El juego es entropía cero y otros cuentos. Mirna Gennaro

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El juego es entropía cero y otros cuentos - Mirna Gennaro

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que lo voy a acompañar.

      —No me puede pedir semejante cosa. Para que él lo creyera tendríamos que hacer todo el procedimiento.

      —¿Qué pensaría usted si yo le dijera que estoy experimentando los déjà vu?

      —¿Lo sabe él?

      —No se lo he dicho.

      —Déjeme arreglar todo. Mañana comenzaremos las pruebas.

      Al dejar a la mujer de Esteban, Nott se dirigió al laboratorio.

      —Seguimos con los imprevistos, Doctor Clemente. Esta mañana tuve una reunión con la mujer del individuo.

      —¿Qué pasó ahora?

      —Me dice que está teniendo déjà vu.

      —Puede estar mintiendo.

      —Justamente. Por eso quiero que la entreviste y me diga si es cierto. No podemos complicar todo.

      —Entiendo. Mándemela esta misma tarde. Comenzaré con los tests de rigor y entre ellos incluiré pruebas de veracidad.

      —De acuerdo.

      Al recibir la llamada del centro experimental, Sofía sabía que la convocarían. Estaba segura; además, tenía el presentimiento de que algo bueno saldría de eso.

      —Siéntese –le indicó Dreyfus–, yo le voy a mostrar escenas que tienen alguna relación y usted tendrá que ordenarlas como le parezca que hayan sucedido en el tiempo y armar una historia que las contenga a todas.

      La sesión se inició con toda una batería de tests y luego pasaron a una máquina.

      —Ahora le voy a hacer algunas preguntas a las que usted deberá responder por sí o por no. ¿Me comprende?

      —Sí.

      —¿Le queda alguna duda?

      —No.

      —Bien, comenzamos. ¿Su nombre es Sofía Delacanal?

      —Sí.

      —¿Usted es la mujer de Esteban Quirós?

      —Sí.

      —¿Tiene treinta y cuatro años?

      —No.

      —¿Tuvo alguna vez sarampión?

      —Sí.

      Y así siguieron las preguntas…

      —¿Usted tuvo algún déjà vu en estas dos últimas semanas?

      —Sí.

      Momentos después, en la oficina del responsable de experimentación se comentaban los resultados de los estudios.

      —Comandante Nott, tengo malas noticias.

      —No me diga nada.

      —O la máquina falla, o ella viajó.

      —Tendremos que capacitarla.

      —Podríamos rechazarla y ver qué pasa…

      —Tenemos que estar preparados para todo y eso incluye que viaje. Prepárela y mientras tanto, nos reservamos la decisión final.

      —De acuerdo.

      Sofía regresó al departamento presa de una sensación extraña. Sentía como si su cuerpo fuera tomando menor peso, sus pies la conducían como por un camino acolchado y su mente vagaba por recuerdos que se sucedían en orden distinto al que se habían producido.

      —Hoy tuve mi primer control. ¿Sabes qué tengo ganas de hacer ahora?

      —No sé, ni lo imagino…

      —Quisiera que fuésemos a un parque de diversiones.

      —Como dije, no podría haberlo imaginado –rio Esteban.

      —Tengo ganas de ir a esas salas de espejos que te cambian el color del pelo y los ojos y todos los rasgos.

      —Te gustaría ser otra por un momento. Yo no sé nada de psicología, pero eso suena a que quieres dejar de ser tu misma, sigues dudando.

      —No, solo quiero ver cómo podría ser yo si cambiara algo de nuestro pasado.

      —No es posible cambiar el pasado. Eso es lo que dicen nuestras pruebas…

      —Ya lo sé, pero nadie dice que no pueda imaginarlo.

      —Eso es cierto, la imaginación puede con todas las barreras…

      En el parque no había mucha gente. El calor había espantado a los usuales visitantes: grupos de jóvenes, padres con niños pequeños, enamorados. Esteban y Sofía andaban dando vueltas, tratando de caminar por las pocas sombras que proyectaban los pequeños edificios de los juegos. De la mano y con una sonrisa de adolescentes, iban hacia el cuarto de los espejos.

      —Mira, tienes los pies más largos y te salió papada… ¿Serás así de viejo?

      —Yo no soy ese, estás equivocada. Soy este, alto y delgado, con grandes mandíbulas y ojos celestes.

      — Ja, ja, ja, y yo soy ésta, con grandes pechos y manos finas y largas, ¡mira mis piernas!

      Los reflejos se fueron sucediendo, cambiando una vez, el cabello, otra, las piernas, otra, la cara. Se escuchaba de fondo una música lejana de calesita. El cuarto no tenía más que una entrada que servía de salida también.

      —¿Te gustaría llegar a ser este?

      —No sé si podría. Tal vez, y repito, tal vez, algún día nos traigan de vuelta y lleguemos a ser estos –dijo, señalando una pareja entrada en kilos y con poco pelo.

      —Yo lo voy a querer igual, señor.

      En el centro de experimentación, el comandante Nott hablaba con Heiss.

      —Tenemos muy claro que los individuos viajaron. Por otro lado, los déjà vu fueron suprimidos, por lo que los individuos dejaron de estar inquietos.

      —Es una buena noticia. ¿Cómo hará para que no cambien de idea, nuevamente?

      —Eso se lo dejo a Clemente. Él está haciendo una nueva inducción para que acepten que la salida se dará por sí sola en un momento del tiempo indeterminado. Pero que la habrá.

      —Les mentirán.

      —Les daremos esperanzas, mientras terminamos las pruebas.

      —El individuo no creerá en nada que no sea respaldado por una teoría razonable.

      —Elaboramos la teoría de la puerta lateral.

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