Clínica escolar. Neva Milicic

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Clínica escolar - Neva Milicic

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adolescente que realice este tipo de conductas por sí misma, para protegerse de los múltiples peligros de la vida cotidiana. Y claro, también podemos imaginar los cuidados extremos que esta niña, cuando sea madre, tendrá con su propio bebé; como por ejemplo, interpretar todo enrojecimiento de la piel como síntoma de fiebre y enfermedad, pasar varias horas al mes en el hospital, o esperar fuera de la sala de clases, toda la mañana, cuando su hijo entre al colegio. Es lo que se llama el patrón intergeneracional de la ansiedad, un estilo de modelaje de tipo ansioso que suele transmitirse de generación en generación. En el ejemplo que describimos al inicio de este capítulo, una madre que mete en la mochila de su hija un paraguas, un bloqueador solar, remedios para el estómago, para el mareo, para las alergias… todo para ir a un ¡paseo al museo! está sobredimensionando los posibles peligros y consecuencias catastróficas que pueden ocurrir durante el paseo, de modo que éstas resultan poco realistas y exageradas (si la niña se fuese de intercambio o como voluntaria a un país con condiciones climáticas y sanitarias adversas, esperaríamos que en su bolso estuvieran éstos y muchos otros elementos más… todo depende del contexto). Por otra parte, esta forma de reacción ansiosa está reforzando positivamente los pensamientos que generan ansiedad y las conductas para evitar las múltiples amenazas del entorno.

      Gerlsma, Emmelkamp y Arrindell (1990) efectuaron un meta-análisis de los estilos parentales asociados a ansiedad y depresión, y encontraron que las prácticas parentales basadas en el control no afectivo", es decir, una mezcla de sobreprotección con frialdad afectiva, se asocia significativamente con el desarrollo de fobias específicas y sociales, y por tanto, puede ser considerado como un factor de predisposición a ellas.

      Pero hay otros factores del contexto social que inducen ansiedad. El castigo y la amenaza constante a los niños más impulsivos por parte de sus padres tiende a generar en ellos altos niveles de estrés y ansiedad. Se ha demostrado, también, que las experiencias duraderas de abuso y violencia afectan el sistema de regulación afectiva y aumentan las probabilidades de que los niños desarrollen cuadros ansiosos (Cía, 2002). (Así podemos entender por qué Rodrigo, el niño de la viñeta inicial de este capítulo, presentaba también los síntomas de un cuadro ansioso, teniendo una historia de vida tan distinta a Camila).

      Existen además otros factores "ansiógenos" -es decir, que producen ansiedad- relacionados con la sobre-exigencia y la cultura de competencia, que pueden estar presentes tanto en el contexto familiar como escolar. Padres muy controladores y exigentes con el rendimiento escolar, que enseñan pocas herramientas para la autorregulación afectiva; o también, un colegio con un proyecto educativo focalizado casi exclusivamente en el rendimiento académico, que promueve y refuerza la competitividad y mantiene el estilo de "control no afectivo" como el descrito por Gerlsma et al. (1990), generan un clima de alta tensión y poca contención emocional para los niños.

      Arón y Milicic (1999) han identificado algunas características de los climas sociales escolares que hacen que éstos se perciban como "nutritivos" o "tóxicos" para el desarrollo socioemocional de los niños. En los climas nutritivos hay conductas y actitudes de afecto y de justicia; se reconocen explícitamente los logros de los miembros de la comunidad escolar; predomina la valoración positiva; se toleran los errores pues se los considera parte del proceso de aprendizaje; se permite el enfrentamiento constructivo de conflictos; y el reglamento y las normas son conocidas por todos y aplicadas con flexibilidad. En cambio, en los climas tóxicos, se vive una atmósfera de afecto condicionado al cumplimiento de expectativas ("yo te quiero si te portas bien, si te sacas buenas notas") y de injusticia (no se sabe por qué suspenden a algunos niños, por qué eligen a unos y no a otros, etc.); predomina la crítica y se sobrefocaliza en los errores; no se enfrentan los conflictos, o éstos se confrontan de manera autoritaria; y existe un manejo arbitrario y privilegiado de la información, donde las normas son aplicadas de manera rígida, parcial y poco transparente.

