El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero
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14. “El exceso de realidad produce monstruos. Los monstruos con que debemos trabajar en nuestros consultorios no son solamente producto de la fantasía o el delirio, sino también de un exceso de realidad. Este refiere a una subjetividad construida en la fragmentación y vulnerabilidad de las relaciones sociales… En este sentido, Freud estableció la especificidad del psicoanálisis al comprender los efectos de la realidad de la fantasía. Hoy debemos incluir lo traumático que produce el exceso de realidad, en la perspectiva que desarrolló cuando introdujo el concepto de pulsión de muerte”. Ver Epílogo, “Recordar a Freud para pensar la necesidad de ´El giro del psicoanálisis´.”
Capitulo 3
Normalidad y normalización.
La salud es soporte de la anormalidad
que nos hace humanos
Los hombres están tan necesariamente locos que sería una locura,
mediante otro giro de locura, no estar locos.
Pascal1
Las características de la actualidad de la cultura nos llevan a diferenciar “normalidad” de “normalización”. Lo cual plantea la necesidad de hacernos varias preguntas: ¿Cómo definimos estos términos? ¿Qué relaciones guardan entre sí? ¿Es posible deslindar la normalidad con lo que la cultura dominante establece como normalización de la sociedad? ¿La idea de normalidad no está referida a criterios ideales propios de los sectores dominantes de cada época histórica? ¿Normalidad es sinónimo de salud? Ahora bien, si seguimos esta perspectiva ¿no corremos el riesgo de culturalizar las manifestaciones patológicas dejando de lado criterios objetivos que puedan deslindar lo normal y lo patológico? Por el contrario, si dejamos de lado los factores culturales y sociales en la definición de normal y patológico ¿no nos encontramos con definiciones ideales llenas de buenas intenciones?
Podemos seguir con las preguntas lo cual nos lleva a la complejidad del problema que trataremos de desarrollar
Un breve recorrido histórico
Veamos que estos conceptos no han sido un problema en las diferentes épocas históricas. En general se entiende que las patologías se manifiestan a través de conductas alteradas o desviaciones de las funciones que se consideran normales.
De esta manera la normalidad se presenta como un modelo que se lo homologa a “naturalidad”. Aquello que se considera normal en las conductas humanas está basado en un tipo de funcionamiento específico para una época dada de la cultura donde es “natural” que las personas piensen de una manera y se conduzcan de otra. Es decir, lo normal se define en función del ideal que impone la cultura dominante al conjunto de la sociedad. Por ello la normalidad y la patología se constituyen como efecto de una complejidad de factores cuyo estatuto se ajusta a condiciones históricas, políticas, económicas, sociales y culturales. Los comportamientos considerados patológicos se definen como una contracara de las respuestas esperadas a las condiciones que se establecen como normales y éstas son funcionales al sistema de relaciones de producción.
Hace 45 siglos el pueblo Asirio Babilónico creía que la enfermedad era una impureza espiritual provocada por los dioses como réplica a una transgresión moral. La “culpa” se buscaba en la historia personal del enfermo.
Recordemos que la palabra “culpa” proviene del latín y significa “pecado”.
Debemos esperar varios siglos para que los griegos entendieran que la impureza de la cual provenía la enfermedad, si bien también era de origen divino ya no era moral, sino física, y por lo tanto, posible de ser tratada con baños purificadores. Esto fue un salto conceptual enorme ya que si la enfermedad como la consideraban los pueblos antiguos era causada por los dioses y significaba una impureza del alma, el sujeto no tenía acceso a ella ya que era cosa de los dioses, es decir, no podía ser curado por otros, sólo por el perdón de un dios. Pero si la impureza estaba en lo físico; es decir, era cosa de los seres humanos, aquellos que conocieran las leyes de la naturaleza podían curar a los otros.
Los griegos, de acuerdo con la idea pitagórica, pensaban que la naturaleza se guiaba por leyes, que tenían un orden, una armonía. Así, si conocían las leyes propias de la naturaleza del organismo, la fisiología, cuando un sujeto enfermaba otro podía ayudarlo, acompañar a la naturaleza en el proceso de restitución de la armonía (la salud); cuidar al otro, es decir, hacer medicina. La palabra “medicina” viene del griego “medein” que significa “cuidar a”. Esto permitió entender que la enfermedad y la salud no eran producto de los dioses, sino de los seres humanos.
La evolución del concepto de enfermedad mental
La búsqueda de explicación de las enfermedades mentales tuvo el siguiente desarrollo. En los pueblos antiguos aparece como castigo divino; esta es la concepción mágico religiosa. En la Edad Media como posesión diabólica; esta es la época de la Inquisición donde al “falta”, “pecado”. curar a los otros. monstruo humano se lo quemaba en la hoguera o se lo exhibía en las ferias. Los anormales son aquellos que no sólo no entran en las leyes de la sociedad, sino de la naturaleza. El campo de aparición del monstruo es un dominio jurídico y biológico. Lo que hace a un monstruo humano no es sólo la excepción que representa a la forma de la especie (débiles, hermafroditas), sino al problema que plantea en relación a las regularidades jurídicas (matrimonio, bautismo, leyes de sucesión).
Acorde con los nuevos tiempos que inaugura el llamado Siglo de las Luces, la medicina realiza la tarea de prescribir y establecer lo normal y lo patológico en nombre de un saber erigido como una nueva religión. El positivismo trata de entender el padecimiento subjetivo como una enfermedad médica. Sus manifestaciones se explican como una alteración de la estructura cerebral. También como transmisión hereditaria en familias “degeneradas”. Los monstruos comienzan a pensarse como individuos a corregir. El psiquiatra aparece como guardián de los anormales considerados como peligrosos que, a través de diferentes técnicas disciplinarias, protege a la sociedad. Es Foucault quien enfoca el problema de esos individuos “peligrosos” a quienes, en el siglo XIX, se denomina “anormales”. Sus tres figuras principales son: los monstruos, que hacen referencia a las leyes de la naturaleza y las normas de la sociedad; los incorregibles, de quienes se encargan los nuevos dispositivos de disciplinamiento del cuerpo, y los onanistas, quienes desde el siglo XVIII, permiten organizar una campaña orientada al disciplinamiento de la familia moderna.2
Debemos esperar la aparición del psicoanálisis para que al padecimiento subjetivo se lo pueda entender como resultado de conflictos psíquicos donde la frontera entre lo normal y lo patológico desaparece: “Hay una multitud de procesos similares entre aquellos de que nos ha dado noticia la exploración analítica de la vida anímica. De estos, a una parte se los llama patológicos y a otra parte se los incluye en la diversidad de lo normal. Pero ello poco importa, pues las fronteras entre ambos no son netas, los mecanismos son en vasta medida los mismos; y es mucho más importante que