El adolescente y sus conductas de riesgo. Ramón Florenzano
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Los problemas de identidad en la mujer se centran en la opción entre el papel matrimonial y el laboral. La preparación para un título universitario pasa, en algunas adolescentes, a tener mucha más importancia que la búsqueda de una relación de pareja adecuada. El encontrar marido y el realizarse profesionalmente son percibidos como objetivos incompatibles, generándose dinámicas de competencia intelectual con los varones que se les acercan: ellas se sienten, constantemente, superiores a éstos. Dicha configuración explica por qué es más frecuente en mujeres profesionales la soltería prolongada.
La identidad yoica, en este período, pasa a fusionarse con la capacidad de intimidad: el saber que se es amada y que se ama, y el poder compartir el yo y el mundo con otra persona. Esta capacidad de intimidad sólo aparece después de tener una razonable fe en sí mismo y en la propia capacidad de funcionar en forma autónoma e independiente: antes de caminar de a dos, es necesario saber caminar solo. De otro modo, se necesita al otro no como persona sino como bastón. La identidad de la mujer pasa también a depender, en gran medida, de las características y capacidades de su pareja. Ello hace que, a veces, se orienten al matrimonio más rápida y activamente que los hombres. Esta es una etapa difícil para la mujer, pues culturalmente se espera que adopte un papel más pasivo y receptivo que el varón. En general, la capacidad para la intimidad tiene una función más central en la formación de la identidad femenina que en la masculina.
Sólo al final de la adolescencia está el joven preparado para una relación íntima estable. En los períodos previos predominan la exploración y la búsqueda, y hay una mayor presión de impulsos que buscan descarga, así como un mayor grado de egocentrismo y narcisismo. La coparticipación y el interés en la satisfacción del otro se hacen sólo gradualmente más centrales. Existen casos en los cuales el sexo se mantiene separado del amor y del cariño. Éste puede prestarse a ser juego, deporte o camino para superar las propias inseguridades, siendo usado agresivamente en la relación con el otro. Varias desviaciones del impulso sexual, como el sadomasoquismo o el exhibicionismo, son ejemplos en la práctica clínica de la afirmación anterior.
Las variaciones en la conducta sexual y de acercamiento de pareja han sido documentadas por diferentes estudios chilenos. Así, Álamos (op. cit) demostró cómo la dicotomía amor-sexo recién aludida es más acentuada en la adolescencia inicial que en la tardía. De los doce a trece años sólo el 46% de los adolescentes informa experimentar atracción física hacia la mujer que se quiere. Este porcentaje sube a un 83% en el período de dieciséis-diecisiete años. La frecuencia de relaciones heterosexuales encontrada en el estudio recién aludido de Álamos, en adolescentes de nivel medio alto, fue de un 36,4% entre los varones. En el mismo sexo, Avendaño (op. cit.) encontró un 56,7% entre adolescentes de nivel medio y medio-bajo en el sector norte de Santiago de Chile. Las mujeres del último grupo habían tenido relaciones en un 19,4%. Velasco(71) halló un aumento en la frecuencia de las relaciones sexuales entre las mujeres, desde un 6% a los quince-dieciséis años, hasta un 31% entre los diecisiete a diecinueve. Todos los estudios, por lo tanto, concuerdan en la mayor frecuencia de conducta sexual activa en el varón de estratos socioeconómicos bajos. En nuestros estudios antes mencionados, en una muestra representativa de los adolescentes escolarizados de Santiago de Chile en 1994, un 22,7% señalaba haber tenido relaciones sexuales, la mayoría de las veces en forma única u ocasional. El porcentaje de relaciones frecuentes aparecía en un quinto del total de adolescentes iniciados sexualmente. La conducta homosexual era aún más rara: un 1,6% de los varones y un 0,2% de las mujeres informaban experiencias de este tipo. Más adelante volveremos a estas cifras.
