Sabiduría, naturaleza y enfermedad. Mauricio Besio Roller

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Sabiduría, naturaleza y enfermedad - Mauricio Besio Roller

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La ciencia sería, en efecto, un tipo de conocimiento particular. Con este calificativo de “científico” los antiguos filósofos quisieron designar algunos modos de saber que venían de descubrir, en particular las matemáticas (aritmética y geometría), y lo que ellos llamaban física, que correspondía en parte a lo que hoy llamamos ciencias naturales y a lo que ahora llamaríamos cosmología filosófica o filosofía de la naturaleza. Esos “nuevos” modos de saber representan para ellos una forma original de conocimiento, para cuya designación necesitan utilizar un nuevo término.

      Al parecer, los griegos quisieron designar en primer lugar por esta expresión, un conocimiento cierto, es decir, a un conocimiento de una categoría tal que era capaz de engendrar en su poseedor convicción firme o “certeza”. Pero, ¿por qué este conocimiento era capaz de engendrar tal convicción? Digamos, por lo pronto, que el conocimiento científico parecía ser el único capaz de responder satisfactoriamente al tipo de preguntas como las que acabamos de formular, es decir, preguntas acerca del porqué de las cosas. La ciencia surge en la búsqueda de una respuesta satisfactoria a nuestros porqués.

      El científico busca las causas

      De todos modos, no es que los hombres hasta antes de los griegos nunca se hubieran interrogado a sí mismos sobre las cosas. Parece ser más bien que la originalidad de los griegos está en haber sido los primeros en tomar conciencia plena de que saber bien algo –o lisa y llanamente saber–, supone un tipo de respuesta particular a la pregunta acerca del porqué. Esta respuesta particular es la que explica o da razón, y explicar o dar razón es, en definitiva, mostrar la causa de que una cosa sea lo que es. En efecto, la única respuesta racionalmente satisfactoria parece ser la respuesta etiológica, la respuesta causal.

      Que la respuesta causal sea la única racionalmente satisfactoria no deriva de una caprichosa necesidad psicológica, ni de un prejuicio cultural. Los filósofos griegos descubrieron que la causa no es algo que primariamente tenga que ver con nuestra mente, sino algo que tiene que ver primariamente con la realidad. Causa es “todo aquello de lo cual una cosa depende en su ser o en su devenir”14. Y dado que conocer algo es acceder a lo que la cosa es (es decir, al ser de la cosa o esencia), aprehender intelectualmente aquello de lo cual algo depende en su ser o en su devenir es la forma más radical de conocer.

      Pero estos pensadores fueron más allá. Conocer científicamente no es conocer cualquier cosa “de la cual algo depende en su ser o en su devenir”, sino que conocer científicamente es saber la causa necesaria y propia de las cosas. Es decir, aquella realidad sin la cual una cosa específica simplemente no es. Ahora bien, conocer con este grado de seguridad o necesidad parece darse sobre todo en las matemáticas, al modo de: “Dados tales presupuestos, se sigue necesariamente la conclusión”.

      Sin embargo, y si bien es cierto que las matemáticas poseen una claridad, una exactitud y una necesidad inigualadas, ellas tienen también una debilidad. En efecto, el objeto de las matemáticas es en buena medida un objeto irreal. Se trata de una elaboración mental altamente abstracta, es decir, idealizada o “desfisicalizada”. La claridad y exactitud de las matemáticas deriva principalmente del hecho que ellas son creadas por la mente humana. Con lo cual las matemáticas conocen muy bien algo que es muy poco real. De ahí que ya Platón, gran admirador de las matemáticas, reconociera que en ningún caso ellas pueden ser consideradas ciencia suprema.

      Ahora bien, conocer las causas necesarias de las cosas significó también la posibilidad de remontar (inductivamente) de los efectos a las causas, y descender (deductivamente) de las causas a los efectos. La deducción es justamente la tarea propia de la inteligencia en su función “razonante”, es decir, en el proceso de demostración: “Es porque esto es así que de allí se sigue tal o cual cosa”, o “cada vez que tengamos A, se seguirá B, ya que B se sigue necesariamente de A”. Así, el razonamiento demostrativo parece ser el sello distintivo del proceder científico.

