Sabiduría, naturaleza y enfermedad. Mauricio Besio Roller
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La tan universalmente reconocida deshumanización de la atención de salud, en la época actual, cuyos correctivos siguen siendo todavía escasos e ineficaces, exige respuestas a la altura de las circunstancias. Esta magna tarea que requerirá voluntades dedicadas, junto a recursos de todo orden, no podrá jamás comenzar si no se tiene una idea clara de la naturaleza del problema, de las causas que lo originan y de los remedios a emplear. Dada la magnitud, la radicalidad y la especificidad de los problemas, la concurrencia de la filosofía parece imprescindible, tanto en la elaboración del diagnóstico como en la concepción de los correctivos. Pero, ¿habrá la filosofía, alguna vez en la historia, resuelto por ella misma algún problema? Sí y no. La filosofía no transforma nada, lo transforman las personas, y las personas cambian las cosas cuando ellas varían su filosofía. Esta enorme transformación que requiere con urgencia la atención de salud en la hora presente no se logrará sino por la transformación de las personas. Y las personas solo se transformarán, libremente y una a una, es decir, a sí mismas y desde dentro, y esto ocurrirá cuando modifiquen el modo de concebir su trabajo y las realidades en las que él se funda.
Los problemas de la atención de salud individual y colectiva son hoy de una magnitud y de una gravedad tan considerables, que solo una visión integradora y ordenadora podrá abarcarlos. Es la tarea que en Occidente hemos considerado, por antonomasia, como la función del sabio; en efecto, desde los tiempos más remotos se estima que lo propio del sabio es el conocer las cosas, por sus causas más arcanas y elevadas, vivir de modo coherente con lo que piensa y aconsejar a los demás en vistas al buen orden de la sociedad. Ahora bien, de entre los muchos saberes que el hombre dispone le compete a la filosofía, de modo eminente, esta naturaleza y esta función esencial.
Una “sabiduría” de la atención de salud en nuestra época, en consecuencia, es mucho más que un aporte a la “cultura general”. Para nuestra sociedad contemporánea es una necesidad vital y para un profesional de la salud, una condición de sobrevivencia “humana”. Frutos de la sabiduría son, la paz del alma y la alegría, y es lo que más desearíamos ver realizado en quienes emprendan este camino humanizador de su profesión. Nos anima en este propósito el haberlo visto ya parcialmente realizado en muchos colegas. Lo anterior no significa que estos frutos se obtengan de modo fácil. Desde un punto de vista subjetivo, diversos escollos se oponen hoy al desarrollo de una actitud serena y reflexiva frente a la aparente urgencia y complejidad de la vida. Desde un punto de vista objetivo, por otra parte, no resulta fácil adquirir una capacidad filosófica propia, asimilar un caudal grande y diverso de conocimiento e iluminar con ellos la obtención de soluciones. Si cada uno de nosotros acometiera por sí mismo esa tarea, estaríamos abocados a lo imposible. Afortunadamente, somos eslabones en la gran cadena de una tradición cultural, y siendo nosotros mismos enanos, podemos apoyarnos sobre hombros de gigantes y: ¡oh, paradoja!, en ocasiones llegar a ver aquello que quizá ellos solo vislumbraron.
Albergamos la convicción de que más allá de la diversidad de las aproximaciones filosóficas, es posible reconocer en la cultura un decantado común de sabiduría que, trascendiendo el mero sentido común, se encuentra sin embargo en continuidad con aquello que hay de más verdadero en él. Es a esa sabiduría a la que apelamos, desarrollando los diversos temas, al alcance, eso esperamos, de un sentido común sano e instruido, más allá de las formulaciones específicas de escuela. Si en ocasiones apelamos a una tradición filosófica particular es por considerarla accesible y objetivamente convincente. Así y todo, el lector podrá encontrar dificultades para la comprensión propiamente filosófica de algunos conceptos. Nuestra experiencia en el aprendizaje de la filosofía nos enseña que estas dificultades suelen ser el mejor acicate para animarse a profundizar. Pedimos disculpas por las inevitables reiteraciones debidas a la recopilación de textos que fueron a veces redactados para circunstancias diversas. Sin embargo, lo que para los más avisados puede resultar odioso, para los más novatos puede ser pedagógico.
Los autores
INVITACIÓN A LA FILOSOFÍA
Sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos.
Antoine de Saint Exupéry, El Principito
Disposiciones afectivas para el filosofar
Puede parecer extraño que en el primer capítulo de un libro de filosofía, pongamos como epígrafe inspirador una cita de un libro para niños. En realidad, El Principito no es solo para niños, y nos atreveríamos a decir, que más que para niños es un libro para adultos. Este pequeño libro se encuentra además preñado de grandes intuiciones filosóficas11. Y si bien es cierto que estas intuiciones no se encuentran en él sino en el estado de una filosofía implícita o incoada, su sentido suele ser tan primario y profundo que no deja de tener resonancias cognitivas y afectivas en la mayor parte de las personas.
Como la presente obra se dirige a profesionales de la salud en formación, que por lo general no han tenido un contacto continuado con la disciplina filosófica, nos ha parecido pertinente comenzar por hacer explícitas algunas de las implicancias filosóficas de El Principito, como una manera de aproximarse a la filosofía de una forma grata y más afín con la tendencia natural de la inteligencia humana.
Aprender filosofía es, en definitiva, hacerse como niño. Y hacerse como niño no significa transformarse en niño, sino más bien rescatar desde nuestro interior a ese niño que todos llevamos dentro. Más concretamente, debemos intentar recuperar una actitud que se encuentra en los niños de modo espontáneo, ingenuo, pero no por eso menos verdadera. No ciertamente recuperarla