La dominación y lo cotidiano. Martha Rosler
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La función formativa del edificio ha terminado siendo un problema para sus fundadoras, ya que «encasilla» al edificio, que no se ha convertido en aquel lugar de encuentro para profesionales ya establecidas que preveían inicialmente Chicago y sus compañeras. No ha llegado a consolidarse como un centro de referencia para aquellas artistas cuyas carreras se habían promocionado inicialmente a través de su conexión con la Womanspace y el primer edificio. Su «radicalismo cultural» ha alejado a las patrocinadoras acomodadas de sus primeras aventuras, haciendo que se encuentren siempre en números rojos. La ubicación también supone un problema. Por razones económicas se eligió un lugar bastante alejado de los lugares de donde provienen la mayoría de sus miembros, y las relaciones con el barrio a cuyas afueras se encuentra no han llegado muy lejos. Sería erróneo, sin embargo, culpar a las mujeres de la casa de no haber sido más heroicas, sobre todo por la «respetuosa distancia» que define incluso las respuestas más positivas hacia ellas. El que sean burguesas y caucásicas tiene que ver con la estructura del mundo del arte más allá del Woman’s Building. Sin embargo, su retórica de comunidad solo de mujeres da pie, en la práctica, a acusaciones de exclusividad e insularidad.
A pesar de estas dificultades, la casa, sus programas en curso y su patrocinio de proyectos culturales, constituye aún un hito importante en la escena artística de mujeres del sur de California, aunque, por supuesto, hay mujeres artistas que no están interesadas en sus actividades y muchas artistas feministas independientes que consiguen sus apoyos fuera del mundo del arte5.
La formulación específica del feminismo desarrollado en la casa puede denominarse «feminismo cultural», por analogía con el nacionalismo cultural. Allí donde este último ve la raza o la nacionalidad como fuentes primarias de dominación, el primero ve al género cumpliendo dicho papel. (La orientación es, por ello, de «feminismo radical», tal como la definen autoras como Shulamith Firestone y, hasta cierto punto, Kate Millett.) Por supuesto, el arte es un fenómeno cultural que existe dentro de la esfera ideológica, pero el interés del término «feminismo cultural» radica aquí en que, por lo general, el Woman’s Building comparte el punto de vista de los movimientos de orientación cultural que hacen hincapié en la diferenciación y en un cambio voluntario en la cultura material y en la organización de la vida privada (y quizás en la obra), más que en un programa activo de educación de masas y de búsqueda del poder político. Es decir, hacen más énfasis en el desarrollo de instituciones alternativas que en luchar por controlar las ya existentes.
Como no podía ser de otro modo, los fundamentos teóricos del Woman’s Building derivan en parte en las ideas de Schapiro y Chicago. Sus aportaciones han tenido una importancia seminal a pesar de que las dos se separaron del proyecto en fecha bastante temprana, al parecer por el debate acerca de si las mujeres debían luchar desde dentro o desde fuera de las instituciones existentes. Actualmente las dos dedican su tiempo a su propio trabajo (Schapiro en el SoHo y Chicago en Los Ángeles). Tras afirmar su solidaridad con otras mujeres y reconocer su propia opresión sin renegar por ello de su estilo pictórico no figurativo, iban a describir en sus obras una simbología de lo femenino, oculta en la obra con el fin de «colarse» en el mundo del arte definido como masculino. En su papel de líderes e ideólogas, contribuyeron a la generalización de esta descripción, dando lugar actualmente a la bien conocida afirmación de que existen imágenes «femeninas», unas formas y unos temas que constituyen el núcleo de la obra de la mayoría de las mujeres, tanto si son conscientes de ello como si no lo son. Esta tesis, que parecía querer aglutinar a todas las mujeres artistas, despertó un gran interés, pero también provocó una cierta hostilidad, especialmente en Nueva York. Seis años más tarde, gran parte de las mujeres de Nueva York (entre ellas, Linda Nochlin y Cindy Nemser) aún reaccionan negativamente ante ella.