      Los juicios científicos son universales

      Otra de las notas propias de la ciencia, en cuanto conocimiento racional de las cosas, es el carácter universal de sus juicios. Aristóteles hace notar, que por una parte lo que realmente existe es el individuo concreto, y por otra, la ciencia no conoce al individuo más que en su carácter de universalidad. Sabemos espontáneamente que tenemos dos perros distintos, pero sabemos científicamente que ambos son mamíferos. Es decir, la ciencia conoce del individuo aspectos que le son comunes con una pluralidad de individuos; en concreto, con todos aquellos pertenecientes a la especie o clase de individuos que se encuentra bajo estudio. Entiéndase bien, el científico ciertamente conoce los individuos, ya que posee simultáneamente conocimiento sensible (individual) y conocimiento intelectual (universal) de las cosas. Lo anterior no quita que el conocimiento científico (el juicio científico) únicamente se refiere a aquellos caracteres de los individuos que no son individuales, sino que son comunes o universales. Estamos frente a un criterio importante para distinguir saberes científicos de los que no lo son; por ejemplo, la biología, que es una ciencia, y la medicina, que no lo es. La biología enfrenta a los seres vivos desde la perspectiva del descubrimiento de normas, leyes o reglas universales de los seres vivos, mientras que la medicina tiene que ver con el actuar sobre individuos singulares en situaciones únicas e irrepetibles.

      Además de las características mencionadas, la ciencia tenía para los griegos otro título de gloria. La ciencia era para ellos lo más digno, ya que ella no es medio, sino fin. La ciencia, en efecto, no se busca para otra cosa que para sí misma. Se estudia matemáticas primariamente para saber matemáticas. Si alguien quiere después utilizar las matemáticas con un fin práctico, es algo que depende del sujeto particular que estudia matemáticas y no de las matemáticas en sí mismas. Es otra de las razones por las cuales, para los griegos, la palabra ciencia solo se aplicaba propiamente al conocimiento teórico, contemplativo o especulativo, y en ningún caso a los conocimientos prácticos o útiles.

      Un último aspecto a mencionar es que la ciencia busca fundar sus juicios en objetos necesarios, esto es, en realidades o aspectos de la realidad que son de una manera y no pueden ser de otra. No es necesario que un perro sea negro o blanco, ni que sea grande o pequeño, pero si no es un carnívoro no es un perro. La “ciencia del perro” entonces tiene que ver con aquello que hace que el perro sea un carnívoro y no sobre aquello que hace de él que sea negro o blanco. A menos que se descubra, como de hecho ha ocurrido, que en los colores de los perros subyace algo necesario, algo así como una ley de la herencia de los colores de los perros, que restringe los colores posibles a un espectro finito y predecible.

      Digamos, a modo de resumen, que fue mérito de los griegos el haber tomado conciencia explícita y lúcida acerca de un modo superior de conocimiento, al que ellos denominaron “científico”. Conocimiento noble, en tanto que buscado por sí mismo y no en vistas de otra cosa, y engendrador de certeza en quien lo posee en virtud de la aprehensión de las causas próximas, universales y necesarias de las cosas.

      El arte médico como saber práctico fundado en ciencia

      El surgimiento explícito y temático de la idea de ciencia (episteme) en el mundo griego se encuentra en estrecha relación con la depuración de una segunda noción: la idea de naturaleza (physis).

      La idea de naturaleza, al igual que todas las nociones básicas para la comprensión de la realidad, y sin las cuales no podríamos ni entendernos a nosotros mismos ni comunicarnos con los demás, surge de la simple observación. La realidad no es un completo caos, sino que en ella podemos discernir, a través de nuestras percepciones, la existencia de cosas, las unas distintas de las otras, y observamos que los fenómenos que con ellas se relacionan ocurren con una cierta constancia o regularidad.

      Ahora bien, más allá de la variabilidad individual de estos seres y de los sucesos que entorpecen la aparición regular de los fenómenos, los seres humanos somos capaces de discernir la existencia, en las cosas que percibimos, de un más allá de las percepciones, una realidad

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