El santo amigo. Teófilo Viñas Román

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El santo amigo - Teófilo Viñas Román Cuestiones Fundamentales

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definir al ser humano como un ser esencialmente dialogal, diálogo este que va mucho más allá de una simple comunicación verbal con otra u otras personas, puesto que exigirá siempre una íntima comunión interpersonal de lo que cada uno es y tiene. Por eso mismo, hay que afirmar que el ser de la persona humana tiene que expresarse en un ser-con y su vivir en un vivir-con. En este mismo sentido, aunque no aparezca el término amistad, hay que interpretar estas palabras del Concilio Vaticano II:

      Efectivamente, esa vida social, a la que alude el Concilio, no puede quedar en un mero y frío respetarse las personas, sino que deberá concretarse en un trato amable con los demás, en la reciprocidad de servicios y en el diálogo con los hermanos. Queda bien claro, pues, que la relación interpersonal ha de ser cálida y amistosa, porque solo así, la persona humana alcanza a satisfacer esa necesidad, ya que esta ha adquirido rango de auténtica necesidad primaria y que, por lo mismo, tiene que ser satisfecha, si la persona no quiere ver frustrada su esperanza de felicidad, tan estrechamente ligada a la relación amistosa. También el otro, los otros, nos necesitan de la misma manera que nosotros los necesitamos. Después de tratar amablemente a cuantos se relacionan con nosotros, nos podremos preguntar quiénes son o pueden ser nuestros amigos más íntimos.

      Y después de estos importantes representantes de la antigüedad greco-romana, defensores entusiastas de la amistad, llegamos a los grandes pensadores del mundo occidental de todos los tiempos (creyentes cristianos o no). Llama la atención, sobre todo, que todos ellos comiencen afirmando que la amistad es una exigencia de la propia naturaleza humana, al estilo de los viejos filósofos griegos y romanos. Con toda intención quiero comenzar citando a tres personajes de la edad antigua y medieval: San Agustín de Hipona, Elredo de Rieval y santo Tomás de Aquino; los tres comenzarán afirmando que la amistad es un bien natural.

      Ahora bien, si esta necesidad de la amistad se afirma desde la simple consideración de lo que es el ser humano, ¿qué no será si este, además, es un creyente cristiano? Sabe este, o debe saberlo, que tal vocación la ha depositado Dios en lo más íntimo de sí mismo y que en la respuesta positiva a ella se descubre, más que en cualquier otra dimensión, en el haber sido creado a su imagen y semejanza. Ahora bien, si «Dios es amistad» (ad intra y ad extra), como afirma el citado Elredo de Rieval, parafraseando con acierto el texto de san Juan —Dios es amor (1 Jn 16), Dios es amistad—, el hombre solamente realizará esta imagen en la medida en que viva el amor mutuo, preconizado por Jesús en la noche de su despedida: Vosotros sois mis amigos (Jn. 15, 14).

      Tampoco se pueden omitir, a este respecto, los testimonios de algunos autores de nuestros días. Entre los muchos que figuran en mi Florilegio, he aquí los que me parecen más significativos y elocuentes, en orden a mostrar la absoluta necesidad de la amistad en toda vida humana:

      Valiosísima, a este respecto, es la experiencia personal del psicoanalista Ignacio Lepp, el cual en el prólogo de una de sus obras nos manifiesta su propósito, como psicólogo y pedagogo, de persuadir a todos a «hacer amigos». Dice así:

      Ya en mi primera juventud, gracias a la amistad, experimenté las alegrías más profundas y más puras, y me fue posible triunfar sobre numerosos obstáculos que obstruían el camino de mi vida. Si hoy, en la edad madura,

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