El juego es entropía cero y otros cuentos. Mirna Gennaro

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El juego es entropía cero y otros cuentos - Mirna Gennaro страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
El juego es entropía cero y otros cuentos - Mirna Gennaro

Скачать книгу

escuché que algo así estaban pensando. Va a ser muy fácil.

      —No parecía. El hombrecito de la radio explicaba, pero yo no entendí nada.

      —No se preocupe, cuando eso ocurra yo le explicaré, es muy fácil.

      Por un momento, se detuvo a pensar en que no sabía en qué dimensión estaría dentro de un año.

      —Bueno, entonces me quedo tranquila. A los viejos no nos gustan mucho los cambios, usted ya sabe.

      —No hay problema, Gimena, yo le voy a explicar. Va a ser fácil.

      Siguió caminando hacia la entrada del edificio. Ahora se veía más luminoso porque el sol estaba cayendo sobre los edificios de enfrente y entraba luz hasta un poco más adentro.

      Esperó el ascensor y cruzó saludos con un par de vecinos más. Uno era el dueño de la tienda de zapatos. Su negocio se estaba derrumbando. La gente no mandaba a arreglar los zapatos de neoplastic y los de cuero eran tan caros y tan raros que, o no se podían comprar, o no se conseguían. El otro era el señor de la cochera. Tenía toda la capacidad de estacionamiento agotada y era el más rico de todos los del edificio. Sin dudas no había tenido nada que ver con su riqueza, todo lo había heredado de sus padres, quienes habían visto antes que otros que esa parte de la ciudad no tenía espacios para estacionar y que se cotizarían alto. Él se dedicaba a gastar los ingresos de los alquileres sin otra cosa en que pensar que pintar el lugar de vez en cuando, por lo que su tiempo libre lo empleaba en armar modelos de estaciones orbitales de las que se conseguían en las ferias para los chicos de doce años.

      —¿Cómo es que esto no me parece haberlo vivido? –se preguntó para sus adentros. Entonces comenzó a sentir el peso de algo que estaba pasando mucho más allá de su entendimiento y que antes no se sentía.

      Mientras tanto, en el centro experimental, se reunía el director del proyecto con el investigador.

      —Dr. Dreyfus, usted debería moderar su lengua. Ya se lo habíamos dicho antes, pero parece que no lo entiende.

      —Sí, señor, disculpe, fue la emoción de la comprobación de nuestro éxito.

      —Modere también su entusiasmo, vea cómo no ha sido exitoso en el sentido que lo habíamos esperado. Su individuo se está echando atrás y vamos a tener que hacer algo.

      —Sí, señor. No debí decirle que había tenido éxito en el traslado. Eso lo puso a reflexionar sobre algo que ya estaba resuelto. Mi intención era reafirmar su postura, no hacerlo dudar.

      —No dudo que su intención fuera buena, pero no olvide que por algo tenemos un equipo de psicólogos para guiar las ideas del individuo. Piense que todo el trabajo realizado por ellos puede ser malogrado por una simple interpretación suya.

      —Sí, señor. Ya estamos trabajando en la segunda alternativa. Tenemos la seguridad de que con la droga no tendrá nuevamente los déjà vu.

      —Eso quería escuchar. Entonces todo sigue en marcha.

      —¿Puedo preguntar algo?

      —Sí.

      —¿Por qué dudamos de que se efectúe el traslado si ya tenemos la seguridad de que ocurrirá?

      —Justamente porque no podemos garantizar que no haya algún otro elemento que esté por eclosionar, alguna variable aleatoria, el principio de incertidumbre no ha sido suficientemente rebatido aún.

      —Todo eso lo sé, pero tenemos otros individuos. ¿Por qué, justamente, él?

      —Es el que más deseos de volver tiene, eso lo hace sumamente útil, al tiempo que riesgoso. No nos sirve de nada alguien que no tenga nada que perder. En el futuro estaremos realizando pruebas para que vuelva y, si no lo deseara, no serviría.

      En el departamento se había roto el cuero de la canilla. Era un sistema antiguo, pero efectivo hasta el momento en que dejaba de serlo. Como ocurre con las canillas que pierden, no solo se pierde agua, sino también la paciencia de quien escucha el persistente goteo. Sofía no alcanzaba a entender cómo era el mecanismo. Lo observaba en su agenda electrónica, pero no lo comprendía. Además, no tenía las herramientas, por lo que se dispuso a salir del departamento para pedírselas a uno de sus vecinos. En el pasillo se encontró con Esteban, quien se había detenido unos pasos antes de llegar a la puerta. Iba con su traje gris claro, parecido a un mameluco; su cara traslucía una preocupación en aumento.

      —¿Escapabas de mí?

      —Estaba pensando en huir con quien me solucione el problema de la canilla. No hay nada que me seduzca más que un hombre que sabe arreglar artefactos antiguos.

      —Ja, ja, ja, entonces voy a tener que hacer méritos. Hasta ahora, nunca se había roto nada que tuviera más de cinco años, por lo que supongo que no soy muy sensual a tu mirada.

      —Nada más sensual que alguien que se cree poco sensual, amor.

      —Parece que a ti todo te parece sensual, eres muy peligrosa.

      —¿No lo habías notado?

      —Olvídate de la canilla –respondió y la empujó suavemente para volver al departamento.

      —¿Cuánto tiempo tenemos aún?

      —No sé, quizás dos semanas. Las pruebas del déjà vu se han suspendido porque no se me han vuelto a repetir en los últimos meses. Han desaparecido totalmente. Es muy extraño, pero tengo la sensación de que me están ocultando algo.

      —Entonces tenemos poco tiempo. ¿No tienes dudas?

      —Tengo todas las dudas, pero di mi palabra.

      —¿En qué estabas pensando cuando empeñaste tu palabra?

      —En que iba a revivir nuestros mejores momentos para siempre.

      —¿No pensaste en que revivirías esta angustia para siempre?

      —No.

      —Perderás tu libertad, ¿eso lo has pensado?

      —¿Qué es la libertad? Estamos sujetos a una ruleta todos los días de nuestra vida. Nuestro espacio de libertad es mínimo. ¿Acaso pude decidir a qué dedicarme o de quién me iba a enamorar? He pensado muchas veces que, si no hubieras roto la lapicera, no me habría enamorado de vos.

      —Eso puede ser cierto, pero también podría pasar que mañana vieras por la calle a otra mujer y te enamoraras nuevamente.

      —Eso no pasará.

      —No importa, pero tienes alternativas de todo orden. La más importante: puedes negarte a este experimento mortuorio.

      —No busco la muerte, busco perpetuar los momentos que yo elijo. Quiero decirte todos los días que te amo y quiero sentir todos los días que te amo.

      —Eso es bellísimo, pero también implica que tienes miedo del día en que no lo sientas.

      —No, solo que considero superfluo todo lo demás.

      —Voy a tener que

Скачать книгу