El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero
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Si realizamos una secuencia en la búsqueda de explicación de las enfermedades mentales en diferentes épocas nos encontramos con la siguiente secuencia:
1) Como castigo divino (concepción mágico-religiosa)
2) Como posesión diabólica (Edad Media, época de la inquisición)
3) Como enfermedad médica (positivismo)
4) Como alteración de la estructura cerebral (Griensinger, Wernicke, Kleist, etc.)
5) Como transmisión hereditaria en familias “degeneradas” (Morel- Magnan)
6) Como resultado de conflictos psíquicos (psicoanálisis)
7) Como trastorno de la comunicación familiar (Bateson, Psicología sistémica)
8) Como refugio ante la presión social (Laing y Cooper)
9) Como trastorno en el procesamiento de la información (Psicología cognitiva)
10) Como alteración de la bioquímica cerebral (Psiquiatría biológica)
11) Como alteración de las estructuras neuronales (neurología)
12) Como manifestación de una alteración genética (medicina genética)
Llegado a este punto nada mejor que recordar la película Hombre mirando al sudeste. Rantés, el personaje principal, se cree venido de otro planeta y se interna en el manicomio. Una vez en el hospital toma la decisión de decir la verdad y denunciar la forma como son tratados los enfermos en el centro psiquiátrico.
Rantés enfrenta la “normalidad” del sistema, representada por el hospital, y la supuesta normalidad del psiquiatra que lo atiende. La historia sucede sin saber verdaderamente de dónde viene Rantés. Lo que es evidente es que la supuesta locura del personaje es más lúcida que la normalidad en que se desenvuelve el sistema hospitalario. El final es previsible: el personaje con diagnóstico de delirio de humanidad no resiste al “tratamiento”, y muere dejando la sensación de incertidumbre y de absurdo respecto de lo que nosotros creemos y justificamos como normal. Tomando el ejemplo de Rantés veamos qué ocurre en la actualidad.
La subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante
Podemos decir que vivimos en una cultura de la representación donde es más importante lo que representamos para los demás que lo que somos. De esta manera el principio de realidad queda sustituido por la representación de esa realidad que transforma lo real en puro imaginario.
En este sentido, si el parecer, más que el ser, es lo que habilita ocupar un lugar en la relación con el otro, la orientación más razonable de la vida cotidiana es la comercialización de la propia personalidad. Por ello en la sociedad actual no se han roto las relaciones sociales; por el contrario, las redes sociales se han organizado de tal manera que lo importante es tener algún beneficio determinado por lo que las leyes del mercado establecen. Esto si uno no ha entrado en la categoría de pobre, desocupado o marginado, en cuyo caso se transforman en los nuevos monstruos de la actualidad de nuestra cultura.
De esta manera, el individualismo predominante no es la defensa del individuo ya que lo transforma en un objeto de consumo. Si la clásica crítica a la sociedad de consumo permitió revelar la condición fetiche de las mercancías,4 en la sociedad actual es el ser humano al que se lo ha llevado a la condición de fetiche: uno vale por lo que representa y no por lo que es. Representar un papel acorde con la cultura dominante es el único requisito de existencia, ya no solamente en el espacio público, sino también en la vida privada e íntima. De esta manera nos domina desde nuestro interior normalizando nuestros deseos y necesidades para reproducir las condiciones de dominación. Por ello, el disciplinamiento se ha interiorizado en la búsqueda de una normalidad cuyo efecto es la emergencia de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada.
En esta perspectiva la hegemonía de lo que denominamos el neopositivismo psiquiátrico es consecuente con esta cultura de la representación donde el sujeto debe responder a la eficiencia que exigen las leyes del mercado. Hoy la psiquiatría vuelve a afirmar, como en sus orígenes, las bases biológicas de la enfermedad mental. Parece que quiere superar las influencias del psicoanálisis y del movimiento antipsiquiátrico. La realidad cultural de los sujetos y del ambiente familiar y social que los rodean queda relegada a un segundo plano. La teoría de la psiquiatría biológica afirma que la enfermedad mental es exclusivamente producto de un desequilibrio químico en el cerebro donde el padecimiento psíquico queda reducido a un circuito neuronal.
Pero esta situación debe ser entendida en el interior de una cultura del sometimiento donde la medicalización de la vida cotidiana es una de sus consecuencias.
Como dice Remo Bodei5 el yo de la modernidad hecho de acero y cemento se ha transformado en un yo de plástico biodegradable. En un yo video tape que se cambia según las circunstancias. En “la era de la dominación de las conciencias” el poder disciplina nuestra subjetividad banalizando la experiencia donde el dolor y el conflicto dejan de ser una fuente de energía. Por el contrario, hay que evitarlos. El consumo de bienes, el alcohol, los tranquilizantes, la dependencia de los medios de entretenimiento es lo que ofrece la cultura para que anestesiemos nuestra subjetividad.
En este sentido la actual evolución de las biotecnologías, las neurociencias, las técnicas médicas y farmacológicas que pueden estar al servicio de la emancipación del sujeto se las utiliza para adaptarlo a la cultura del sometimiento. Por ello el medicamento que estaba exclusivamente al servicio del “arte de curar” hoy se lo ofrece como un objeto necesario de consumir para soportar las incertidumbres de un futuro que es vivido como catastrófico.6
Medicar es un acto médico. En cambio, la medicalización alude a los factores políticos, sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de las grandes industrias de tecnología médica y farmacológica. La medicalización es un término que se viene usando desde hace muchos años para demostrar los efectos en la medicina de la mundialización capitalista donde lo único que importa es la ganancia. Es así como las grandes industrias redefinen la salud humana acorde a una subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante. Muchos procesos normales como el nacimiento, la adolescencia, la vejez, la sexualidad, el dolor y la muerte se presentan como patológicos a los cuales se les puede aplicar un remedio para su solución. Al dar una resignificación médica a circunstancias de la vida cotidiana el sujeto no solo se convierte en un objeto pasible de enfermedad, sino también culpable por padecerla. La búsqueda de la salud se transforma en una exigencia que en mucha ocasiones genera enfermos imaginarios de enfermedades creadas por los propios laboratorios.7 Éstos, para aumentar su rentabilidad, establecen nuevas indicaciones para sus productos o bien cambian los valores normales de determinados parámetros fisiológicos para construir “factores de riesgo” que pueden ser tratados. Su resultado es una información que varía permanentemente.8 Al leer los suplementos de salud un día nos enteramos que la carne