Yo veo / Tú significas. Lucy R. Lippard
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Cielo, agua, olas, arena. Una playa vacía, los bordes entre elementos un poco borrosos.
Todo empieza en una playa. ¿Será simbólico? ¿Algo que ver con la evolución? ¿O solo es un escenario que aporta el aura veraniega juvenil, ilusionada y bobalicona, de un comienzo, de cualquier comienzo?
Diapositiva en color, cuadrada, difusa, pálida.
Cinco personas de pie en el mar contra un cielo lívido. Tres mujeres jóvenes juntas, la más baja a la izquierda, el pelo mojado pegado a la cabeza hace que parezca casi calva, los brazos en jarras, lleva un bañador azul oscuro de una pieza ceñido sobre unos pechos pequeños y separados, es de cintura estrecha y caderas amplias. Tiene la frente alta, cejas espesas y arqueadas, ojos pequeños y hundidos, boca estrecha, barbilla prominente. El agua le cubre las piernas hasta las rodillas. La segunda mujer, de cara redonda y desenfocada, lleva gorro de baño azul claro y un vestido rosa de algodón estampado con faldita corta. La tercera lleva puesto un bikini de color limón pálido. Es alta, de nariz pequeña y estrecha, boca grande, pómulos altos y ojos grandes y claros. Su pelo largo, negro, está también mojado, y aunque con el brazo izquierdo abraza por la cintura al hombre que tiene al lado, parece más próxima a la cámara, más clara, más nítida, más tridimensional que el resto. El hombre guiña mirando al sol. Es rubio y de huesos finos, con nariz recta, boca fina y delicada, ojos azules y tez bronceada. Le sienta bien el bañador a cuadros rojos. Cerca tiene a un hombre moreno y más alto, de muslos fuertes y piernas largas y peludas, que está un poco alejado de los demás rompiendo la fila. Mira con el ceño fruncido al otro extremo del grupo.
Así, pues, tu primera introducción a ellos es visual. No van a hablarte. Conmigo hicieron lo mismo. Están de pie, distantes, a lo largo del borde del mar, entre el cielo y la arena. Sólidos más que refinados. De clase media. El tipo de personas que conocerías tú. Corrientes, algunos de ellos.
La primera vez que los ves no van vestidos. Cumplen rituales sin saberlo. Pero sus baños purificadores no tienen ningún efecto.
Por ahora lo único por lo que puedes guiarte son los colores de sus bañadores y el modo en que sus extremidades, torsos, cabezas y miradas se inclinan, o rehúsan inclinarse, hacia los otros o se apartan de ellos, y cuándo lo hacen. Unas figuras en el espacio. Tan a la moda. Tan abstractas. Tendré que recortarlas para que se muevan. Hacer que se separen de los fondos revelados con procedimientos químicos, que entren en circulación con masajes y caricias. Encandilarlas. Que resulten interesantes, al menos entre sí.
Lo malo es que se descontrolaron. En cuanto se conocieron formaron un grupo. Exclusivo. Dos se quedaron fuera de inmediato. Los otros siguieron adelante. Pero no con el mismo ritmo que las olas.
Blanco y negro, horizontal.
Grupo de cinco personas jóvenes sentadas mirándose en una playa. Detrás de ellas, cielo y arena fundidos en un gris pálido. A la derecha, una cesta grande de pícnic. Hay una manta oscura, cubierta de platos de papel, otros utensilios de pícnic y latas de cerveza en el centro. Arriba a la derecha está sentado un hombre moreno, con las piernas cruzadas, hablando, tiene las cejas alzadas, la boca abierta, la piel de los pómulos tensa. Se inclina hacia una chica morena en bikini que da la espalda a la cámara. Está tumbada, casi paralela al margen inferior de la fotografía, con una cadera elevada y la cabeza apoyada en un brazo. El hombre alarga una mano con los dedos hacia arriba; la otra descansa en un libro pequeño y grueso. Otro hombre rubio, a su izquierda, también mira al libro. A su derecha una mujer más baja se inclina hacia la cámara para servirse vino de una botella alargada. La parte de arriba de su bañador queda casi oculta y el cuello de pico deja ver parte de un pecho. A su derecha, mirando lejos de la cámara, hay otro hombre, con pecas, que lleva un bañador de llamativo estampado.