      Por último, existen factores individuales relacionados con handicaps o eventos vitales que también inciden en la aparición de algunos cuadros de ansiedad. Entre ellos se destacan:

      • Enfermedades físicas y dificultades personales: la presencia de una enfermedad física, de una dificultad a nivel sensorial (por ejemplo, hipoacusia, o trastornos motrices), de un trastorno específico del aprendizaje (por ejemplo, dislexia) o de otras dificultades de tipo conductual y emocional (por ejemplo, síndrome de déficit atencional) generan un alto nivel de tensión en los niños y se acompañan de dificultades para adaptarse a los entornos escolares y sociales, lo que aumenta el riesgo de desarrollar trastornos en la línea ansiosa. Muchos niños con necesidades educativas especiales presentan también síntomas de ansiedad.

      • Falta de ajuste entre las características del colegio y las del niño: cuando al niño no le gusta el colegio, o no le gusta su curso, o se ha cambiado de curso y/o de clase, puede surgir un desfase entre las expectativas y demandas del colegio/curso y las respuestas del niño, lo que produce en el/ella un monto de estrés muy alto.

      • Vivencias de separación y pérdida: el período de separación de los padres, o el fallecimiento de algún familiar o amigo (o incluso de una mascota) pueden "gatillar" el inicio de un trastorno de ansiedad. No todos los acontecimientos de pérdida y separación generan cuadros ansiosos, ni en todos los niños; pero cuando ocurren, hay que estar atentos a las reacciones emocionales de ellos, y entregarles herramientas para la autorregulación de los afectos.

      La manera como se configura la ansiedad varía entre las personas. No obstante, se han encontrado patrones comunes que permiten hablar de tipos de trastornos de ansiedad.

      Las características del cuadro en la niñez se asemejan a la forma en que se presentan en la adultez, con la excepción de que durante la infancia no se requiere que el niño reconozca que sus temores son irracionales o excesivos. En el caso de las fobias sociales y específicas, se requiere de una persistencia de los síntomas durante al menos 6 meses, para minimizar el sobrediagnóstico o catalogar como patológicos los temores transitorios que son parte normal del desarrollo infantil (Cía, 2002).

      De todos los trastornos de ansiedad, éste es el único que aparece en la sección "Trastornos de inicio en la infancia y adolescencia" del DSM-IV (American Psychiatric Association, 1995). El trastorno de ansiedad por separación puede ser diagnosticado sólo en niños, mientras que los demás pueden ser diagnosticados tanto en niños como en adolescentes y adultos.

      La aparición de síntomas de ansiedad ante la separación de seres significativos es algo natural en los niños y se puede observar desde los 6 meses, hasta aproximadamente los 5 años de edad. Esta ansiedad está asociada al vínculo de apego que se desarrolla entre el niño y -generalmente- su madre, y es una conducta sumamente adaptativa para el infante. De hecho, al principio el niño vive la separación como una "desaparición", y sólo mediante experiencias reiteradas de separación y reencuentro, comienza a configurar la noción de una figura de apego estable e interna (en el sentido de que la persona esté "presente" para el niño, aún cuando no lo esté físicamente).

      La ansiedad de separación es un proceso adaptativo -vale decir, "normal"- en los niños más pequeños. Las primeras veces que la madre "desaparece", es esperable que el niño pequeño muestre signos evidentes de angustia y desesperación. De hecho, el niño requiere de la experiencia de ver a su madre regresar -o "reaparecer"- para darse cuenta que es un objeto estable en el tiempo. Este aprendizaje es fundamental para su desarrollo socioemocional y cognitivo. Permite generar y fortalecer el vínculo entre el niño y sus figuras de apego, a la vez que forma las herramientas cognitivas para trabajar con elementos distantes en el tiempo y en el espacio, y por ende, abstractos.

      Se espera que el fortalecimiento del vínculo, así como

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