El adolescente y sus conductas de riesgo. Ramón Florenzano
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La sexualidad en esta etapa es activamente sublimada, sea en proezas deportivas o en una activa vida social. Tal sublimación es reforzada positivamente por las organizaciones que se preocupan de la juventud: boy sconts o girl guides, grupos deportivos o de Iglesia, etc. En cuanto a la familia, la relación con el progenitor del mismo sexo se distancia, y comienza la reorientación desde la familia hacia los grupos de amigos. Este cambio de centro de gravedad es muchas veces mal tolerado por los progenitores, produciendo un grado de tensión en la familia que típicamente se exacerba en la etapa consecutiva.
2. Adolescencia media
El hecho central en este período es el distanciamiento afectivo de la familia y el acercamiento a los grupos de amigos. Implica una profunda reorientación en las relaciones interpersonales, que tiene consecuencias no sólo para el adolescente sino para sus padres. La familia ha sido el centro de la existencia emocional del joven por catorce o quince años. La superación del apego y el dejar de aceptar fielmente el control familiar es un paso difícil, pero necesario para conocer sin temor el mundo de los demás y para aprender a relacionarse con los pares, en especial con los del sexo opuesto. El adolescente oscila entre la rebelión y el conformismo. Para alejarse de sus padres los jóvenes se visten, hablan y opinan muy diferente a ellos, pero a la vez son muy leales a su grupo de iguales, conformándose rígidamente a las modas, expresiones y estilos de relación de éstos. Las pandillas y los grupos de amigos conforman, entonces, una subcultura cerrada que hace que los padres se sientan excluidos, sea por costumbres o por lenguaje que no entienden o aceptan. El uso excesivo de drogas u otras actividades antisociales surgen dentro de este contexto de búsqueda de actividades que diferencien al joven de las generaciones que le preceden.
Muchas veces la superación de la dependencia con respecto a la familia se hace descalificando a uno o ambos progenitores. Ello puede obedecer más a una necesidad inconsciente de aflojar lazos que a dificultades objetivas con los padres. El joven, para alcanzar más autonomía, necesita demostrarse a sí mismo que es capaz de trazar su camino por la vida y que no precisa de los juicios y directivas de sus padres. El adolescente busca activamente juicios, opiniones y valores propios, sin aceptar ya, automáticamente, los de sus padres. Los errores y contradicciones de éstos son magnificados para facilitar el proceso de desapego.
Otras veces se produce una desilusión real al descubrir o corroborar una conducta o antecedente decepcionante en la vida de uno o ambos padres. Este desplomarse de los modelos patentales puede representar una dificultad para éstos, cuya relación con los hijos se ve sometida a prueba. Deben confiar en que lo que realizaron en la niñez de sus hijos ha sido sólido, y que el adolescente ya es capaz de comportarse bien por su cuenta, y no estar permanentemente supervisado. Hemos ya comentado cómo esta dificultad aumenta cuando la crisis del adolescente coincide con la crisis de la edad madura de uno o de ambos padres.
La importancia del grupo juvenil aumenta en la medida que decrece para el joven la de sus progenitores. El grupo mencionado desarrolla, frecuentemente, posiciones antiadultas. Se forman núcleos de amigos íntimos, que se apoyan y acompañan mutuamente. Dentro de estos grupos no se aceptan normas o controles externos, y se da un espacio donde se define la legitimidad o madurez de las propias conductas. Este grupo pasa a compensar para el joven la pérdida que implica la separación de los padres, y representa, también, un lugar donde se exploran costumbres y normas sociales externas a la familia. La conducta es controlada por el grupo respecto a la homogeneidad de todos los miembros: cada uno debe actuar conforme a los patrones valorados por el grupo. El prestigio individual se basa en símbolos (ropas de marca, posesión de objetos, etc.) que son valorizados por todos.
Existe, además, una diferenciación sexual en la estructura y temática de los grupos. Algunos son predominantemente masculinos, orientados hacia la acción y otros mixtos o predominantemente femeninos, orientados hacia la socialización y relaciones de tipo sentimental o romántico. Los grupos masculinos encuentran su polo extremo en las pandillas antisociales, que roban y condonan otras conductas agresivas de sus miembros.
La homeostasis intrafamiliar implicaba la represión de la conducta sexual del muchacho. Dicha represión se supera paulatinamente en tal etapa, al desplazarse el foco afectivo y erótico fuera de la familia y hacia personas de la misma edad y del sexo opuesto. La transición hacia los primeros pololeos se da en esta etapa, en forma paulatina y tímida primero, y más agresiva y abierta, después. Las actividades de búsqueda entre ambos sexos son progresivamente más cercanas y explícitas, y van desde el enamoramiento sentimental y romántico a las primeras aproximaciones físicas. Las reuniones grupales pasan a transformarse en grupos de parejas y, luego, en parejas solas que tienden a aislarse.
Las relaciones sexuales son relativamente poco frecuentes en esta etapa, dada la prohibición cultural que pesa sobre los encuentros prematrimoniales. El doble estándar de nuestra cultura, más permisivo con respecto a hombres que a mujeres, está variando en las últimas décadas. Psicológicamente, sin embargo, es necesario que exista un lapso de tiempo entre tener la capacidad biológica de relacionarse sexualmente y el concretar esta potencialidad en la práctica.
Lentamente surge, en este período, la capacidad de enamorarse, integrando componentes espirituales, sentimentales y eróticos en una persona, no disociadas en diferentes personas, como en las etapas anteriores. El adolescente es capaz de integrar estos aspectos gracias a la capacidad de utilizar mecanismos de defensa más elaborados, tales como los de fantasía activa (ensoñación), el de sublimar impulsos prohibidos en otros socialmente aceptables, y el de intelectualizar y racionalizar cierto ascetismo. La adolescencia media constituye, entonces, una última etapa en la que pueden ensayarse conductas sin que esta práctica tenga las consecuencias determinantes y los compromisos a largo plazo propias de las etapas consecutivas.
3. Adolescencia final
En esta etapa terminal de la adolescencia se concretan los procesos recién descritos, alrededor de la consolidación de la identidad del Yo. La respuesta a la pregunta: ¿quién soy yo? es contestada ahora con innumerables variaciones. La búsqueda de vocación definitiva se hace más premiosa y urgente, muchas veces estimulada por hermanos o amigos que se casan o comienzan a trabajar. Para muchos adolescentes dicha etapa constituye un desarrollo lógico y no conflictivo de procesos previos. En otros casos, hay conflictos más abiertos que llevan, a veces, a la así llamada por Erikson MORATORIA PSICOSOCIAL.
La identidad consiste en la sensación de continuidad del sí mismo ("self) personal a lo largo del tiempo. Dicha identidad hace a la persona diferente tanto de su familia como de sus coterráneos. Ella confiere cierta previsibilidad a las conductas individuales en diferentes circunstancias, y acerca y diferencia, al mismo tiempo, al joven de su familia, grupo social, colegas profesionales y laborales, grupo etario y momento histórico. El completar la propia identidad es personal y socialmente necesario para, posteriormente, evitar fluctuaciones extremas. La elección vocacional se hace con un costo interno y externo: el cambiarse de una carrera a otra cuesta cada vez más en la medida que transcurre el tiempo. Lo mismo vale para la elección de pareja, ya que el daño emocional que conllevan las separaciones matrimoniales es progresivo, en la medida que transcurre el tiempo.
En algunos cuadros clínicos, como ciertas neurosis y patología limítrofe del carácter, se aligera este cierre y delimitación de elecciones. El patológico síndrome de difusión de identidad descrito por Erikson se advierte en sujetos que, crónicamente, van de oficio