El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero
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Imagen 1
Entre las fotografías que guardo hay una de gran tamaño protegida por una antigua carpeta negra troquelada. La foto tiene una historia. A mediados de 1932 mis abuelos decidieron ir a un estudio para que sacaran una foto de la familia. Esa mañana sus cuatro hijos varones estaban con sus trajes cruzados y las mejores corbatas. Según se cuenta los menores no querían cambiarse ya que no entendían la importancia de ese momento familiar. El objetivo era hacer una copia para cada uno de sus hijos. Una forma de trasmitir un legado.
La foto siempre me llamó la atención por la solemnidad de su imagen. Mi abuelo era el único que estaba sentado en un sillón de fina madera. Detrás, parada, mi abuela se destacaba por su elegancia. Alrededor de ella los dos hijos mayores; el de la derecha era mi padre. Adelante los dos menores. Uno de ellos con camisa, corbata y pantalón corto ya que tenía 12 años; el otro con un traje de pantalón corto pues todavía no había cumplido los 18 años. La vestimenta señalaba el lugar social y familiar al que cada uno pertenecía. Todos miraban seriamente la cámara para dar cuenta de la trascendencia de ese acto privado que iba a capturar la imagen. No hay que esforzarse para observar como allí están formalmente todos los requisitos necesarios que definen los rituales de una familia patriarcal de clase media urbana de la primera mitad del siglo XX (Ver imagen 1).
La familia como patrimonium
La palabra “familia” viene del latín, deriva de famulus cuyo significado es sirviente o esclavo. Hablar de “familia” era equivalente a patrimonio (que deriva del latín patrimonium. Este término era utilizado por los antiguos romanos para los bienes que heredan los hijos de sus padres o abuelos) e incluía no sólo a los parientes, sino a los sirvientes de la casa del amo. En Roma designaba inicialmente al conjunto de los esclavos pertenecientes a una casa y por extensión se aplicaba a todas las personas, libres o esclavas, que en ella habitaban. También la palabra “familia” deriva de fames que significa “hambre”, de modo que los familiares, sean consanguíneos o sirvientes domésticos, son aquellos que sacian su hambre en una misma casa a la que el pater familias debe alimentar. Es decir, desde sus orígenes la familia se sustenta en el patriarcado.
Las teorías sobre el origen de la familia son diversas; los antropólogos piensan en un proceso histórico que, partiendo de la horda indiferenciada, fue instituyendo regulaciones que dieron lugar a la forma actual de la familia. Freud imagina en su texto Tótem y tabú (1912) una horda primitiva gobernada por un macho despótico. El pacto social habría surgido por un acuerdo realizado entre los hijos varones, quienes luego de matar a su padre para tener acceso a las hembras que aquel monopolizaba, aceptaron renunciar a ellas a fin de evitar la rivalidad fratricida. De este modo, se instauró la exogamia y con ella el intercambio social y la primera regulación legal consistente en la interdicción del incesto. Federico Engels, a través del libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, explica la evolución de la familia y señala su carácter histórico y social. En el patriarcado ve la derrota de la mujer ya que ésta se convierte en el proletario del hombre llevando la lucha de clases al interior de la familia. Pero también sostiene que las “relaciones de sexualidad” deben distinguirse de las “relaciones de producción” ya que la organización social en que vive la población de cierta época histórica y cierto país, está determinada por ambos tipos de producción: por la etapa de desarrollo del trabajo por un lado y de la familia por el otro.2
De esta manera vamos a encontrar en los inicios del capitalismo una fuerte relación con la organización familiar patriarcal al crearse un capitalismo corporativo y un capitalismo doméstico, donde este último se basa en la familia para: 1º) trasmitir la herencia y la continuidad de la línea familiar al imponer un control moral a la mujer diferente del hombre para asegurar la certeza de sus herederos; 2º) reproducir la fuerza de trabajo y 3º) trasmitir los valores de la ideología dominante. El padre-padrone reúne la familia biológica y la económica para garantizar su poder. En este sentido, como dice Manuel Castell: “El patriarcado es una estructura básica de todas las sociedades contemporáneas. Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar. Para que se ejerza esta autoridad, el patriarcado debe dominar toda la organización de la sociedad, de la producción y el consumo, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales y, por tanto, la personalidad, están también marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del patriarcado. No obstante, desde el punto de vista analítico y político, es esencial no olvidar su enraizamiento en la estructura familiar y en la reproducción sociobiológica de la especie, modificadas por la historia (cultura). Sin la familia patriarcal, el patriarcado quedaría desenmascarado como una dominación arbitraria y acabaría siendo derrocado por la rebelión de la `mitad del cielo` mantenida bajo sometimiento a lo largo de la historia.”3
Entendemos por familia nuclear al modelo tradicional de familia, surgido a partir de la primera revolución industrial a finales del Siglo XVIII. Esta familia nuclear se definía como una pareja heterosexual unida en matrimonio y que posee uno o más hijas e hijos biológicos o adoptados, donde todos sus integrantes coexisten en una misma vivienda.
En esta época, casarse era fundar un hogar, es decir, crear una realidad social claramente definida y valorada socialmente. El matrimonio se realizaba para que los cónyuges se prestaran ayuda mutuamente a lo largo de una vida que, en los sectores sociales obreros y de clase media, se anunciaba muy dura. El objetivo era tener niñas y niños, aumentando el patrimonio y legarles a los hijos/as para hacerlos triunfar y, de esta manera, trascender uno mismo. La familia como “célula básica” era uno de los valores más importantes de la sociedad: se juzgaba a los individuos en función de su éxito o su fracaso.
El espacio familiar, a la vez que permitía el desarrollo de las relaciones afectivas y simbólicas, se constituía en el reproductor de las relaciones de producción capitalista donde el trabajo asalariado era su práctica fundante. Este modelo familiar se basaba en la autoridad patriarcal sobre los demás miembros, en particular de las mujeres que debían concentrar la actividad en las tareas domesticas, en tanto el hombre era quien trabajaba fuera del hogar. Una rígida moral, especialmente la moral sexual femenina, estaba sostenida en una severa crianza de los hijos, hasta la independencia de los varones luego de la adolescencia, y de las mujeres con el matrimonio. De allí se definía que “la base fundamental de la familia, su objeto más importante, es la reproducción del hombre, sus fines inmediatos, la educación moral e intelectual y su resultado último, la moralización de las leyes y las costumbres de los pueblos.”4
Sin embargo este modelo familiar no tenía el mismo sentido ni el mismo contenido para la clase dominante que para el resto de los sectores sociales; para las familias del campo y de la ciudad. Tener una vida privada durante el Siglo XIX y principios del Siglo XX era un privilegio para la burguesía poseedora de grandes residencias y que vivía de sus rentas. Las clases trabajadoras se veían obligadas a formas de relaciones familiares diferentes en espacios reducidos a una sola habitación y donde la pobreza obligaba a la mujer y a los hijos a trabajar desde pequeños. Una naciente clase media comienza