Clínica escolar. Neva Milicic

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Clínica escolar - Neva Milicic

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hemos sentido miedo en algún momento de nuestra vida. Recordemos, por ejemplo, la sensación de alerta que sentimos ante un temblor fuerte, frente a una tormenta con truenos, o cuando un desconocido se nos acerca mientras caminamos solos de noche.

      El miedo es una emoción básica que está siempre "dirigida a algo", a una situación o a un objeto que es específico, concreto y está presente. Es una respuesta de nuestro sistema límbico (una función del sistema nervioso central encargado de mantener la alerta), que nos "pone en guardia" ante la presencia de algo que resulta amenazante (Damasio, 1996). A veces, los miedos son adquiridos; por ejemplo, los niños suelen incorporar los miedos de los padres. Pero existen algunos miedos que son "innatos", pues nuestro sistema humano cuenta con dispositivos que hacen "sonar la alarma" ante peligros que amenazan la supervivencia, tales como ciertos ruidos, olores a putrefacción, etc. Una de las primeras reacciones emocionales de los niños es el miedo (Le Doux, 1996).

      Sentir miedo es, entonces, un fenómeno normal, y surge en el devenir de la vida humana, especialmente durante las etapas de crecimiento, de cambio, de separación o de incertidumbre.

      El objeto de los miedos suele cambiar a medida que el niño crece (ver Tabla 1), pasando de temores inmediatos y tangibles, a temores que anticipan situaciones más abstractas o menos tangibles (Cía, 2002). Según Dulcan y Popper (1991), el número de temores de los niños suele disminuir con la edad.

Estadio evolutivo Situación temida
Nacimiento a 6 meses Pérdida de contacto físico con la madre. Ruidos intensos u objetos que se acercan rápidamente.
7 a 12 meses Personas extrañas.
1 a 5 años Ruidos intensos, tormentas, animales, oscuridad, separación de los padres.
3 a 5 años Monstruos, fantasmas y otros seres terroríficos.
6 a 12 años Daños físicos, asaltantes, ser castigado, al fracaso, a ser enviado a la dirección de la escuela.
12 a 18 años Pruebas o exámenes escolares, sentirse socialmente avergonzado o excluido.

      Tabla 1: Miedos comunes durante la infancia y adolescencia (Fuente: Dulcan & Popper, 1991).

      Semejante a la sensación de miedo es el estrés. Todos hemos sentido en algún momento, altos niveles de estrés. El estrés es una respuesta específica de nuestro organismo, ante las demandas del entorno. El resultado fisiológico de este proceso es un deseo de huir de la situación que lo provoca o bien de confrontarla. En esta reacción participan casi todos lo órganos y funciones del cuerpo.

      El endocrinólogo Hans Seyle en 1974, tras observar a estudiantes de medicina y sus ciclos de alta tensión y agotamiento, propuso que las personas presentamos un síndrome general de adaptación, o "stress", cada vez que nuestro ritmo cotidiano de vida se ve alterado y afecta a nuestro equilibrio interior. La palabra estrés indica el esfuerzo activo de adaptación y las medidas de protección del organismo para recuperar el equilibrio u homeostasis al que tiende por naturaleza. Al comprobar que la reacción de adaptación se daba tanto en estudiantes como en profesionales y dueñas de casa ante situaciones muy distintas y de diversa intensidad, Seyle propuso que el estrés es una reacción inespecífica del organismo a cualquier tipo de demanda, tanto agradable como desagradable.

      Cuando alguien se encuentra en una situación agobiante, una estructura muy importante del cerebro medio, llamada hipotálamo, recibe un mensaje que inicia la movilización de la respuesta de tensión. El hipotálamo es el centro de nuestras emociones y conductas básicas. Una vez que el hipotálamo responde al mensaje, transmite la señal a la glándula pituitaria, que es una glándula maestra en el cuerpo. Ella envía mensajes a las glándulas suprarrenales, ubicadas sobre los riñones; inmediatamente, las suprarrenales secretan adrenalina, que pone en acción al sistema. Según sea la intención de la respuesta de tensión, una persona puede sentir temblor en las manos, opresión en el estómago, así como oleadas de sangre en el cerebro y músculos; se percata que su corazón late apresurado y que el ritmo de su respiración aumenta (Seyle, 1974).