El feminismo ha jugado un papel muy importante en el desafío al mito de la universalidad artística definida por el hombre en el arte, pero, como era de prever, el mundo del arte no ha estado de acuerdo con ninguna de las propuestas de reformulación de sus significados y menos, por supuesto, con aquellas definiciones realizadas desde el punto de vista de las mujeres. Hay una especie de pulso entre las mujeres de Nueva York y las del sur de California por controlar una ideología que, en cualquier caso, solo tiene efectos parciales en la creación artística, a pesar de que las ideas de Chicago y Schapiro han servido de impulso y apoyo para muchas mujeres más jóvenes aquí. A pesar de que no existe un consenso generalizado, sí que existe un cierto determinismo de género6 en la concepción del arte feminista que tiene lugar normalmente en el Woman’s Building.
El desarrollo de una orientación separatista, tal como la que se lleva a cabo en la casa, presupone un análisis en el que el género juega un papel fundamental, si no exclusivamente para el ser, sí al menos para la sociedad patriarcal. A pesar de ello, existe, al parecer, un cierto desacuerdo sobre el grado en que se ha de participar en las instituciones de la cultura dominante, y que abarca cuestiones que van desde la heterosexualidad hasta la ubicación de las exposiciones artísticas. La consigna de la casa es que el cambio social solo se podrá lograr a través de la educación feminista7. Su objetivo principal es que las mujeres sean más directas a la hora de reconocer y expresar sus propias necesidades, y a la hora de utilizar su fuerza, tanto individual como colectivamente. Buscan también una revalorización de las ocupaciones y preocupaciones de las mujeres, libre de cualquier interferencia masculina, y ayudarlas a entrar en el mundo del arte.
Este enfoque evita la constante pérdida de energía que supone la incesante batalla contra el sexismo, tanto personal como institucional y permite que muchas mujeres hagan y expongan arte, mujeres que, de otro modo, no podrían hacerlo. También mantiene activa la reflexión sobre los principios del feminismo, al mismo tiempo que ofrece un apoyo crítico positivo. Estos puntos fuertes resultan especialmente valiosos actualmente. Estamos en una situación en que el movimiento por la liberación de la mujer ha pasado su primer momento de euforia y militancia y, en que se están poniendo en evidencia las presiones de tendencias fuertemente conservadoras en todos los aspectos de la vida norteamericana. Ahora que la posibilidad de hacer planes de largo alcance se encuentra seriamente mermada, las mujeres de la casa se benefician de las ventajas del apoyo colectivo. Uno de los precios que han tenido que pagar es que su estrategia de protección tiende a sofocar cualquier conflicto surgido de las contradicciones que provoca actuar como si un pequeño grupo de trabajadores culturales pudieran cambiar el mundo. Esta situación atrae también a mujeres cuya producción artística se encuentra demasiado involucrada en la privacidad del yo como para ser sensibles a las exigencias de claridad y de refinamiento técnico.
La percepción que se tiene del mundo del arte en el Woman’s Building, al igual que la que proyecta sobre la sociedad en general, implica una dualidad muy común entre los movimientos sociales: la retórica va más allá del programa y la práctica, de tal modo que mientras la primera es radicalmente separatista y comunitaria, la segunda tiende a aliarse con el reformismo, aunque esto pueda considerarse también en términos de la diferencia entre estrategia y táctica. Para mí estos problemas son similares a los de la teoría: aspirar al éxito en el mundo del arte no es muy compatible con hacer una crítica radical del mismo. En la carrera actual por el éxito, las mujeres artistas pueden ser tan explotadoras y egoístas como muchas estrellas masculinas. El movimiento del arte de mujeres ha logrado su institucionalización en el mundo del arte justo en el momento en el que los enemigos del movimiento de mujeres lo consideran passé, a la vez que existe el riesgo de la creación de una nueva elite de «artistas feministas». Aún más, la revalorización, en nombre de la «cultura de mujeres», de las artesanías tradicionales desarrolladas por estas bajo condiciones de opresión (o bajo relaciones preindustriales de producción) corre el riesgo de ser malinterpretada. Valorar las fantasías del yo y del mundo que surgen de estas condiciones puede, además, acabar sirviendo a fines represivos. Y, por supuesto, resulta bastante cuestionable