Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar
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Esta información estadística respecto a los testigos resulta significativa en varios aspectos. En primer lugar llama la atención la escasa participación en el proceso de las otras órdenes y congregaciones religiosas. No figura ningún jesuita como testigo y apenas un miembro de cada una de las otras órdenes mendicantes. Es curioso, pues al parecer, a las exequias y rituales efectuados con motivo de la muerte de Urraca asistieron en corporación representaciones de dichas órdenes, como era costumbre que lo hicieran cuando fallecía una persona que había gozado de fama de santidad. Francisco Messía, en su hagiografía y en sus declaraciones como testigo en el proceso, hace mención a ello, aunque a la pasada y sin detalle98. Otros testigos que entregan testimonios detallados de esos acontecimientos nada dicen al respecto, no obstante que sí mencionan la presencia del virrey, de la Real Audiencia y de los cabildos secular y eclesiástico99. ¿Cuál será la razón de la mínima presencia de religiosos de otras órdenes como testigos? ¿La competencia entre las órdenes por imponer sus propios candidatos? En las mismas fechas en que se iniciaba la causa de Urraca, los jesuitas estaban postulando a los padres Francisco Castillo y Juan de Alloza, los dominicos a Martín de Porres y Juan Macías, los franciscanos a Francisco Solano y los agustinos a Diego Ruiz Ortiz y Luis López de Solís; todo ello ocurría, como lo hemos indicado, justo cuando acababa de ser canonizada Rosa de Santa María, que los dominicos consideraban como propia. Con respecto a los testigos que pertenecían a la Órden de la Merced, la mayoría eran religiosos profesos, sin cargos; también había cuatro hermanos legos, cinco padres definidores, un vicario y cuatro padres maestros, uno de los cuales era además el provincial100.
El resto de las cifras de testigos, sin considerar a los compañeros de religión, constituye una buena muestra de la orientación que tuvo la labor apostólica de Urraca. Entre ellos están sus devotos, sus hijos e hijas de confesión y sus discípulos de espiritualidad. Casi todos eran individuos que lo habían conocido personalmente y habían mantenido con él algún vínculo de ese tipo, lo cual era bastante lógico por lo demás, pues sólo habían pasado 14 años desde la muerte del Siervo de Dios101. Figuran bastantes monjas como testigos en la medida que Urraca concentró buena parte de su labor sacerdotal en la confesión y guía espiritual de las religiosas de los tres conventos mencionados, aunque en Lima por ese tiempo ya existían otros102. Y entre aquellos son amplia mayoría las monjas de Santa Catalina porque Urraca tuvo especial predilección por dicho convento, como quedó reflejado en la donación en vida que le hizo de una reliquia de la cruz de Cristo, un lignum crucis. Además, en él se experimentaron unas milagrosas visiones de cruces en el cielo, poco después de la muerte de Urraca, de las que se sacó testimonio para ser presentado en el proceso de beatificación103. Pero fueron las mujeres laicas las que conformaron el grueso de sus hijas de confesión. A ellas era a las que atendía en el confesionario del convento grande y a las que visitaba en sus casas o, cuando ya estaba muy mayor, recibía en casa de una familia a donde le llevaban.
Con respecto a la condición social de los testigos laicos, parece claro que corresponden mayoritariamente a sectores medios y acomodados o incluso a la elite social limeña. Las mujeres modestas que hemos detectado no pasan de cinco y se caracterizan por desempeñarse como sirvientas en casas principales, con las que el Siervo de Dios tuvo estrecho contacto. Del total de testigos mujeres, la gran mayoría pertenecía a hogares de situación social y económica sobre la media. Muchas eran casadas con mercaderes, propietarios de predios rurales, jefes militares, caballeros de órdenes militares y con funcionarios de la administración real. En ciertos casos figuran como testigos varias mujeres de una misma familia; esto ocurre con doña Isabel de Cabello y sus cuatro hijas de apellido Salvatierra: Magdalena, María, Julia y Mayor; y la sirvienta Juana de Solís. Algo similar sucede con doña Andrea Jacoba de Garay, diversas parientes del mismo apellido y la prima política doña Isabel López de Zúñiga. Entre los hombres, varios casados con mujeres que también figuran como testigos, predominaban aquellos que se identificaban con grados militares, aunque además tenían en algunos casos condición nobiliaria y propiedades104. A ellos les siguen profesionales poseedores de grados académicos de licenciado y doctor y que ejercían la abogacía105.
Según los hagiógrafos y algunos testigos, Urraca desarrolló una activa labor social, preocupándose de manera especial por mujeres desamparadas, en peligro de caer en actividades moralmente reprobables para subsistir. Con todo, entre los testigos no aparecen mujeres que hubiesen recibido ese tipo de ayuda por parte de Fr. Pedro, pero sí figura por lo menos una monja que ingresó al convento gracias a él, pues, al morir su padre, la familia se había empobrecido106. En todo caso, como ya lo indicamos, es evidente que los testigos reflejan la relación que tuvo el Siervo de Dios con los sectores medios y acomodados de la sociedad limeña y que, si bien en materia apostólica estuvo abierto y acogió a personas de la más diversa condición, la nómina de testigos nos muestra que Urraca, condicionado por su espiritualidad mística, en parte se centró en la dirección espiritual de religiosas y de personas con un nivel cultural capaces de comprender aquella forma de oración.
Los interrogatorios a los testigos se iniciaron el 20 de octubre de 1671 y los primeros en declarar fueron los religiosos de la Órden de la Merced, concluyendo esa etapa el 26 del mismo mes. Luego se continuó con las declaraciones de las monjas, que se realizaron en sus conventos y por los capellanes de los monasterios. El proceso siguió con cierta lentitud durante los dos años siguientes, para culminar en abril de 1674. El 20 de dicho mes, el procurador especial de la causa, Fr. Francisco Messía, solicitó la entrega de una copia textual de todas las informaciones realizadas para remitirlas a Roma, a la Congregación de los Ritos. Cabe hacer notar que el procurador, con anterioridad, había hecho llegar al tribunal una copia certificada de la profesión religiosa de Urraca, una información sobre las visiones de las cruces que ocurrieron pocos días después de la muerte del Siervo de Dios y un ejemplar de su libro de espiritualidad. Sólo en 1678 la documentación llegó a Roma.
El proceso apostólico
Una vez traducidas las actas enviadas de Lima, se prepararon los documentos para la introducción de la causa, lo que llevó poco más de dos años. Culminó esta etapa en abril de 1682, admitiéndose el estudio de la causa de acuerdo a la petición realizada por Fr. José Linás107. Aunque se cumplía con el plazo de 10 años fijado por la legislación canónica entre uno y otro proceso, no deja de llamar la atención, pues desde el cierre del primero y la apertura del segundo había pasado justo el período y la tendencia era más bien a dejar un lapso de tiempo mayor, pues la autoridad apostólica buscaba, con la separación de las instancias, asegurar que la fama de santidad no fuera transitoria, sino que se mantuviera firme en el tiempo108. Lo efectivo