Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar
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Fr. Pedro de Urraca. IGLESIA DE LA MERCED DE LIMA.
Por cierto que los acontecimientos prodigiosos están presentes en la infancia de Urraca y tienen por objeto, como lo destaca Sallmann en relación a los hombres virtuosos de Nápoles23, ser signos que muestran el destino del futuro santo. Messía cuenta cómo el niño contrajo una peste que asolaba a España de la que se salvó gracias a la Virgen, después de rogarle ante una imagen por su recuperación, para poder así servirla24. Luego el hagiógrafo relata la providencial salvada que, a los 9 años, tuvo al caer desde lo alto de una encina. En esa oportunidad había llegado al suelo sin un rasguño debido a la invocación que hizo a la Santísima Trinidad, la que se le representó como tres luces en triángulo. A partir de ese momento se hará devoto de ella por el resto de la vida, adoptándola como su segundo nombre cuando hizo la profesión religiosa. También a raíz de aquel incidente hizo voto de castidad. En consecuencia, vemos como esos dos hechos extraordinarios, de acuerdo al relato, marcaron el futuro del joven al llevarlo a comprometerse con dos de las devociones que llenarán su vida. Coincidiendo con aquel suceso, su madre lo llevó a confirmar, imponiéndosele, en vez del nombre de Pascual con que fue bautizado, el de Pedro, en recuerdo del hermano mayor fallecido.
La niñez y juventud de Urraca expuesta en la hagiografía contiene información más bien escasa, respondiendo también en eso a la tendencia general que se daba en el caso de las “Vidas” de los hombres, a diferencia de lo acontecido con las que se referían a mujeres25. Por lo mismo, sobre estas etapas de la vida de nuestro personaje sólo se hace mención a tres sucesos importantes, los que, salvo uno, tampoco entran en mayores detalles. El primero de ellos corresponde a la muerte de la madre, cuando el joven tenía 10 años, en cuya descripción se enfatizan los signos que reflejarían su santidad; por ejemplo, el haber anunciado la hora en que iba a morir, la concurrencia de mucha gente a las exequias, el que se produjeran muchas curaciones en personas que tocaron el cadáver y que este se mantuviera por dos días sin señales de corrupción. Otro de los acontecimientos relatados se refiere a los estudios de gramática que realizó con gran aprovechamiento después de haber pasado por la escuela. Por último, ya con bastantes pormenores, describe las incidencias previas al viaje de Urraca a América, marcadas por fenómenos extraordinarios que confirman la elección divina. Al respecto, cuenta que al cumplir 15 años, su hermano, religioso franciscano, le pidió al padre autorización para que lo acompañara a América, a donde había sido destinado por la congregación. Su padre, en una primera reacción, se habría negado, aunque luego lo reconsideró y le dio los recursos para el viaje. Sin embargo, cuando llegó a San Lúcar para embarcarse, el navío de su hermano ya había zarpado. Un amigo del padre llevó al joven Pedro a Sevilla a la espera de transporte. El providencialismo desempeña a partir de ahí un papel cada vez más importante en el relato. Urraca se salvó de morir ahogado tres veces merced a la intervención de la Virgen. Primero, sacándolo del agua, a la que había caído al momento de embarcarse; segundo, al quedarse en tierra a raíz de aquel incidente y saberse, luego, que la nave zozobró en alta mar y que todos los pasajeros habían fallecido; y tercero, estando ya finalmente haciendo la travesía del océano, al salvar al navío de una terrible tempestad, después de la cual se comprometió a ingresar a un convento. Las peripecias del viaje no pararon ahí, pues, ya en tierra, camino a Portobelo, por obra del demonio habría caído a un río, de donde lo rescató su Ángel de la Guarda26.
El ingreso en religión y la vida conventual en Quito
Urraca debe haber llegado el año 1600 a Quito, donde se encontraba su hermano, en el convento de San Francisco. Era un adolescente que, por lo que se desprende de las hagiografías, no experimentó ninguna de las crisis asociadas a esa etapa de la vida, dándose en él la tónica general en lo referente al comportamiento de los futuros santos27. Nunca desobedeció a sus padres y una vez instalado en Quito acatará la autoridad de su hermano, quien lo puso en el colegio de los jesuitas para que terminara los estudios de gramática. Mientras permaneció allí, los religiosos franciscanos, compañeros de su hermano, trataron de convencerlo de que ingresara en la orden y, como la buena opinión sobre el joven se había difundido, miembros de otras congregaciones también buscaron llevarlo a sus respectivos institutos. En sus oraciones, el joven pedía a la Virgen que le iluminara el entendimiento para poder elegir lo que a ella le resultara más de su agrado. Finalmente, fue la Virgen quien le indicó, desde una imagen ante la cual rezaba, que ingresara a la Orden de la Merced. Como queda de manifiesto en ese hecho y en muchos otros, la vida de Urraca aparece predeterminada y conducida por los seres celestiales, haciendo que la libertad del sujeto quede muy diluida, reflejándose también aquí un fenómeno frecuente en las “Vidas” de los santos. El santo no podía rehusarse a su destino y lo único que le cabía era ir interpretando las señales, en lo que, por lo demás, no se equivocará. Como dice Sallmann, en la vida de un santo nada es producto del azar28.
En el caso de Urraca no se plantea el tema de la vocación religiosa. Se da por supuesto que siempre existió y, por lo tanto, que la tuvo desde niño. No aparecen dudas sobre su consagración al servicio de Dios y la Virgen. Aunque sí surgen respecto de otro tema, el relacionado con el camino a seguir ya dentro de la orden religiosa. El futuro fraile siempre se consideró sin las cualidades necesarias para recibir las órdenes sagradas y trató de evitar su otorgamiento, pero al final, por obediencia a sus prelados, las aceptó. El 1 de febrero de 1604 tomó el hábito mercedario, estando un año en el noviciado, en el que se hizo notar por el cumplimiento de las constituciones de la orden, por el entusiasmo con que practicaba la oración, la rigurosidad de las mortificaciones y por la obediencia expresada a su maestro de novicios, Fr. Alonso Téllez, quien, en su condición de tal, lo habría introducido en la oración contemplativa. En ese período experimentó constantes acosos del demonio, que buscaba la manera, hasta con golpes, de hacerlo desistir de su permanencia en el convento; pero siempre salió airoso, con la ayuda de la Virgen que lo consolaba en las conversaciones frecuentes que tenían mientras oraba. Vehementes fueron los intentos del demonio para tratar de impedir, inútilmente, la profesión del joven, que efectuó de manera solemne el 2 de febrero de 160529.
Una vez asumido aquel compromiso, la vida de Urraca girará en función de la estricta observancia de los cuatro votos. Y a la hora de cumplir con esa responsabilidad se inspirará en San Pedro Nolasco, cuyas virtudes se transformarán en el modelo a imitar. Con todo, en esto también acontece un hecho extraordinario, porque en ese tiempo no existía en Lima ninguna hagiografía sobre el fundador de la Orden de la Merced, por lo que el conocimiento de su vida le llegará por revelación de la Virgen, que escuchó sus ruegos