Sabiduría, naturaleza y enfermedad. Mauricio Besio Roller
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Más allá entonces de la apariencia, tal cual ella se manifiesta a nuestras sensaciones y percepciones, la inteligencia detecta, aprehende o colige una realidad fundamental y fundante de donde procede lo que comparece a nuestros sentidos. A este núcleo original y originante del cual depende el ser de las cosas y el conocimiento que nosotros tenemos de ellas, los griegos llamaron physis o “naturaleza de las cosas”.
La palabra española “naturaleza” deriva de la palabra latina natura, que es un sustantivo del verbo nascor, el cual significa “nacer”. La palabra latina es la traducción de la palabra griega physis, sustantivo procedente del verbo phyein, que significa: “nacer”, “brotar” o “crecer”. En consecuencia, el sentido original de la palabra naturaleza, tal como la concibieron los primeros filósofos jonios y más tarde los médicos hipocráticos, es el de “aquello de donde nace, brota o crece una cosa”.
Los griegos fueron los primeros en percibir de modo consciente y reflexivo que las cosas son lo que son, no en virtud de una simple constatación empírica de hecho, sino en virtud de una interioridad de las cosas, que ellos llamaron physis. De tal manera que no consideramos que conocemos algo mientras no conocemos su naturaleza (physis). Por ello la pregunta: “Y esto, ¿qué es?”, es prácticamente sinónima de la que interroga acerca de su naturaleza. La physis, en consecuencia, da cuenta del ser y del devenir de las cosas, en lo que les es propio y permanente. Es en virtud de esta raíz fundante de las cosas que ellas son lo que son, y en virtud de lo cual se nos hacen conocidas. Porque: ¿cómo habríamos de saber que esto es esto y no lo otro si el caleidoscopio de nuestras sensaciones no nos refiriera a un más allá del fenómeno? ¿En base a qué podríamos afirmar: “el agua moja”, “el fuego quema” o “la peste negra es una enfermedad mortal”, si las cosas no tuvieran una “naturaleza”, principio inmanente de ser y de movimiento? ¿Qué sentido tendrían nuestras palabras? ¿A qué podrían ellas apuntar sino a una colección caótica y siempre cambiante de aprehensiones sensibles? Es porque la realidad no es un puro caos, y porque existe en las cosas una cierta estructura unitaria, intelectualmente cognoscible, que la ciencia es una posibilidad.
Ahora bien, si el hombre y sus partes tienen una naturaleza cognoscible, la enfermedad que las afecta también la tiene. Aparece por tanto razonable la pretensión de describir las enfermedades como distintas unas de otras, causadas por diversas cosas y con diferentes tratamientos.
No obstante lo anterior, hay que señalar que si la enfermedad tiene una naturaleza, la tiene por contraste o por defecto; es decir, en la medida en que la enfermedad constituye un alejamiento regular de la naturaleza “sana”. En efecto, la ceguera no es algo positivo, sino más bien algo privativo; la ceguera no es algo que se agregue a la vista, sino que es más bien la ausencia, la resta, de visión. El estudio científico de la physis, la fisiología, aparece entonces como un presupuesto necesario para el conocimiento y el tratamiento de las enfermedades. Surge de esta forma la posibilidad de un nuevo modo de hacer medicina: una medicina ya no basada en un puro conocimiento empírico o de experiencia, sino una medicina fundada en el conocimiento cierto de la naturaleza de las cosas.
Sin embargo, los médicos hipocráticos se dieron perfecta cuenta de que el estudio teórico de las enfermedades no bastaba para hacer medicina, y esto por varias razones. En primer lugar, porque la “ciencia de las enfermedades” versa sobre lo universal (por ejemplo, la hidropesía), y la medicina versa sobre lo individual: “este” enfermo hidrópico aquí y ahora. Además, una ciencia de las enfermedades solo puede aspirar a conocerlas, pero lo que necesita el médico no es conocer enfermedades, sino curar enfermos. El médico debe poder saber cómo hacer para producir la salud. Para ello necesita experiencia y pericia. Y la experiencia y la pericia engloban elementos tanto del orden cognoscitivo como del orden operativo: aprehensión sensible de los singulares, memoria sensible, capacidad de correlacionar lo universal con lo particular, posibilidad de comandar una acción pronta y hábil, etcétera.
El nuevo modo de hacer medicina que surge con los griegos es el fruto de la síntesis armónica de estos dos componentes: ciencia y experiencia. Fue a este tipo de saber que los griegos llamaron saber productivo o tékhne y era a ese tipo de saber que pertenecía la medicina. De ahí deriva nuestra palabra técnica, que los latinos tradujeron luego por ars (“arte”)15. Para los antiguos, la medicina nunca fue ciencia, sino técnica, o arte, en el sentido que examinamos. Considerando esta complejidad de la medicina, Galeno dirá algunos siglos más tarde en su tratado sobre la experiencia médica:
“Si tomamos como modelo la opinión sostenida por los médicos más hábiles y sabios, y por los mejores filósofos del pasado, debemos decir: el arte de curar fue originalmente desarrollado y descubierto por el logos en conjunción con la experiencia”16.
El médico hipocrático fue consciente de la superioridad de su oficio por sobre el del médico meramente empírico. Sin embargo, también fue lo suficientemente realista y humilde como para darse cuenta de que muchas veces la eficacia del médico empírico lo superó. Esto último era particularmente válido cuando en el médico tekhnites su ciencia no iba aparejada de pericia y experiencia.
Recapitulando, la medicina hipocrática es consciente de que la finalidad de la actividad médica no es saber, sino transformar. Es en ese sentido productora o poiética. No obstante, la medicina que nace en Grecia, fundamentalmente a partir de la escuela hipocrática, pretende ser, a diferencia de la medicina empírica de su tiempo, una medicina fundada en episteme. Es decir, una actividad productora guiada por un saber que aspira a ser científico. A este tipo de actividad productora fundada en un saber de tipo causal los griegos la llamaron tékhne. La medicina (iatria) fue tékhne iatriké y el médico hipocrático era, a mucha honra, y a diferencia de los médicos meramente empíricos, un tekhnites. Su dignidad y su gloria, en consecuencia, no se fundaba necesariamente en que curara mejor, sino en que él sabía (o mejor, aspiraba a saber) “la causa” de la enfermedad y “el porqué” de lo que hacía.
Debe insistirse en que este saber médico es un saber muy particular, ya que su característica es la de ser capaz de conducir la producción de una obra (la salud), o sea, se trata de un saber práctico17. La idea de un saber práctico no es evidente de suyo. En efecto, la técnica constituye un saber de rango inferior por relación a la ciencia, en cuanto a la certeza, ya que existirá siempre una distancia insalvable entre el saber científico universal necesario y la acción individual concreta contingente. Por decirlo de otra forma, el saber práctico, en su pretensión de orientar la acción particular “descendiendo” de la ley universal, se hace menos cierto en la medida en que se hace más concreto. De aquí deriva el que se suela referir al conocimiento médico como un conocimiento probable, aproximativo o incierto, propiedades todas estas, que repugnan a la idea de ciencia. Por otra parte, el saber práctico supera a la ciencia en cuanto posee una orientación hacia lo existencial concreto, que la ciencia tiene el riesgo de perder al moverse en un mundo de abstracciones. El práctico suele mirar con desdén la falta de realismo del científico, y el científico suele mirar con desdén el concretismo del práctico.
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