El santo amigo. Teófilo Viñas Román
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Entre los griegos, una de las definiciones más hermosas de la amistad es la que había labrado Platón, inspirándose en un proverbio atribuido a Pitágoras —«entre amigos todo es común»—, «la amistad es koinonía», o lo que es lo mismo: «una comunión de lo que son y tienen los que se dicen amigos»[2]. En esa misma línea se expresa Aristóteles cuando afirma: «Es acertado el proverbio que dice: entre amigos todo es común, puesto que la amistad consiste en la koinonía»[3]. Otra hermosa definición del Estagirita es la que nos brinda respondiendo a la pregunta «¿qué es un amigo? - Un alma en dos cuerpos»[4].
Entre los pensadores romanos, Cicerón descuella por encima de todos los que escribieron sobre la amistad, aunque también Séneca, Ovidio y Horacio acuñaron fórmulas verdaderamente lapidarias. De este último es la que define al amigo como «la mitad de mi alma» (dimidium animae meae)[5]. Cicerón, por el que Agustín tuvo predilección especial, define la amistad con estas palabras: «Acuerdo en asuntos divinos y humanos con benevolencia y amor»[6]. Y definiendo a un amigo dirá: «El amigo es otro yo»[7]; y también: el amigo «es aquel cuya alma se hace una con la del amigo»[8]. Cicerón reconocerá, además, que «la amistad es el mejor regalo de los dioses»[9].
Agustín nunca dudó en aceptarlas, como expresiones cabales de la amistad; una amistad que, una vez convertido, la considerará como «don de Dios», el Dios de la revelación, cuya presencia amiga se hace absolutamente necesaria para que los que se dicen amigos lo sean de verdad. En este sentido, no podía ser más elocuente el pasaje siguiente:
Nadie puede ser verdaderamente amigo del hombre, si no lo es primero de la Verdad misma, y si tal amistad no es gratuita no existe en modo alguno. Sobre este punto hablaron harto los filósofos. Mas no se encuentra en ellos la verdadera piedad, es decir, el veraz culto a Dios, del que es menester derivar todos los oficios de una vida recta[10].
A continuación, repasaremos las fórmulas clásicas más conocidas de la amistad que, aceptadas por Agustín, las veremos enriquecidas y llevadas a su plenitud, al abrirlas a la transcendencia. Es decir, a nuestro Santo le bastará poner, como fundamento de la amistad, la fe en la presencia del Dios-amigo en los que se dicen amigos, para que lo sean de verdad y en plenitud.
1. «ACUERDO BENEVOLENTE Y AMOROSO»
Dice Cicerón: «La amistad no es sino un acuerdo benevolente y amoroso en todos los asuntos divinos y humanos»[11]. Para Agustín, seguidor en su juventud de los maniqueos, estas palabras eran las que le guiaban en su proselitismo, consiguiendo que muchos de sus amigos aceptasen sus creencias. Tras su conversión, en una de sus primeras obras —Contra academicos—, escrita en diálogo con el grupo de amigos y familiares en la quinta de Casiciaco, tratando de afirmar que la verdad existe y que se puede alcanzar en contra de la opinión de los escépticos, uno de los participantes, Alipio, afirma que para llegar al conocimiento de la verdad es necesaria la ayuda de la Divinidad. Feliz afirmación que llevó a Agustín a manifestar su aprobación de la manera más entusiasta:
Mi amigo, más íntimo, no solo está de acuerdo conmigo en lo que atañe a la probabilidad de la vida humana, sino también en lo relativo a la religión, lo cual es indicio clarísimo de un verdadero amigo. Porque la amistad fue muy bien y santamente definida como un acuerdo benévolo y caritativo en relación con las cosas divinas y humanas[12].
Hay que añadir, por otra parte, que la definición ciceroniana, utilizada aquí por el recién convertido, adquiere su auténtica densidad, ya que, si el acuerdo en los asuntos humanos podía coincidir con lo que pedía el pensador romano, el acuerdo en el campo religioso adquiría un sentido totalmente nuevo por causa del Dios verdadero, a quien tanto Agustín como Alipio acababan de encontrar en su conversión a la fe cristiana. Es más, la definición de Cicerón sólo se hace verdadera y consistente cuando es el Dios cristiano al que se refieren las «cosas divinas»[13].
