El juego es entropía cero y otros cuentos. Mirna Gennaro

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El juego es entropía cero y otros cuentos - Mirna Gennaro

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estaba azul, sin nubes. Hacía calor, cada vez sería más agobiante el día. Poca gente caminaba por la vereda, solo pasaba un auto, y esa sensación de que estaba obligada a guardar en su memoria cada detalle de lo que observaba la estaba molestando tremendamente. ¿Por qué no podía solo vivir con esa indolente inconsciencia de siempre, cuando las cosas pasan, no importa cuán importante sean para otros, con la importancia que uno les asigna de costumbre? ¿Me importa si el zapatero cambió su toldo? ¿Por qué ha de ser un hito en mi vida un sándwich de salame? ¿Por qué he de vivir estos próximos días pensando que si dejo escapar algo estaré perdiendo parte de lo que resta de su vida? ¡Por qué tiene que ser tan egoísta!

      Llegó a la oficina con los nervios de punta, se dirigió a su escritorio, pero olvidó marcar el ingreso en el lector de huellas.

      —Hoy no viniste –le dijo Clara, su compañera.

      —¿Qué?

      —Que hoy no viniste, no marcaste.

      —Claro… no es la primera vez que me ocurre en esta semana.

      —¿Qué te pasa?

      —Nada, no importa. ¿Trajeron los expedientes?

      —Sí, pero no todos, siempre falta algo. La Colorada es la única que tiene todo ordenado, pero se fue de vacaciones. Los otros zánganos no pierden la cabeza porque la tienen puesta.

      Esteban ingresó en el laboratorio. No dejaba de pensar en su sueño. ¿Por qué lo angustiaba la lectura del cronómetro? Si no se movía, eso significaba que la velocidad alcanzada por el auto era superior a la velocidad de la luz. ¡Qué ridículo! De ser así, el auto debía haber desaparecido. Pero seguía allí. Entonces lo supo: el experimento que habían realizado con materia no había llegado a todas las conclusiones posibles. ¿Podía ser que la materia se trasladase, pero dejara en su lugar un espacio que se cubría instantáneamente por antimateria? Eso no parecía muy probable, dado que, si hubiera antimateria lo suficientemente cercana, se habría anulado en contacto con la materia; aunque, si lo que estuviéramos haciendo es manipular aquello que mantiene a raya la antimateria…

      —La idea es muy arriesgada, pero me gusta –le dijo Dreyfus, su jefe–. Vamos a hacer algunas pruebas más. Esto demorará tu viaje.

      —Me parece perfecto. Mientras tanto seguimos desarrollando el mecanismo para el regreso, ¿no te parece?

      —Claro. Te recomiendo que no postergues tus vacaciones, el año comenzó con una buena temporada en el mar. Mis nenas están enviando imágenes todo el tiempo y, la verdad, yo mismo iría, si pudiera.

      —Sí, me contaste.

      —¿Cuándo?

      —No sé, otro día.

      —Lo habrás soñado –dijo Dreyfus, riendo abiertamente.

      —Esto es muy extraño. Me viene pasando desde hace una semana, tengo una sensación permanente de que ya he escuchado o vivido ciertas cosas.

      —Lo que dices es serio. ¿Por qué no lo mencionaste antes?

      —Porque pasó pocas veces, pero ahora…

      —Sabes que es una de las hipótesis del experimento, la del déjà vu. Sabes lo que significa.

      —Que tengo plazo.

      —Que todo se hará finalmente.

      —Que no conoceré el final de la historia probablemente.

      —Eso no te molestaba antes.

      —Ya lo sé. No me hagas caso.

      —Supongamos que estamos ante la realización de la traslación, ¡estoy hablando con tu yo futuro! Entonces es posible modificar el futuro.

      —¿Por mis déjà vu?

      —¡Claro, viejo! Estás hablando de lo que pasará en tiempo pasado, eso solo significa que tu experiencia del futuro puede modificarse.

      —¿Y qué será de mi pasado?

      —No lo sé. Es una paradoja. Puedes modificar el futuro; pero, si lo hicieras, modificarías tu pasado. Una locura, ¿no?

      —Es terrible, porque no quiero modificar mi pasado. Yo pensé que iba a entrar en una suerte de repetición, que iba a revivir mis últimos meses hasta el hartazgo, pero lo que dices le da un giro completo a nuestra visión.

      —Nadie dice que no sea así, es posible que el déjà vu se produzca luego de muchas repeticiones.

      —Entonces puede ser que haya alguna fuerza que me impulse a salir del bucle.

      —Es probable.

      —Ya me había acostumbrado a la idea de no tener libertad. De saber que mi futuro estaba pautado de antemano y sería así por siempre. Me había asegurado de que este último tiempo fuera lo suficientemente bueno para querer que siguiera repitiéndose.

      —Entonces fue eso.

      —¿Qué quieres decir?

      —Fue tu deseo lo que impulsó el cambio.

      —¿Cómo? Si yo deseé el no cambio.

      —En realidad, no. Verás, cuando deseaste que el futuro fuera tan bueno como este, en realidad no deseabas repetirlo, deseabas que fuera bueno. Solo eso. No deseas viajar.

      —No es posible, yo quiero hacerlo.

      —Imagina que has estado incontables veces repitiendo la misma historia, ¿no desearías salir?

      —Sí, pero aún no he vivido el viaje.

      —El viaje es lo de menos. Ya sabemos que hay una salida: es el deseo, y viene precedido por los déjà vu.

      —No, tal vez la salida sea la misma que la de la evolución. Un hecho aislado, una mutación, un error del universo.

      —No lo creo. Pero si te gusta verlo de esa manera. Un deseo puede ser una anomalía en el universo. Es volcar en algo único tu propósito.

      —Igualmente, no vamos a dejar todo de lado por un simple déjà vu.

      —Voy a comunicarle al comandante lo que hemos hablado. Te pido que por favor no lo comentes con nadie.

      —De acuerdo.

      Las veredas del barrio estaban cubiertas de flores rojas, los pies de Sofía se enredaban cada tanto y tenía que apartarlas con la punta del zapato. Vio a la vecina de la planta baja, una mujer de unos setenta años. La mujer había sacado a su perro, que iba trotando delante de ella y se cruzaba de un lado a otro. Siempre le había parecido muy agradable doña Gimena, con esa dulzura que dan los años felices vividos y el cabello recogido en una trenza. La saludó y la mujer se detuvo.

      —¿Sabe qué es lo que han dicho en la radio, joven?

      —No, dígame, Gimena.

      —Que

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