejo es lo que define a la pareja, ¿por qué se la sigue llamando pareja?
Si nos remitimos al diccionario de María Moliner podemos leer:
“Pareja: Par de personas o animales. Particularmente, conjunto de un macho y una hembra de una especie animal: una pareja de canarios. La pareja humana. Como nombre calificativo, se puede aplicar a un par de cualquier clase de cosas: Este calcetín (este gemelo) no forma pareja con este otro”.
“Despareja: Sin su pareja: un calcetín desparejado. Mal emparejados o con la pareja que no le corresponde: estos guantes están desparejados”.
Evidentemente la palabra “pareja” se define por estar compuesta por dos personas o cosas iguales y complementarias.
Distintos factores determinan la pareja moderna en Occidente (nos estamos refiriendo a la pareja heterosexual). Decimos moderna pues ésta, tal como la conocemos, es relativamente reciente en la historia de la humanidad. Sus cambios fueron acelerados y van a tono con el proceso de desarrollo histórico y social de cada época. Actualmente existe una manifestación de la libertad que pone en cuestionamiento los valores fundamentales de la convivencia existentes hasta este momento. Ahora hay distintos tipos de libertades que no habían sido previstos en la convivencia familiar, grupal y social. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿cómo se concilian la estructura de pareja y familiar con las nuevas reivindicaciones de libertad y realización personal de mujeres y hombres?
Hablábamos de varios factores. Uno de ellos es el social y refiere al sentido del amor en Occidente. Mientras en las culturas orientales el amor se lo concibe como un arte, como una práctica que se perfecciona y se aprende, en Occidente el amor se lo relaciona con el sufrimiento, donde el dolor es una prueba de la intensidad del sentimiento amoroso hacia la otra persona. La idea del amor en Occidente es el amor-pasión que es un amor trágico. El amor feliz no tiene historia en la literatura Occidental. El amor es un amor trágico. Un amor que nunca se realiza. Cuando el amor es feliz acaba la pasión y comienza el aburrimiento de la pareja. En la literatura, en el mito construido en Occidente del amor-pasión, no puede ser realizado. Es que en el amor-pasión los amantes aman cada uno a partir de sí, no del otro. Su desdicha es que no existe reciprocidad o ésta es una falsa máscara del narcisismo. El mito se estructuró en Occidente a través de una extensa literatura y está construido a través del amor por el otro en la reciprocidad. De los mitos griegos aparece la idea del flechazo involuntario donde no se ama a quien se elije, sino a quien nos ha asignado el destino, el Eros o Cupido -para los latinos-, quien nos lanza flechas.1
En este sentido se ama por la igualdad con el otro, no por la diferencia. Esta idea remite al mito de las “almas gemelas” escindidas por la ira de Zeus. La imagen de las dos mitades que desean volver a unirse -el mito del andrógino relatado por Platón en El Banquete- plantea la incompletud del ser humano que buscaría la otra mitad. De allí viene el considerarse incompleto si no se tiene pareja y la suposición de que solamente una persona estaría destinada a hacernos felices, es decir completos. Por ello creemos necesario que, en vez de seguir pensando la pareja sostenida en la falta, se hace necesario entenderla como un espacio que construyen dos personas en la potencia de ser.
Es muy común escuchar: “es una pareja bárbara, nunca se pelean”, “son los dos iguales, el uno es para el otro”. Estos lugares idealizados de la pareja presuponen la felicidad, cuando en realidad lo que demuestran es lo contrario: algún miembro de la pareja se está sometiendo al ideal del otro o ambos se someten a un ideal social que comparten.
Este ideal es de armonía, semejanza y reciprocidad. En definitiva: el uno para el otro. Para decirlo de otra manera, en la idealización el amor no debe ser acompañado con el odio, la ternura con la pasión y la sensualidad amorosa con el sexo fogoso e impetuoso. Para eso están los amantes. Los cuales aparecen como objetos idealizados de un lugar de completud que la pareja, en tanto pareja no puede dar cuenta. Es que la pareja, como su nombre lo indica, es para otra cosa: formar una familia y permitir la continuidad de la especie. Pero si este es un ideal social que se encuentra en la actualidad severamente cuestionado -como afirmamos anteriormente-, el mismo también está arraigado en nuestra subjetividad. Este ideal se relaciona con el concepto de narcisismo.
Veamos brevemente. El narcisismo deviene de una característica de nuestra conducta en la que se evidencia un exagerado amor por sí mismo o por la propia imagen de sí mismo que remite al mito de Narciso. Aquel Narciso que se deja morir fascinado con su propia imagen en el espejo. En este sentido, el mito encierra una profética advertencia: enamorarse de sí mismo, buscar en la propia imagen el objeto de amor es una cita con la muerte. Pero lo mismo ocurre en las idealizaciones, donde el otro desaparece como un otro diferente de mí para ser objeto de mi propia idealización. Esto es lo que ocurre en la fascinación amorosa, en la que el objeto de la idealización se erige omnipotente sobre las ruinas del amante.
Si lo vemos en el desarrollo de nuestra constitución psíquica vamos a encontrar un narcisismo primario que es un momento de la etapa autoerótica que da cuenta de esa relación fusional, simbiótica del bebé con la madre. Este momento en que la madre constituye un espacio-soporte