Cuidados básicos del niño sano y del niño enfermo. Roser Casassas

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Cuidados básicos del niño sano y del niño enfermo - Roser Casassas

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700 a 1500 Adulto 1.000 a 1.600

       Equilibrio hidro-salino

      El recién nacido y el lactante en condiciones de normalidad poseen un buen control del equilibrio hidro-salino, pero debido a que tienen una mayor proporción y diferente distribución del agua en los distintos compartimentos del organismo, presentan una hidrolabilidad (capacidad de perder agua, o deshidratarse) que es mayor cuanto más pequeño es el niño y que decrece paulatinamente hasta la edad preescolar. De un 75% a 80% de la composición corporal del recién nacido está dada por líquidos, aproximadamente 65% en la niñez y un 55% en la edad adulta.

      En la hidrolabilidad influyen:

      • Mayor metabolismo por kilo de peso. Un metabolismo más acelerado requiere mayor cantidad de agua; por cada 100 calorías metabolizadas se necesitan 110 a 130 ml. de agua.

      • Mayor superficie corporal relativa. Cuanto menor es el niño, la superficie corporal en relación a su peso es mayor; por lo tanto, las pérdidas insensibles (respiración, perspiración) son proporcionalmente mayores que en el adulto.

      • Mayor velocidad de intercambio de agua. El lactante intercambia diariamente entre un 15 y 20% del agua total, en el adulto el intercambio es de 5 a 10%.

      • Diferente distribución del líquido corporal. El lactante tiene mayor contenido de agua en el espacio extra celular ubicándose ésta especialmente en el intersticial, a diferencia del adulto, cuyo mayor contenido está en el espacio intracelular.

      • Relativa inmadurez renal que influye en la incapacidad de tolerar sobrecarga hídrica.

      Con el crecimiento, al aumentar la masa de tejido, se incrementa la cantidad total de líquido intracelular, disminuyendo la hidrolabilidad.

       Distribución del Líquido Corporal en los diferentes espacios

Espacios Lactante (%) Adulto (%)
Intracelular 25 42
Intersticial 45 13
Intravascular 5 5
Total de líquidos 75 60

      El tejido muscular al nacer representa un 25% del peso corporal, en comparación con el adulto, en el cual es de un 40 a 50%. Su crecimiento y desarrollo continúa activamente durante la niñez y adolescencia.

      El aumento de este tejido se inicia principalmente en el segundo semestre de vida, continúa activamente en ambos sexos hasta los cincos años, haciéndose más lento en el período escolar. En la adolescencia se observa un nuevo incremento y en los hombres en esta etapa el tejido muscular puede llegar a representar más de un 60% del peso corporal.

      Es probable que no se añadan nuevas fibras musculares después del nacimiento. El número de fibras de cada músculo estaría determinado genéticamente para cada especie. Los cambios post-natales son la resultante del aumento en longitud, ancho y grosor de las fibras, este crecimiento depende de factores externos como la nutrición y el ejercicio.

      El tejido óseo va variando de composición a medida que avanza la edad. En su evolución pasa sucesivamente por los estados de tejido conectivo, cartílago y hueso. Al nacer se hallan presentes los tres tipos. En las fontanelas, espacios sin osificar entre los huesos del cráneo, se encuentran los últimos rasgos de tejido conectivo original.

      En el curso de los dos primeros años de vida se completa la osificación de todos los huesos del cráneo. La fontanela posterior o lambda cierra entre los dos o tres meses y la anterior o bregma en el segundo año.

      El cartílago está presente en todos los huesos y su osificación (depósito de minerales) comienza a las ocho semanas de gestación, prosiguiendo durante la vida post-natal hasta que cesa el crecimiento.

      En este tejido, en la etapa pre-natal, se identifican pequeñas zonas osificadas que corresponden a los “núcleos de osificación primarios”. Con posterioridad, en la vida post-natal, van apareciendo otros núcleos de osificación, los “secundarios”. A partir de estos núcleos se inicia el proceso de osificación que transforma el cartílago en tejido óseo propiamente tal.

      El estudio radiológico de los núcleos de osificación permite relacionar la edad ósea con la edad cronológica y así tener un indicador de maduración.

      Durante los primeros meses de vida la consistencia blanda de los huesos puede condicionar deformidades plásticas, favorecidas por malas posiciones (asimetría de cráneo). Esto también determina que en los primeros años las fracturas no provoquen una ruptura total del hueso con separación de segmentos, produciéndose las llamadas fracturas en “tallo verde”.

      Cuando termina el crecimiento, a fines de la etapa de adolescencia, se observa una diferente mineralización del tejido óseo según sexo. En las mujeres la mineralización sólo alcanza el 60% de la de los varones.

      Es importante motivar en los niños la realización de deporte, que favorece el crecimiento y desarrollo, estimula el conocimiento y control de su propio cuerpo y crea un hábito y una forma de vida. Un aspecto relevante de prevenir en edades tempranas son las alteraciones posturales, especialmente de la columna, las que se observan con frecuencia en la edad escolar y adolescente.

      Este sistema es el encargado de proteger al organismo de la agresión externa provocada por microorganismos capaces de producir una enfermedad (agentes patógenos).

      La protección la realiza a través de dos mecanismos, inespecíficos y específicos, los que interactúan estrechamente entre sí. Entre los inespecíficos se puede mencionar estado nutritivo, integridad de la piel y mucosas, lágrimas, pH de la orina, acción de leucocitos, sistema de complemento, entre otros. Los mecanismos específicos incluyen la inmunidad mediada por anticuerpos (acción de las inmunoglobulinas (Ig) y la inmunidad celular que corresponden a la acción de los linfocitos. Estos dos sistemas maduran en forma independiente de la estimulación antigénica, pero solo desarrollan sus funciones plenas una vez que sus componentes han sido activados por antígenos.

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      Al nacer, el sistema inmunitario está estructuralmente desarrollado, pero es inexperto para reaccionar a la agresión de agentes patógenos (antígenos). La capacidad defensiva que tiene el niño, durante los primeros meses de vida, está dada principalmente por las inmunoglobulinas que le pasó su madre por vía transplacentaria en el último período del embarazo y por las que le aporta a través de la lactancia materna. Este tipo de inmunidad se denomina pasiva y desaparece casi totalmente durante el primer año de vida.

      Los

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