El adolescente y sus conductas de riesgo. Ramón Florenzano
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LOS HOMÓCLITOS
Una de las polémicas más permanentes en la literatura es cuan generalizables son descripciones como la anterior y de otras realizadas por psicoanalistas como Anna Freud o Peter Blos, cuya experiencia es fundamentalmente clínica, al estudiar adolescentes consultantes. La alternativa ha sido el estudio de adolescentes normales realizada, primero, en los Estados Unidos y, luego, en forma transcultural por Offer y su grupo. Estos autores han acuñado el término homóclitos, para referirse al desarrollo habitual de los adolescentes que, de acuerdo a sus hallazgos, no es tan tumultuoso ni emocional como las descripciones hacen pensar. A través de una serie de encuestas realizadas con adolescentes estadounidenses de enseñanza media, utilizando un cuestionario estandarizado, han llegado a la visión de que la mayoría de los adolescentes son capaces de integrar sus nuevas experiencias afectivas, cognitivas, biológicas y sociales con poca disrupción(67). Los resultados de esta aproximación empírica muestran que los adolescentes, de acuerdo con las características de su desarrollo, pueden ser agrupados en tres grupos:
1. Desarrollo continuo. Este grupo, que correspondió al 21% del grupo total, progresaron a través de la adolescencia con un desarrollo imperturbado, con mucha seguridad de que llegarían a tener una vida adulta satisfactoria. En general, provenían de familias que no habían tenido experiencias particularmente negativas, y de unidades nucleares estables. Eran capaces de enfrentar las situaciones estresantes combinando la razón y la emocionalidad en forma tranquila, aceptaban las normas culturales y se podían insertar en su contexto sin mayor rechazo ni rebeldía. Sus padres habían podido apoyar la independencia de sus hijos, y aceptar un equilibrio diferente en la medida que éstos maduraban. Se había desarrollado un grado importante de confianza y respeto mutuos, con ligazones afectuosas evidentes entre padres e hijos. Este proceso era facilitado por el hecho de que en general los hijos no habían cambiado radicalmente de rumbo en comparación a los estilos de vida parentales, y sus sistemas de valores se relacionaban claramente con los de éstos, sin ser necesariamente idénticos. Estos adolescentes también exhibían la capacidad de relaciones interpersonales poco conflictivas, con amigos cercanos y con relaciones cada vez más cercanas con el sexo opuesto. Sus sistemas de valores no les creaban dificultades especiales, y tenían una vida de imaginación y fantasía relativamente activa, siendo capaces de llevar sus ideales y sueños a la realidad a través de la acción.
2. El grupo de desarrollo surgente, como lo denominó Offer y su grupo, correspondió al 35% de los adolescentes estudiados y se caracterizó por desarrollarse a través de "saltos" y mayor discontinuidad que el anterior. Tenían que concentrar más energía en enfrentar las tareas del desarrollo, y oscilaban entre una adaptación adecuada y períodos de detención y, a veces, retroceso. Tendían a mostrar más emociones de tipo enojo y frustración, y sus relaciones con la familia eran menos positivas. En general, podían enfrentar el estrés adecuadamente, pero con niveles de ansiedad, a veces, significativos. Tenían menos confianza en ellos mismos, con una autoestima más oscilante; en general, desarrollaron relaciones interpersonales tan cercanas como el grupo previo, pero demostraron mayores diferencias de opiniones y valores con sus padres. Los temas de disciplina, rendimiento acádémico o creencias religiosas los colocaron, en oportunidades, a distancia de sus progenitores. En general, definieron adecuadamente sus expectativas de largo plazo, pero les costó más trabajar hacia esas metas, pasando por etapas de desinterés o falta de entusiasmo por sus estudios. En cuanto a su acercamiento al sexo opuesto, mostraron más dificultad, tendiendo, a veces, a postergar su acercamiento a éste, con excepción de un pequeño subgrupo que mostró conducta sexual muy temprana. En general, sin embargo, el ajuste final de estos sujetos era tan adecuado como el del grupo anterior al final de la adolescencia.
