Clínica escolar. Neva Milicic
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Para Beck y Emery (1985) los trastornos de ansiedad se caracterizan por una serie de alteraciones en el pensamiento que conforman un sistema de alarma hipersensible: "el paciente ansioso es tan sensible a cualquier estímulo que pueda ser considerado como indicador de un desastre o daño inminente, que está constantemente advirtiéndose a sí mismo sobre los potenciales peligros. Debido a que casi cualquier estímulo puede ser percibido como peligroso y puede encender el "sistema de alarma", la persona ansiosa experimenta innumerables "falsas alarmas" que lo pueden mantener en un estado constante de distrés y agitación" (p. 31, traducción nuestra). Según estos autores, la preocupación constante con respecto a situaciones peligrosas se manifiesta a través de pensamientos automáticos, de carácter tanto verbal como visual, que "invaden" a la persona, "aparecen" de manera repetida y rápida, y parecen ser completamente posibles cuando surgen.
La persona con un trastorno de ansiedad se ve impedida en su capacidad de razonar sobre estos pensamientos. Aún cuando puede estar de acuerdo en que dichos pensamientos son irreales o resultan poco lógicos, le es muy difícil evaluarlos en términos realistas y adecuados. Además, ocurren una serie de alteraciones cognitivas que ayudan a mantener y agrandar estos pensamientos; entre ellos, la generalización, la actitud catastrófica, la selección de la información, el pensamiento dicotómico y la falta de habituación.
La generalización se refiere a la tendencia a asociar la ansiedad referida a un estímulo o situación específica, como volar en avión, a otros elementos similares o propios del contexto -a andar en vehículos en movimiento, a los aeropuertos, etc.-. La ansiedad se transfiere a estas otras situaciones no sólo cuando están presentes, sino también cuando se piensa en ellas. A esto se le llama ansiedad anticipatoria -los síntomas propios de la ansiedad que se experimentan al pensar sobre la mera posibilidad de enfrentarse a uno o varios objetos o situaciones aumentan el temor al estímulo y las conductas encaminadas a evitarlo. Ya que las situaciones que provocan ansiedad se generalizan, la persona desarrolla una actitud catastrófica ante la vida, desde la cual se imagina el peor escenario posible de cualquier situación que puede llegar a tener consecuencias desagradables. No sólo piensa en lo peor, sino que focaliza sus pensamientos en ello; es decir, restringe su atención de manera selectiva en los eventos negativos y amenazantes. Además, tiende a interpretar las situaciones de manera dicotómica, como "seguras" o "inseguras". Dada la generalización y el procesamiento selectivo de la información, la mayor parte de las situaciones son catalogadas como inseguras, pues la persona no es capaz de tolerar la ambigüedad e incertidumbre. Por último, y a diferencia de las personas que no sufren de este tipo de trastornos, las personas ansiosas no se acostumbran a los estímulos amenazantes; presentan una falta de habituación a ellos. Cuando medimos los niveles fisiológicos de ansiedad a sonidos fuertes, por ejemplo, encontramos que las personas con trastornos de ansiedad, al igual que el resto de las personas, presentan un nivel de alerta inicial elevado; pero a diferencia de ellas, estos niveles se mantienen, y no se produce el descenso en los niveles de activación corporal que suele ocurrir en el resto de las personas (Lader, Gelder y Marks, 1967).
Las propuestas del enfoque cognitivo-conductual para la comprensión y tratamiento de los trastornos de ansiedad han calado profundamente en la psicología y en la psicoterapia de los cuadros ansiosos. Muchos autores han ampliado y profundizado en los lineamientos iniciales de la teoría de Beck y Emery (1985). Así por ejemplo, Clark y de Silva (1985) proponen que la interpretación catastrófica de las sensaciones corporales es un mecanismo explicativo de los ataques de pánico. Las personas que presentan crisis de pánico tienden a malinterpretar las respuestas normales de ansiedad como eventos catastróficos. Así, las sensaciones de mareo, falta de aire, palpitación y sudoración son interpretadas como mucho más peligrosas de lo que realmente son; por ejemplo, al interpretar que los latidos fuertes del corazón son síntomas de un ataque al corazón; o al pensar que una sensación de sofoco es indicio de ahogo y muerte inminente; o también, al interpretar los temblores leves de las manos, como indicios de locura.
En líneas similares, Barsky (1992) propone que el concepto de amplificación somatosensorial permite explicar el desarrollo de los trastornos de pánico. Éste se refiere a la tendencia a que las sensaciones corporales sean vividas internamente como muy perturbadoras, debido a que son intensas y desagradables. El término también alude a la tendencia de las personas ansiosas a focalizar sus pensamientos en las sensaciones corporales incómodas, y a considerarlas como anormales. Este tipo de amplificación de las sensaciones corporales contribuye de un modo significativo a desarrollar expresiones de somatización que caracterizan a cuadros como la hipocondría y otros trastornos psicosomáticos. Según Barsky (1992), existen tres elementos involucrados en la amplificación: a) la hipervigilancia: la tendencia a "focalizar de más" en las sensaciones corporales, y de prestar demasiada atención a todas las sensaciones físicas; b) foco selectivo: la tendencia a seleccionar, entre todas las sensaciones, aquellas que son más desagradables, infrecuentes o poco usuales; y c) etiquetamiento erróneo: la tendencia a considerar las sensaciones físicas como anormales y como síntomas de enfermedades graves. Estos tres elementos llevan a una sensación de peligro y amenaza que muchas veces es constante a lo largo del día. Y además permite, en las personas que sufren de trastorno de pánico, que el propio "miedo a tener miedo" induzca una nueva crisis de pánico.
La teoría cognitiva-conductual ha sido y es un eje muy relevante para comprender el desarrollo y la mantención de los trastornos de ansiedad. Asimismo, la terapia cognitivo-conductual ha demostrado su efectividad en el tratamiento de los trastornos de ansiedad.
Variables relacionadas con la ansiedad
Además de explicaciones relativas a mecanismos biológicos y psicológicos que influyen en los orígenes y desarrollo de los trastornos de ansiedad, se han desarrollado otras explicaciones para la presencia de respuestas ansiosas en los niños. Algunos factores del entorno influyen de manera significativa. Estos elementos ambientales son considerados factores de riesgo, en tanto crean condiciones de vulnerabilidad psicosocial que aumentan el riesgo de que los niños desarrollen uno (o varios) trastornos de ansiedad.
Algunos de estos factores tienen que ver con las características de los padres, con sus estilos de crianza y con el clima afectivo que se vive dentro de la familia. Ya hemos visto que un niño con padres ansiosos tiene el 50% de probabilidad de heredar las características de hiperreactividad emocional, por lo que hay un componente hereditario importante (Torgensen, 1990). Sin embargo, el factor genético no permite explicar totalmente el desarrollo de la ansiedad patológica, ni actúa de manera exclusiva, sino en compañía de factores ambientales, tales como las modalidades de relación familiar.
Al respecto, hoy sabemos que los estilos de interacción de la familia nuclear y extensa tienden a "modelar" las respuestas emocionales de las personas. "Los refuerzos parentales y las expectativas de los padres acerca de las conductas temerosas o ansiosas de los niños, además del modelado de temores y la ansiedad que los mismos manifiestan, influyen sobre los infantes" (Cía, 2002, pp. 346-347).
Los padres son modelos de aprendizaje para los niños (Bandura, 2000). Si este patrón de comportamiento persiste a lo largo del