      De este modo, nuestro organismo tiende a responder ante las situaciones estresantes de una manera adaptativa. Contamos con una disposición biológica que incluye un sistema de alerta (sistema límbico) y una multiplicidad de reacciones fisiológicas (liberar adrenalina es la principal) y psicológicas (focalizar la atención en el estímulo amenazante y dirigir la conducta hacia la confrontación o evitación son las principales) para hacer frente a estímulos potencialmente peligrosos.

      Sentir un nivel adecuado de estrés ante situaciones difíciles nos permite autorregularnos y organizar nuestras expectativas y reacciones frente a las diversas situaciones que debemos enfrentar en la vida (por ejemplo, un poco de ansiedad sirve para alertarse y prepararse bien frente a una exposición que hay que hacer delante de un grupo de trabajo… quizás si no sintiéramos ni un poco de estrés o ansiedad, nos confiaríamos y no la prepararíamos bien).

      La literatura actual distingue el eustrés del distrés. El primero sería el "estrés bueno" que es adaptativo pues nos estimula a buscar soluciones y permite enfrentar los desafíos y madurar nuestro sistema emocional (madurar, porque nos acostumbramos a tolerar algún grado de stress, y porque aprendemos a alertarnos en un sentido adecuado). Por el contrario, el distrés o "estrés malo" es la respuesta poco adaptativa del sistema nervioso, que se produce cuando la reacción de alarma se vuelve crónica (por ejemplo, ante los malos tratos en casa o en el colegio, ante una enfermedad crónica, etc.) o resulta inadecuada (excesiva para las dimensiones del estímulo que nos provoca el estrés, o el "estresor"). El distrés está asociado a la liberación de cortisol, lo cual se manifiesta por vías somáticas, inmunológicas y hormonales; implica una respuesta de miedo y puede conducir a un cuadro clínico de ansiedad (Céspedes, 2003).

      Ahora bien, lo que constituye un factor de eustrés o distrés para cada persona es variable, pues no depende tanto del estímulo en sí como de la capacidad de nuestro sistema nervioso autónomo y periférico de manejar las respuestas de alarma que se ven involucradas en las situaciones de estrés. Sin duda podemos identificar estresores más universales, como situaciones de hurto o robo, dificultades económicas, crisis familiares, etc..

      Nos hemos referido al miedo y al estrés, pues constituyen "antesalas" de la ansiedad y sus trastornos. La ansiedad es un estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo, y está relacionada con la angustia que suele acompañar a muchos trastornos psicológicos (Real Academia Española, 2004).

      La ansiedad "normal", que ayuda a enfrentar situaciones de mejor manera, es la que se produce en situaciones de eustrés, en las que hay una reacción de alarma moderada, o bien ésta es intensa pero ocurre ocasionalmente y por períodos cortos; por ejemplo, ante el casamiento de un familiar cercano, o al jugar la final de un partido. En estas situaciones la cantidad de ansiedad es apropiada, y las reacciones que genera en nuestro organismo nos permiten mejorar nuestro rendimiento.

      La ansiedad se relaciona con la angustia; de hecho, muchos autores emplean ambos como sinónimos (Sexto, 2000). Otros hacen una distinción entre ambos términos, relacionando la ansiedad con las cogniciones o pensamientos, y la angustia con las sensaciones físicas o corporales de malestar físico, caracterizadas por la sensación de ahogo y opresión en el pecho (ver Tabla 2) (Oberhofer, 2005).

      Hoy se entiende a la ansiedad como un fenómeno complejo que tiene componentes cognitivos, emocionales, somáticos y conductuales

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