Sabiduría, naturaleza y enfermedad. Mauricio Besio Roller

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Sabiduría, naturaleza y enfermedad - Mauricio Besio Roller

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actuar, es el saber abstenerse. Es por ello que el médico hipocrático debía evitar caer en la irracionalidad o desmesura (hybris), prototipo de la falta contra la naturaleza. Visto lo mismo con mayor profundidad filosófica, podemos decir que el mérito del pensamiento ético griego estuvo en ver que el actuar mal radicaba en atentar contra la razón, ya sea en la ignorancia de ella, ya sea en el actuar voluntariamente, sustrayéndosele. En una concepción como esta, actuar mal y actuar contra la naturaleza resultan sinónimos. En efecto, si lo propio de la naturaleza humana es ser un animal racional, la perfección del accionar del hombre estará en su desplegarse en conformidad y armonía con la razón. Y dado que la naturaleza en toda su infinita variedad no es en su núcleo más íntimo sino inteligibilidad, racionalidad y sabiduría, actuar conforme a la razón no es sino actuar en el respeto de aquello sobre lo cual la naturaleza de las cosas nos instruye.

      Esta es, en una síntesis muy esquemática y apretada, la esencia del legado filosófico hipocrático a la medicina y a la cultura. Tomar plena conciencia de este legado tiene una doble importancia: filosófica e histórica. Filosófica porque la visión griega –más allá que una variante cultural circunstancialmente determinada– ha sido siempre reconocida como un aporte permanente a la cultura universal. Histórica, porque una gran parte de nuestra cultura cívica, médica, filosófica e inclusive teológica, ha sido construida sobre estas bases o con la ayuda de ellas. No podemos entender plenamente lo que somos como ciudadanos, como profesionales de la salud o como filósofos, sin remontarnos a estas bases. Más aún, si acaso estas bases conservan su vigencia, no podemos seguir siendo lo que somos sin reconocernos en ellas y sin actuar en concordancia.

      La idea de naturaleza en el pensamiento moderno

      Sin embargo, nuestro esquemático panorama conceptual e histórico sería incompleto, si no consideráramos una nueva idea de la naturaleza y de la técnica, que se introduce en la cultura occidental a partir del siglo XVII21.

      En efecto, desde la primera mitad del siglo XVII, y en explícita oposición a una antropología y una cosmología tributarias del pensamiento griego, ha venido desarrollándose e imponiéndose en Occidente una nueva manera de concebir al hombre y al mundo. Esta nueva manera, es original y en su campo propio objetivamente valiosa –pero ignorante como lo fue y sigue siendo de los aportes históricos previos–, no podía dejar de enfrentarse en términos de ideas, de personas y de cultura, con la antropología y cosmovisión clásicas. Este insensato enfrentamiento, ilustrado históricamente por el cúmulo de malentendidos entre Galileo Galilei y el tribunal del Santo Oficio, continúa manifestándose de múltiples maneras. Es nuestra convicción y nuestra tesis que los graves problemas éticos suscitados hoy en relación con el desarrollo de la investigación biológica y de la técnica médica, no son sino otra escaramuza en esta ya multisecular cadena de confusiones.

      El nacimiento de una nueva ciencia

      Evocar el surgimiento de la nueva visión del mundo que caracteriza a la modernidad, es evocar a la vez los nombres de sus grandes protagonistas. No porque su pensamiento y su acción sean capaces de dar plena cuenta de lo que a partir del siglo XVII viene ocurriendo, sino más bien porque su pensamiento y su obra ejemplifican bien las características de este proceso cultural. Con gran frecuencia los grandes nombres o los supuestos protagonistas no son tanto los causantes de los nuevos descubrimientos, como los testigos más cercanos o los expositores más lúcidos de lo que de todas formas ya estaba ocurriendo o tenía que ocurrir. Si evocamos entonces los nombres de Galileo Galilei, René Descartes e Isaac Newton, lo hacemos con todas las reservas que venimos de manifestar.

      Como suele ocurrir en las grandes batallas, los contrincantes se atacan buscando el lado más débil, y por ahí suele ser por donde claudican. Sin duda alguna el lado más flaco del edificio científico iniciado por los griegos era la mecánica, y en particular la mecánica medieval de inspiración aristotélica. En realidad, Galilei no es en ningún caso el primero en advertir sus deficiencias, pero es a él que le corresponderá constituirse en su verdugo. Paradójicamente no es sino continuando la senda abierta por el griego Arquímedes, que Galilei logrará llevar a cabo su misión.