Entre otros muchos pasajes, en los que Agustín emplea la citada fórmula, cobra especial importancia el que aparece en la carta que escribe, siendo ya obispo, a un antiguo amigo, Marciano, a quien ahora él lo recupera como verdadero amigo, tras su reciente decisión de recibir el bautismo. Bien se puede decir que la carta no es más que una genial paráfrasis de la definición del escritor romano, cargada, eso sí, de un profundo y pleno sentido cristiano. Esto es lo que le dice Agustín:
Ya sabes cómo definió la amistad Tulio, el máximo exponente de la elocuencia romana, como alguien lo llamó. Dijo, y dijo con toda verdad: la amistad es un acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad. Tú, carísimo hermano, en otro tiempo estabas de acuerdo conmigo en las cosas humanas, cuando yo deseaba gozarlas al estilo vulgar… En cuanto a las cosas divinas, en las que en aquel tiempo no había brillado para mí verdad alguna, nuestra amistad claudicaba en la mejor parte de la definición: había acuerdo tan sólo en las humanas, aunque con benevolencia y afecto, pero no en las divinas… Doy, pues, gracias a Dios porque al fin se dignó hacerte amigo mío. Ahora sí que hay entre nosotros acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad en Jesucristo nuestro Señor[14].
2. «LA AMISTAD VIENE DE AMOR»
Es esta una especie de definición semántica que Agustín ha tomado también de Cicerón, para el cual «el amor, del que se origina el nombre amistad, es fundamental para la práctica de la benevolencia»[15]. Nuestro Santo, por su parte, completará el pensamiento del orador romano; afirmación esta que estaba condenada a la frustración por las perspectivas de un amor a sí mismo o unilateral, es decir, sin respuesta por parte de la persona amada, por incapacidad o infidelidad. Sin embargo, siempre será verdad que la amistad consiste en el amor, un amor mutuo. Ello queda bien patente en este hermoso pasaje de una obra dedicada al papa Bonifacio:
Después de que mi hermano Alipio te visitó y de ti recibió tantas muestras de sincero afecto y gozó del dulce trato que inspira la mutua caridad y, en el breve tiempo que vivió en tu compañía, se unió a ti con grande afecto, introduciéndose a sí mismo y a mí también en tu corazón y traspasándose a ti el suyo, después de esto, digo, la fama de tu santidad ha crecido en la misma medida en que se han afirmado los vínculos de la amistad. Porque tú, que no eres altivo, aunque desempeñes la más alta dignidad, no desdeñas el ser amigo de los humildes y sabes corresponder al amor que te profesan. Pues, ¿qué otra cosa es la amistad, cuyo nombre viene de amor y nunca es fiel sino en Cristo, en el cual solamente puede ser eterna y feliz?[16].
3. «LA AMISTAD ES AMOR MUTUO Y GRATUITO»
Aceptada la definición ciceroniana —amistad viene de amor—, Agustín quiere completarla con estos dos adjetivos calificativos: mutuo y gratuito, para excluir motivos menos nobles en la relación amical. Son innumerables los lugares en los que aparece esta definición de la amistad. Por lo que se refiere al «amor mutuo», encontramos un precioso pasaje en los Comentarios al evangelio de san Juan, donde reconoce que «el hacerse amigo» es tarea personal, ya que son las propias personas las que han de llevarla a cabo libremente; no dudará, sin embargo, en afirmar también que es el mismo Dios quien nos regala el hacernos amigos. Es la armoniosa conjunción que el Santo hace entre la libertad y la gracia. Bien claramente se puede ver en este pasaje:
Nuestro amor mutuo ha de ser tal, que procuremos por todos los medios a nuestro alcance atraernos mutuamente por la solicitud del amor, para tener a Dios con nosotros. Este amor nos lo da el mismo que dice: como yo os he amado, para que así vosotros os améis recíprocamente (Jn 13,34)[17].
Y en cuanto a la «gratuidad» en el amor, es decir, a la ausencia de cualquier interés egoísta en la relación entre quienes se dicen amigos, queda suficientemente subrayada en un pasaje de la citada carta dirigida al amigo Macedonio; en él, a la hora de cristianar la definición ciceroniana le dirá: «De aquí (de aquella divina y celeste república,