El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero

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El erotismo y su sombra - Enrique Carpintero Psicoanálisis, sociedad y cultura

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de nuestros días, y sin duda el del futuro, vuelve a prestar atención a la pulsión, a causa de la herencia freudiana y bajo la presión de las neurociencias. En consecuencia, descifra la dramaturgia de las pulsiones más allá del significado del lenguaje tras el que se oculta el sentido pulsional. Los indicios de este sentido pulsional pueden ser translingüísticos. Tomemos, por ejemplo, la voz; sus intensidades, sus ritmos manifiestan a menudo el erotismo secreto del deprimido que ha cortado lazos del lenguaje con el otro, pero que no obstante ha enterrado el afecto en el código oscuro de sus vocalizaciones, en las que el analista irá buscando un deseo menos muerto de lo que parece.”5

      El psicoanálisis establece que el sujeto debe dar cuenta de un aparato psíquico sobredeterminado por el deseo inconsciente. Pero este aparato psíquico se construye en la relación con un otro humano en el interior de una cultura. Es decir, hablar de subjetividad implica describir una estructura subjetiva como una organización del cuerpo pulsional que se encuentra con una determinada cultura.

      Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.

      Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio, entre estos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura está sólo por fuera; la cultura está en el sujeto y éste, a su vez está en la cultura: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en lo intrasubjetivo (al dar cuenta de aparato psíquico y orgánico), en la intersubjetividad (en la relación con el otro) y en la transubjetividad (en la relación con la cultura).

      Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde van a encontrarse los efectos del interjuego de las pulsiones vida, Eros y las pulsiones de muerte. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad (Ver gráfico 1).

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      Desde lo que venimos planteando podemos decir que los procesos de subjetivación devienen de los múltiples anudamientos de los tres espacios que, en el caso de la producción de un síntoma, requiere delimitar la complejidad del entramado que lo causa. Por ello entendemos que la práctica del psicoanálisis no se realiza exclusivamente sobre la realidad del mundo interno (intrasubjetivo), tampoco sobre los comportamientos del mundo externo (inter y transubjetivo). Se realiza en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye al sujeto y éste con sus determinaciones inconscientes a dicha realidad. Este lugar lo denominamos un “entre”. En este “entre” la subjetividad no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad.

      Es decir, no es como la entiende un subjetivismo cognitivo que promete curar un síntoma en diez sesiones. Pero tampoco es la de una psiquiatría biológica que interpreta la subjetividad desde la exterioridad del aparato orgánico donde el padecimiento psíquico se reduce a neurotransmisores.

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