      Galilei, inicialmente él mismo un aristotélico, se vio enfrentado a las dificultades para explicar en términos causales el desplazamiento de los cuerpos –en particular, los movimientos contra naturaleza–, como el lanzamiento de proyectiles, ya que estos continuaban desplazándose aun en la ausencia de contacto con su motor. Las explicaciones causales suponían la tarea nada fácil de llegar a conocer la naturaleza íntima de los cuerpos y sus posibilidades de acción. Ante esta dificultad, una forma alternativa, que ya también había comenzado a desarrollarse antes que él, era la de optar por describir matemáticamente tal movimiento, haciendo abstracción de la naturaleza específica de los cuerpos, salvo en aquellos aspectos que se prestaran a la medida cuantitativa y en definitiva a la matematización. El movimiento local quedaba entonces reducido solo a lo que en él pudiera ser susceptible de tratamiento matemático.

      El sobresaliente ingenio especulativo y matemático de Galilei, su metódico y sagaz espíritu de observación, junto a su personalidad beligerante y a sus inigualables dotes de polemista, terminaron por imponer sus ideas y sus métodos en el estudio de la mecánica. Sin embargo, la que bien pudo ser una manera alternativa y complementaria de estudiar el movimiento local de los cuerpos se transformó, ya en la mente de Galilei, en una nueva forma de concebir el mundo y al hombre que lo habita. Visión que descalificaba como irreal toda visión cualitativa u ontológica de la realidad. Galilei, en el clímax de su entusiasmo, llegó a afirmar que la clave última de la inteligibilidad de la naturaleza eran las matemáticas22. Poco importó que los argumentos galileanos se apoyaran en postulados filosóficamente discutibles, o que los experimentos que citaba para apoyar sus teorías fuesen más pensados que ejecutados; ya sea porque estos experimentos eran para la época prácticamente irrealizables, ya sea porque nunca tuvo la paciencia de llevarlos a cabo, o porque desde su concepción eran físicamente imposibles.

      La nueva posición se apoyaba en argumentos que parecían irrebatibles. En efecto, ¿qué importancia puede tener intentar conocer una supuesta naturaleza de las cosas oculta tras los datos inciertos de los sentidos? ¿Por qué no descansar más bien para el conocimiento de las cosas del mundo físico en este nuevo modo de hacer ciencia? Ahora bien, si este nuevo modo de conocer las cosas de la naturaleza conduce a resultados fáciles de objetivar y permite el desarrollo de nuevos aparatos y técnicas, ¿no será acaso que esta sí que es verdadera ciencia y conocimiento de las cosas? ¿Qué sentido tiene seguir afirmando contra toda evidencia que las cosas que observamos encuentran su explicación última en un más allá inteligible y misterioso? ¿No es todo eso más bien una colección de arbitrariedades?

      Siendo también matemático y físico, René Descartes llegará a estas mismas conclusiones, pero por un camino completamente diferente. En su física, Descartes nunca llegó a ser verdaderamente galileano. Es a partir de una crítica general del conocimiento que Descartes llega a la conclusión de que lo único que los cuerpos tienen de inteligibles, y por lo tanto de real, son sus propiedades ligadas a la extensión. Nuevamente, pero por otro camino, es declarada intrascendente la pretensión de encontrar la raíz de las propiedades físicas de los seres naturales en los datos aportados por los sentidos. El nuevo saber debe descansar sobre la idea clara y distinta de extensión o de corporeidad, y sobre el análisis del movimiento local, llevados a cabo de modo deductivo conceptual o matemático.

      Sin embargo, habiendo deprivado a los cuerpos naturales de sus propiedades activas, algo parece faltarle al esquema galileo-cartesiano. Si los cuerpos son meramente pasivos, ¿qué es aquello que da cuenta del movimiento? Para completar el nuevo paradigma, desde el punto de vista de la dinámica, Isaac Newton aportará al conjunto las correspondientes fuerzas, que no quedaban explicitadas suficientemente ni en Galileo ni en Descartes, coronando el todo con axiomáticas leyes naturales que garanticen el determinismo operativo de los entes físicos. Determinismo operativo que había sido evacuado junto con la idea de naturaleza y que es reemplazado, por el confuso concepto antropomórfico de “leyes

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