A finales de los años veinte el grupo teatral ruso Vartangov dio en París una representación cuyos entreactos eran parte de la obra. Tramoyistas vestidos con monos de trabajo azules entraban en escena al salir los actores y, mientras movían los decorados, representaban una mímica silenciosa del acto precedente. Cuando los otros volvían, la leyenda china que se representaba había ascendido a un nivel más alto. Por debajo de las profusas palabras la pantomima del intermedio parecía continuar todavía.
Líneas azules unen a E con D. Distancia. Los hombres no hacen amigos fácilmente.
Líneas amarillas unen a E con A. Cordialidad. Afecto. Respeto. Exasperación.
Líneas verdes unen a E con B. Más que amistad. Un vínculo simbiótico.
Líneas rojas unen a A con D. Tanteo. Antagonismo erótico. Euforia.
Líneas negras/marrones unen a D con B. Reticencia. Atracción. Algo de recelo.
Líneas violetas unen a A con B. Sentimientos velados. Ninguna es todavía feminista.
(El nombre de A es Ariel. El nombre de B es Beata. El nombre de C ha sido olvidado. El nombre de D es Daniel. El apellido de E es Endman. El nombre de F probablemente era Fred. Ellos mismos escogieron esos nombres tan tontos.
¿Es que importa?)
Diapositiva en color, horizontal, sobreexpuesta.
Cinco figuras en una playa. La arena es muy blanca y el mar una línea azul cerca del borde superior de la foto. Una mujer joven está tumbada sobre el estómago con las piernas levantadas por detrás, el pelo corto le vuela desde la frente despejada, tiene cejas oscuras, boca fina, mentón fuerte. El hombre a su lado está de rodillas, rígido, con la cabeza levantada dos o tres dedos por encima de la línea ondulada que forman el resto de cabezas. Lleva un bañador negro y extiende una mano abierta en la espalda de la chica. Se apoya en ella. Tiene el labio inferior saliente. También los ojos. Sus muslos son delgados y musculosos. La otra mano le cuelga al costado, casi tocando la mano sobre la que se apoya un hombre rubio que tiene alzada la rodilla contraria y la otra pierna estirada al lado. La boca de este hombre es ancha, con un amplio espacio que separa el labio superior de la nariz larga y afilada, está más moreno que el hombre anterior. Sujeta una lata de cerveza bajando la vista. A su lado hay una chica morena sentada, de cuello y piernas largos, nariz aguileña y boca rellena, de perfil un gran ojo ovalado. Lleva puesto un bikini verde claro y un macizo brazalete oriental ajustado al antebrazo. Se echa hacia atrás un mechón de pelo doblando la muñeca. El hombre que está al otro lado es pequeño, de cara bermeja, y lleva un bañador multicolor.
Este libro parece tener un principio feliz. Tendrá un punto medio confuso y un final difícil de precisar. Simplemente va de aquí para allá marcando con puntos los vacíos. Basta seguir los puntos y lo que salga serán vidas.
¿Tiene este libro un final feliz? ¿Cómo puede tenerlo, si casi todo lo que sucede en él parece desdichado? Pero quizá sea porque la desdicha hace más fácil la escritura y se lee mejor. Tal vez la autora espera que la felicidad rezume entre líneas. Que se esparza por las superficies. Se infiltre en los intersticios. Quede contenida por el borde de la página.
Una de las implicaciones del nuevo descubrimiento es que los dos ámbitos de la “materia” y la “antimateria” no son, como se pensó en un principio, réplicas perfectas el uno del otro. En los últimos años se ha descubierto que por cada partícula de materia ‒electrón, protón, mesón y demás‒ existe, en el catálogo de fragmentos atómicos, una “antipartícula” idéntica en masa y tiempo de vida, pero opuesta a la primera en su carga eléctrica o sus propiedades magnéticas. Cuando las partículas de materia y antimateria se encuentran se aniquilan mutuamente, dejando solo un estallido de rayos gamma. Dado que nuestro mundo está dominado por materia, cada vez que aparece una partícula de antimateria inmediatamente