Sabiduría, naturaleza y enfermedad. Mauricio Besio Roller
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La técnica tiene que poder volver a subordinarse a la naturaleza, que lejos de ser una colección de elementos sin sentido, producto de un devenir azaroso, revela, a quien la sabe observar, constancia y armonía. No se trata de buscar una divinización supersticiosa timorata y absurda de la naturaleza, ni de dejar de reconocer sus límites, imperfecciones y carencias. Se trata de que la técnica vuelva a actuar con ella y no sin ella o contra ella.
Los hombres tenemos que poder volver a redescubrir la realidad, el sentido y la vocación de nuestro cuerpo; frágil, limitado, sufriente, sexuado, marchitable y perecedero como es. Ya que el ser humano no es un ego subsistente y despótico, encerrado en la cárcel de una carne perecedera y vulnerable, sino que es con su cuerpo, por su cuerpo y en su cuerpo, que el hombre vive todo lo que vive. Y para que volvamos a ser solidarios con nuestra corporeidad, no debemos permitir que se toque de modo injusto ni una sola célula del cuerpo de nuestros hermanos, por pequeña, malformada o indeseada que esta sea.
Tenemos finalmente que redescubrir lo admirable y bella que resulta la manifestación de la naturaleza corpórea en el mundo, en las cosas y en el hombre. Esta no es sino una participación infinitamente alejada y pobre de la belleza y magnificencia de las realidades espirituales. Sabiduría, veracidad, lealtad, fidelidad, justicia, prudencia, sinceridad, compasión, amistad, amor de Dios y de los hombres. He allí cualidades intelectuales y morales que ningún desarrollo científico ni técnico podrá por sí mismo proporcionar. En efecto, las realidades espirituales se sitúan en un más allá del ámbito de la producción o de la aplicación extrínseca de la técnica. Es con el sano y recto ejercicio de la capacidad intrínseca de la libertad, que el hombre se construye a sí mismo. He aquí el marco lógico para el gobierno y la autoconstrucción del hombre por sí mismo. Es en el asumir este ámbito de realidades que como médicos, como amigos, como hermanos, seremos capaces de reconocer, apreciar, suscitar y favorecer estas cualidades, aun al interior de la enfermedad y la deformidad. Porque esa es la verdadera victoria del espíritu sobre el cuerpo, no la que lo somete, lo tiraniza, lo maltrata o lo esclaviza, sino aquella que lo reconoce, lo acepta, lo asume, lo ama y lo supera.
Y si llegáramos a descubrir o a redescubrir todo esto, llegará quizá el momento en que, hurgando en el misterio de la naturaleza, podremos llegar a entrever que la última razón de ser de toda inteligibilidad, belleza, bondad y armonía, existente en grados infinitamente multiplicados y variados en la naturaleza corporal o espiritual, radica en la belleza, verdad y bondad infinitas de quien las creó, las gobierna y las mantiene con providente amor y sabiduría.
LA IDEA DE ENFERMEDAD
En caso de indisposiciones leves, la naturaleza logra restablecer la buena salud sin que sea útil recurrir a medicamentos: basta con observar algunas reglas dietéticas estrictas. Cuando hay una intervención médica, esta se limita a restablecer las fuerzas del enfermo y a tener confianza en la naturaleza.
Moshe ben Maimon (Maimónides)
La medicina científico-técnica contemporánea, cuyos orígenes históricos remontan a la medicina hipocrática, ocupa en la actualidad un lugar destacado en la gran mayoría de las sociedades, aun a pesar de la creciente difusión de las llamadas medicinas “tradicionales”, “paralelas”, “dulces”, “folclóricas” o “alternativas”. La vigorosa persistencia de la actividad médica científico-técnica está determinada, entre otros muchos factores, por el ininterrumpido aflujo de personas que solicitan su atención y por su sostenido progreso en conocimientos y adelantos técnicos. Este progreso se expresa en nuestros días a través de una creciente especialización y diversificación de los servicios ofrecidos.
Tanto la figura del médico como de los profesionales relacionados que surgen a lo largo de la historia experimentan intensas transformaciones desde las épocas de Hipócrates y de Galeno hasta el presente. Además, las características biológicas, psicológicas y socioculturales de aquellos que solicitan sus servicios se han visto modificadas a lo largo de la historia.
Por otro lado, dado que una buena parte del éxito de la actividad médica depende de una perfecta compenetración entre el que aporta el servicio y el que lo solicita –en cuanto a conocimiento y aceptación de las finalidades que motivan y orientan esta interacción–, resulta de suma importancia para el médico y para todos los que de un modo u otro están comprometidos en esta actividad, conocer las razones que mueven a las personas a consultar en los servicios de salud y saber en detalle lo que ellas esperan de las prestaciones ofrecidas26. No se trata de conocer estas motivaciones y expectativas con el objeto de que el médico y los servicios de salud adapten ciegamente su “oferta médica” a las oscilaciones y caprichos de una cierta “demanda”; se trata simplemente de un intento por lograr un mínimo de explicitación mutua de aspiraciones y compromisos, condición sine qua non de toda comunicación y de toda colaboración.
El carácter reduccionista de la medicina moderna
En una primera aproximación podría parecer que definir las características del consultante de los servicios de salud no resulta difícil. ¿No es obvio acaso que los que solicitan ayuda médica son los enfermos? Una mínima profundización nos muestra que la respuesta satisfactoria a esta interrogante dista mucho de ser tan simple. En efecto, una proporción creciente de individuos, objetiva y/o subjetivamente sanos, están siendo hoy objeto de acciones llamadas de salud27. Por otra parte, aun cuando restringiésemos la actividad médica a acciones sobre enfermos, la palabra enfermedad no solo no tiene una significación unívoca para todos los médicos, sino que además al interior de un mismo significado no es fácil concitar consensos acerca de los límites exactos de las definiciones28. Peor aun, si ya es difícil llegar a consenso entre los médicos acerca del significado y los límites de las enfermedades, el asunto se torna todavía más complejo cuando incluimos en nuestra consideración lo que para los demás profesionales de la salud o lo que para los que consultan significa estar enfermo. Asimismo, qué consideran como enfermedad ciertas organizaciones, como las compañías de seguros o las instituciones de salud previsional.
Si aceptáramos que los individuos sanos son objeto de la medicina en cuanto susceptibles de enfermar (con mayor o menor probabilidad), queda pendiente el problema de determinar a partir de qué se establece el concepto de enfermedad y cuál de los muchos conceptos que parecen existir es el que debe tener prioridad29.
Hasta hace no muchos años, para la gran mayoría de los autores parecía bastante claro que precisar la naturaleza exacta de la enfermedad consistía en una tarea eminentemente científica y médica, y que era en torno a esta conceptualización biológica y médica que debía girar la organización de los servicios de salud. Sería esta conceptualización “biomédica” de enfermedad la que –según algunos teóricos actuales de la medicina– habría determinado el surgimiento del modelo biomédico de atención de salud, que sería a su vez el modelo preponderante en la atención de salud en todas aquellas partes donde se ejerce la medicina científico-técnica moderna30. Existe un cierto consenso en la actualidad, entre los investigadores del tema, acerca del carácter reduccionista del modelo biomédico de atención de salud y del concepto de enfermedad que se encuentra en su origen. Se atribuye a su predominio hegemónico buena parte de la frustración y del descontento existente tanto en los profesionales de la salud como en sus supuestos beneficiarios31. Si el diagnóstico esbozado es correcto, al menos en sus líneas generales, tenemos que preguntarnos acerca de la causa que origina este problema y debemos intentar precisar las