El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero

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El erotismo y su sombra - Enrique Carpintero Psicoanálisis, sociedad y cultura

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que venimos trabajando: “los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del león.” Pero agregaba, en la medida en que “el hombre cree que nada es más útil que el hombre mismo” se unirá a otros y creará espacios comunes de seguridad y de mayor potencia. Dentro de esos espacios los seres humanos llamarán “bueno” a todo lo que contribuya a mantener esa potencia y “malo” a lo que la dificulta. Es decir, lo malo y lo bueno no es algo externo que deviene de un deber ser, sino que está referido al desarrollo de su potencia de ser.

      Sin embargo, la cultura actual se inscribe en la subjetividad generando el individualismo y la competencia como modo de relación en la vida cotidiana y el trabajo. Su resultado es la normalización en el encierro narcisista donde encontramos la indiferencia y la ausencia emocional con el otro.

      Si el concepto de normalidad responde a un ideal de la cultura dominante que es imposible de ser alcanzado, lo cual lleva a la doble moral propia de cada etapa histórica; la normalización conlleva deberes y prohibiciones dictadas desde el poder que permite reproducir sus condiciones de dominación. Es decir, la cultura reduce la moral a lo normal. Esto normal comienza siendo lo sociológicamente mayoritario o lo estadísticamente corriente y acaba siendo lo moralmente debido.

      Por el contrario, desde esta perspectiva, el psicoanálisis permite inaugurar una práctica clínica sostenida en la potencia de ser. En la intimidad de cada sujeto lo “bueno” y lo “malo” como mandato del Superyó es reemplazado por la búsqueda de lo que le hace mal o bien en tanto limita o potencia su ser. De esta forma la salud no es igual a “normalidad”. Salud es la capacidad de poder encontrarnos con nuestros deseos y necesidades sabiendo que la posibilidad de la satisfacción adecuada sólo se puede lograr parcialmente. No sólo por la realidad externa, sino por nuestra realidad en tanto somos seres imperfectos. Esta imperfección es la que nos define sujetos de una subjetividad como metáfora de un cuerpo construido por el aparato orgánico, psíquico y cultural. Es decir, de una subjetividad históricosocial.

      De este modo Freud planteaba que la salud se encontraba en “el amor y el trabajo”. Desde una perspectiva normalizadora se quiso entender que la salud se lograba al construir una pareja heterosexual y estable y en ganar plata. Pero si leemos esta frase en el interior de su obra vemos que con “el amor” se refiere a la importancia de la potencia de las pulsiones de vida en su lucha contra la fuerza de las pulsiones de muerte.

      En cuanto a “el trabajo” destacaba su importancia en tanto “brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegido libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente.”

      Si al inicio planteábamos varias preguntas sobre “Lo normal y lo patológico” luego de este recorrido debemos insistir en que el concepto de “salud”, si bien es gramaticalmente un sustantivo, en realidad es un verbo, es decir es una acción. La salud esta relacionada con el ser del sujeto: un ser que se constituye en acto, haciendo. La etimología de la palabra “salud” viene del latín “sanitas” que hace referencia a la salud del cuerpo y del espíritu. En hebreo “enfermedad” quiere decir falta de proyecto. Por ello la salud, como la vida, está éticamente constituida. Es decir, sobre ella no recae solamente una norma o un deber, sino una afirmación o una negación del sentido humano. Es sobre esta afirmación como potencia de ser que nos habla la ética de Spinoza. Es sobre esta afirmación de un sujeto imperfecto que se sostiene la clínica psicoanalítica. Un sujeto cuya salud implica soportar la anormalidad que lo constituye. Caso contrario, desarrollará síntomas patológicos. Desde aquí podemos discernir lo normal y lo patológico. Desde aquí podemos distinguir la normalidad de la normalización que nos plantea la cultura dominante.

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