El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero
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Desde esta perspectiva proponemos delimitar la constitución de la subjetividad en su complejidad evitando los reduccionismos señalados anteriormente.6 Para ello creamos el concepto de corposubjetividad que alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación. Pero también, cuerpos que producen signos -como plantea Spinoza- que son pasiones: efectos de acciones sobre los cuerpos, cuerpos que actúan sobre otros cuerpos; es decir, cuerpos que afectan y son afectados en el colectivo social.
El psicoanálisis establece que el sujeto debe dar cuenta de un aparato psíquico sobredeterminado por el deseo inconsciente. Pero este aparato psíquico se construye en la relación con un otro humano en el interior de una cultura. Es decir, hablar de subjetividad implica describir una estructura subjetiva como una organización del cuerpo pulsional que se encuentra con una determinada cultura.
En este sentido, definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo como metáfora de la subjetividad se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. El carácter extenso del aparato psíquico es fundamental para Freud, ya que éste es el origen de la forma a priori del espacio: “La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Ninguna otra deducción es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe de eso.”7
Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.
Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio, entre estos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura está sólo por fuera; la cultura está en el sujeto y éste, a su vez está en la cultura: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en lo intrasubjetivo (al dar cuenta de aparato psíquico y orgánico), en la intersubjetividad (en la relación con el otro) y en la transubjetividad (en la relación con la cultura).
Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde van a encontrarse los efectos del interjuego de las pulsiones vida, Eros y las pulsiones de muerte. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad (Ver gráfico 1).
Creemos necesario señalar que esta perspectiva la podemos encontrar en los recientes aportes de la neurobiología donde muestran, como la plasticidad de la red neuronal permite la inscripción de la experiencia.8
Veamos brevemente. La idea de que la experiencia produce una huella es lo que sostiene Freud con el concepto de huella mnémica que deja la percepción en sus diferentes niveles de inscripción en el aparato psíquico, ya sea consciente o inconsciente. En términos neurobiológicos, la huella es dinámica y sujeta a modificaciones ya que los mecanismos de su inscripción confieren a la red neuronal gran plasticidad. De este modo sobre la base de la experiencia se constituye una realidad interna que puede ser consciente o inconsciente. Las huellas “se inscriben, se asocian, desaparecen, se modifican a lo largo de la vida por medio de la plasticidad neuronal. Estas huellas inscriptas en la red sináptica determinarán también la relación del sujeto con el mundo exterior.”9
El concepto de plasticidad neuronal cuestiona la antigua oposición entre una etiología orgánica y una etiología psíquica del padecimiento subjetivo. Lo mismo ocurre con respecto al concepto de epigénesis. Este plantea que el nivel de expresión de un gen dado puede estar determinado por la singularidad de la experiencia. Es que “en el funcionamiento de los genes existen mecanismos que intervienen en la realización del programa genético y cuya función es reservar un lugar para la experiencia; al fin de cuentas, es como si el individuo se revelara genéticamente determinado para no estar determinado.”11 Esto lleva a una integración compleja entre una determinación genética; una determinación ambiental y psíquica. El genotipo de un lado, y la experiencia del otro constituyen dos dimensiones heterogéneas de la plasticidad.12 (Ver gráfico 4).
Desde lo que venimos planteando podemos decir que los procesos de subjetivación devienen de los múltiples anudamientos de los tres espacios que, en el caso de la producción de un síntoma, requiere delimitar la complejidad del entramado que lo causa. Por ello entendemos que la práctica del psicoanálisis no se realiza exclusivamente sobre la realidad del mundo interno (intrasubjetivo), tampoco sobre los comportamientos del mundo externo (inter y transubjetivo). Se realiza en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye al sujeto y éste con sus determinaciones inconscientes a dicha realidad. Este lugar lo denominamos un “entre”. En este “entre” la subjetividad no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad.
Es decir, no es como la entiende un subjetivismo cognitivo que promete curar un síntoma en diez sesiones. Pero tampoco es la de una psiquiatría biológica que interpreta la subjetividad desde la exterioridad del aparato orgánico donde el padecimiento psíquico se reduce a neurotransmisores.