El fin de la adolescencia es, por lo tanto, un cierre de un tiempo de cambios rápidos y de exploraciones, y lleva a uno de compromiso personal y laboral: la adultez joven que, externamente, puede parecer una restricción y una pérdida de los horizontes amplios que caracterizaron al período que acabamos de revisar. Los logros típicos del final de la adolescencia que se.encuentran normativamente son entonces los siguientes:
1. Una identidad coherente, que no cambia significativamente de un lugar a otro;
2. Una capacidad de intimidad adecuada en términos de relaciones maduras, tanto sexuales como emocionales;
3. Un sentido claro de la integridad, de lo que está bien y lo que está mal, con desarrollo de sentimientos socialmente responsables;
4. Una independencia psicológica con sentido del sí mismo que permite tomar decisiones, no depender de la familia, y asumir funciones y responsabilidades propias de los adultos;
5. Una independencia física con capacidad de ganarse el propio sustento sin apoyo familiar.
CORRELATOS SOCIOCULTURALES
El concepto de adolescencia es una construcción social relativamente reciente, propia de las sociedades urbanas occidentales industriales y posmodernas. Las descripciones, clasificaciones y subetapas recién expuestas deben, por lo tanto, tomarse con bastante precaución al trabajar en niveles socioeconómicos bajos o con grupos urbano-marginales o rurales. El niño con baja escolaridad que debe empezar a trabajar en forma muy temprana para contribuir al sustento familiar, o el hijo de una madre soltera adolescente, muchas veces no atraviesa las etapas recién descritas. Es en estos jóvenes donde son más necesarios los esfuerzos de investigación tanto descriptiva como explicativa. La marginalidad y la interfase sociocultural de las poblaciones periféricas del gran Santiago, o los "pueblos jóvenes" de Lima, o las "favelas" paulistas albergan un tipo de adolescente poco estudiado en comparación al de la clase media urbana. Mucho de la violencia y delincuencia juveniles de las grandes ciudades corresponde a estos grupos de riesgo alto, de salud tanto física como psicosocial Los adolescentes campesinos constituyen otro grupo, demográficamente en disminución, pero también importante: gran parte del cambio socio tecnológico recién descrito también ha llegado al campo, e impactado no sólo las economías sino los estilos de vida agrarios. La crisis de la adolescencia será, como ya señaláramos, muy diferente en sociedades estables y tradicionales, en las cuales los jóvenes heredan las actividades, propiedades y estilos de vida de los padres, que en sociedades en flujo y cambio rápidos.
Otro fenómeno propio de nuestra época es la aparición de subculturas juveniles urbanas. Los niños de la calle de Rio o São Paulo son una versión latinoamericana de los gangs neoyorquinos y del fenómeno del mobbing nórdico o germano que aparece en el cine juvenil europeo actual. Son necesarias investigaciones que muestren las motivaciones y peculiaridades de estas subculturas juveniles. Zegers(72) ha mencionado tres dimensiones que caracterizan a los jóvenes de nivel medio, integrados a la estructura social urbana: actividad autónoma, individualismo y orientación hacia el futuro. Éstas se contraponen a algunas características de los grupos socioeconómicos bajos que la misma autora menciona: pasividad-fatalismo, colectivismo y orientación hacia el presente.
El estudio socioantropológico de las subculturas juveniles marginales de las grandes urbes es, pues, hoy día, cada vez más necesario. Un aporte interesante al respecto es el realizado por Portillo, en Uruguay, quien ha descrito el actual modelo cultural de la juventud, señalando cómo(73) en nuestras sociedades se ingresa cada vez más temprano a la adolescencia, lo que se expresa en los juegos, las costumbres o las modas. Se irradia así sobre toda la sociedad un "espíritu juvenil", que pone en entredicho y cuestiona la respetabilidad y hegemonía del mundo adulto que existió en épocas anteriores. Dice este autor: "Ubicado en el centro de la propuesta cultural de la postmodernidad, este modelo juvenil hegemónico no sólo acorta la infancia, sino que hace que adultos y hasta viejos pretendan ser jóvenes". Se trata de afrontar un futuro incierto, dadas las crisis de las ideologías y del "fin de la historia" desde la alegre irresponsabilidad juvenil. Vivir al día, sin ataduras con el pasado y en ruptura con la memoria colectiva, en un discurrir sin rumbo