El erotismo y su sombra. Enrique Carpintero
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Fue Freud quien estableció que el crimen fundacional -el parricidio originario que describe en Tótem y tabú- es el deseo de unirse en una pasión incestuosa a la fuerza matricial. Unirse a una totalidad donde desaparece el otro. Para que esto no ocurra, la castración edípica organiza -subrayamos, organiza no “normaliza”- el aparato psíquico en la prohibición del incesto al instalar la alteridad soporte del desvalimiento originario. Por ello la tragedia de Edipo muestra las pasiones de nuestra condición humana. O, mejor, su inocultable ligazón. Es aquí donde el odio primario encuentra su expresión en la perversión como negativo del erotismo. Pero también en las manifestaciones humanas donde el mal no es una figura trascendente, sino inmanente a nuestra condición de sujetos. Esto nos lleva a la ética. Ética que debe dar cuenta del otro, en tanto un otro diferente, que me significa, ya que sin el otro no soy nada; aunque me pueda creer todo.
Desde esta perspectiva nos proponemos recuperar la capacidad del amor en el reconocimiento del otro; allí aparece Eros como condición y posibilidad de encontrar nuestra potencia de ser. Pero no el amor puro que, al prescindir del otro, tiene su máxima expresión en el sacrificio que lleva a la muerte. El psicoanálisis sostiene que el amor no puede entenderse separado del odio. Ambos van juntos. No hay amor sin sombra; lo contrario es la oscuridad del desamor. Se inicia en la falta, pero su desarrollo es posible en la potencia de ser. El amor como potencia de ser es un acto creativo que permite producir un encuentro-desencuentro con el otro.
De allí la importancia de rescatar una ética que se sostenga en un amor inmanente basado en la alteridad. El amor como punto de llegada y no de partida ya que, como sostiene Freud: “Un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar.”
Parte I
La subjetividad del idiota
Normalidad y normalización
Los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del león
Baruch Spinoza
Estrictamente hablando, la cuestión no es cómo ser curado, sino cómo vivir
Joseph Conrad
Capitulo 1
La subjetividad del idiota plantea la pregunta
¿Cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?
En la novela Cosmópolis de Don DeLillo un joven y arrogante millonario norteamericano viaja a través de New York, recorriendo la ciudad desde una punta a la otra para cortarse el pelo.
El sueño se abstenía de visitarlo ahora más a menudo que antes, no ya una o dos veces por semana, sino cuatro, cinco incluso. ¿Cómo lo remediaba cuando le sucedía? No salía a dar largos paseos mientras se desplegaba el amanecer. No había amigo o amiga a los que tanto quisiera como para angustiarlos con una llamada a tales horas. ¿Qué le quedaba en firme? Era cuestión de silencios, no de palabras.
Durante su viaje, que dura todo el día, queda atrapado en varios atascos de tránsito producto de diferentes situaciones: la visita del presidente a la ciudad, el funeral de un ídolo de la música, el rodaje de una película y una violenta manifestación política mientras especula desde su limusina blindada las fluctuaciones del Yen en Japón.
En el recorrido recibe en su auto toda una serie de asesores y varias veces a su mujer. De esta manera va haciendo una cínica reflexión sobre la actualidad de nuestra cultura sometida a las reglas del mercado.
-¿Cómo sabremos cuándo habrá llegado oficialmente el final de la era de la globalización?
Aguardó la respuesta.
-Cuando las limusinas extralargas comiencen a desaparecer de las calles de Manhattan.1
La comunidad entrópica
Para Freud el concepto de cultura es sinónimo de civilización. Ésta remite al momento en que el ser humano se organiza en “comunidad”, poniendo la naturaleza al servicio de satisfacer sus necesidades y regulando los vínculos recíprocos entre los sujetos. Es así como este espacio de la comunidad se convierte en soporte de la pulsión de muerte.
Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social. Para ello reglamentan normas que se formalizan jurídicamente y que regulan las relaciones entre los miembros de la comunidad cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación.
Históricamente la comunidad (Gemeinschaft) fue reemplazada por la moderna sociedad (Gesellschaft). Podemos decir que en los ’60 se inició un proceso donde el espacio comunitario fue cediendo al desarrollo de la internacionalización capitalista.
Como dice F. Jamenson: “el capitalismo tardío en general (y los sesenta en particular) constituyen un proceso en el cual las últimas zonas internas y externas del precapitalismo sobrevivientes -los últimos vestigios del espacio tradicional y no reificado dentro y fuera del mundo avanzado- son finalmente penetrados y colonizados a su turno. El capitalismo tardío por lo tanto, puede ser descrito como el momento durante el cual los últimos vestigios de la Naturaleza, sobrevivientes del capitalismo clásico, son al fin eliminados: es decir, el Tercer Mundo y el inconsciente. Los sesenta, entonces habrán sido el trascendental período de transformación durante el cual tiene lugar esta reestructuración sistémica en escala global.”2 De esta manera el sentimiento de comunidad comienza a ser reemplazado por el de individuos unidos en sociedades anónimas. Esta perspectiva se afianza en los ’90 con la llamada mundialización capitalista. Por ello la relación social se construye en una unidad paradójica; es decir, una unidad en la desunión que lleva a la incertidumbre y la imprevisibilidad, en definitiva a una vorágine de permanente desintegración y renovación, de ambigüedad y angustia. Su resultado ha sido una cultura que dejó de constituirse en un espacio-soporte de la pulsión de muerte.3 En ella la fractura del soporte imaginario, libidinal y simbólico del espacio comunitario refiere a un mundo perdido. A un mundo que no existe más. Hoy las comunidades son homogéneas. Son comunidades de iguales donde los diferentes están afuera. Ellos son los otros de los cuales hay que protegerse. Es decir, allí no hay comunidad, sino mera cohabitación. Por ejemplo, encontramos barrios privados muy vigilados por policías y medios electrónicos, con viviendas muy caras donde se paga el precio de vivir una intimidad separada del otro. También hay comunidades de iguales que definen su pertenencia en relación a un otro del que es necesario diferenciarse. En este sentido la comunidad como espacio heterogéneo que permite los intercambios libidinales y simbólicos se ha transformado en un lugar homogéneo al servicio de un sujeto solo y aislado. Es decir, una comunidad entrópica que ha dejado de constituirse en un espacio-soporte cuya consecuencia es una subjetividad atravesada por los efectos de la pulsión de muerte: la sensación de “vacío”, de “no salida”, la violencia contra el otro y la violencia autodestructiva.
En este sentido el sueño de una sociedad “perfecta”, es decir transparente, predecible y carente de contingencias, tiene ahora como objetivo la “seguridad de la comunidad del