3. Grupo de desarrollo tumultuoso. Este grupo es el más cercano al habitualmente descrito en la literatura psiquiátrica y psicoanalítica, y corresponde al 15% a 20% de los adolescentes estudiados. La turbulencia interna de estos jóvenes no sólo se expresa en una mayor emocionalidad y en síntomas ansiosos y depresivos, sino en conductas alteradas que les pueden crear problemas en la casa o en la escuela. Tienen muchas mayores dudas acerca de sí mismos, conflictos, a veces, significativos con sus padres y rendimientos académicos inconsistentes y en algunas oportunidades francamente deficitarios. Su background familiar es menos estable que en los otros grupos, encontrándose familias con conflicto conyugal abierto, historia de enfermedad mental: en general, un contexto familiar o social menos favorable. En nuestra nomenclatura, corresponde a sujetos con mayor riesgo que los anteriores.
Un 20% adicional en el estudio de Offer correspondió a sujetos no clasificables en ninguno de los tres grupos anteriores. En resumen, este autor plantea que alrededor del 80% de su muestra corresponde a homóclitos, y un 20% a adolescentes que calzan con la forma clásica de sturm und drang.
SUBETAPAS DE LA ADOLESCENCIA
Los diferentes componentes del síndrome de adolescencia normal antes descrito no se presentan de una vez, sino que en varias subetapas, que se superponen entre sí. Ellas se han clasificado en: la FASE PERIPUBERAL (o de adolescencia inicial) que va de los diez a los catorce años; la FASE POSPUBERAL (o de adolescencia propiamente tal) que va de los quince a los diecisiete años, y la FASE JUVENIL INICIAL (o de adolescencia tardía) que va de los dieciocho a los veinte años. A continuación, describiremos, en detalle, cada una de dichas etapas.
1. Adolescencia Inicial
Los cambios biológicos de la pubertad antes descritos son vividos por el niño como una irrupción de elementos nuevos, irracionales y extraños, en un mundo que hasta el momento era ordenado y previsible. En especial, la niña fluctúa en su estado emocional en relación con los cambios de sus niveles hormonales que se acentúa alrededor de las primeras menstruaciones. El cambio en su aspecto externo puede, también, preocupar sobremanera a la muchacha adolescente. Se da cuenta de que los varones la miran, de que su padre no le demuestra ya el cariño físico anterior, y experimenta sentimientos encontrados al contemplarse en el espejo. La reelaboración del conflicto edípico, en este período, ha sido descrita como de especial importancia en los estudios psicoanalíticos ya mencionados de Anna Freud y Peter Blos.
La metamorfosis anterior, en el caso del varón, se centra en el aumento de su masa muscular y, por lo tanto, de su capacidad potencial de agresión física. Aparece también la capacidad de eyacular, y con ello las poluciones nocturnas y conductas masturbatorias. El control de la tendencia a la masturbación compulsiva representa un desarrollo de la capacidad psicológica de autocontrol. Estudios chilenos muestran que las conductas masturbatorias son mucho más frecuentes en los varones que en las mujeres: Avendaño encontró que a los dieciséis años se había masturbado el 95% de los hombres y el 23% de las mujeres. Estos porcentajes ascendieron al 98 y 33%, respectivamente, a los diecinueve años(68).
Otro elemento importante, en esta etapa, es a nivel del desarrollo cognitivo. De acuerdo con las investigaciones mencionadas de Piaget y su escuela de Ginebra, se avanza desde el pensamiento lógico concreto del inicio de edad escolar al pensamiento operatorio formal(69). Dicho pensamiento se orienta hacia lo posible, y procede contrastando sistemáticamente las alternativas de solución de un problema. Esencialmente hipotético-deductivo, se libera de la realidad concreta inmediata y se adentra en el terreno de lo abstracto y de las operaciones simbólicas. El mencionado pensamiento permite la construcción de sistemas y teorías y, además, la adopción de una actitud crítica frente a la realidad, tan propia de los adolescentes. Álamos y cols.(70) encontraron, en su estudio de 143 adolescentes chilenos de nivel medio-alto, que si bien desde los catorce-quince años disminuye el pensamiento concreto y aumenta el formal, aun a los dieciséis-diecisiete había un predominio del primero sobre el segundo: el 56,7% de los jóvenes estudiados presentaron respuestas concretas y sólo el 43,3% tuvieron respuestas formales.