Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar
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En América se da una situación parecida. En México y Perú se experimenta una eclosión de religiosidad que, entre otros aspectos, tiene su expresión en la muerte de numerosas personas en opinión de santidad. Las órdenes religiosas y las autoridades eclesiásticas aspiraban a que pronto pudiese haber en estas tierras santos locales. Consideraban que la existencia de ellos sería un reconocimiento a los logros de la cristiandad en estas tierras y que además estimularían la propagación de la fe y las prácticas piadosas al disponer de modelos cercanos con los cuales identificarse8. En Perú, en la primera mitad del siglo XVII, se generaba una intensa vida religiosa y, a la par del crecimiento de la población urbana, había aumentado notoriamente el tamaño del clero. Todas las órdenes mendicantes tenían conventos en Lima y desde fines del siglo XVI los jesuitas también estaban establecidos. Las órdenes religiosas femeninas no se quedaban atrás y marcaban presencia con varios conventos. El clero secular estaba en pleno proceso de crecimiento. Hacia fines del siglo XVI su número era de alrededor de 100 miembros9 y aumentaba con rapidez, a la par que la riqueza privada, la cual permitía disponer de más beneficios eclesiásticos; la creación y consolidación del seminario en los primeros años del siglo XVII es otro indicador de aquel fenómeno. En cuanto a los laicos, un índice de su religiosidad se puede encontrar en la creación de cofradías, que hacia 1619, superaban las 300 en la arquidiócesis de Lima, lo cual no deja de ser significativo en la medida que la presencia hispana en esas tierras todavía no cumplía los 100 años. Dado que había por lo general más de una cofradía por templo, es muy probable que en la ciudad de Lima fueran cerca de 100 las que existían para promover el culto de diversas devociones, como la del Santísimo Sacramento de la Eucaristía; las Marianas, en diferentes advocaciones; las referentes a la Cruz; al Niño de Jesús y las dedicadas a las Ánimas del Purgatorio y a variados santos10. Por último, a esas asociaciones habría que agregar a las órdenes terceras masculinas y femeninas, de seglares, vinculadas a las religiones mendicantes y las beatas formales e informales que pululaban por los templos de Lima11. Es en ese ambiente en el que surgen en la ciudad, casi simultáneamente, numerosos hombres y mujeres que viven y mueren con fama de santidad y que sus decesos provocan intensas demostraciones populares de fervor12. Nuestro personaje fue uno más entre esa pléyade de hombres santos que inundó la capital virreinal durante el siglo XVII.
En este trabajo pretendemos mostrar la imagen que tuvieron los contemporáneos de Fr. Pedro de Urraca, a la vez que trataremos de visualizar los factores que la condicionaron, junto con intentar una aproximación a la función social que desempeñó el personaje, y, a la vista de todos esos antecedentes, analizar su postulación a la santidad. En este último aspecto nos interesa reconstruir las alternativas del proceso, pero de manera especial ver el fondo de las materias que fueron sometidas a probanza, el tipo de objeciones que se plantearon, las alternativas por las que pasó la causa, las razones de su extensa tramitación, hasta llegar a la explicación del final favorable; todo en el contexto de las políticas sobre santidad de la Santa Sede. La hipótesis que plateamos es que la “Vida” de Urraca correspondía a un determinado modelo de santidad muy propio de la Europa de la Baja Edad Media y de la temprana Edad Moderna, el que sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVII tiende a ser desplazado, mientras en América mantenía su vitalidad. El nuevo modelo fue promovido por la Santa Sede en un proceso que tuvo un gran impulso con el Papa Urbano VIII. El tipo de santidad que representaba Fr. Pedro de Urraca no se correspondía con aquel ideal y su causa terminó estancada. En este resultado influyeron también otros factores relacionados con apoyos políticos y equilibrios entre órdenes religiosas y entre ámbitos estatales y regionales. Ya en el siglo XX, los cambios en las políticas vaticanas sobre la materia, asociados a una presentación del candidato que enfatizaba otras facetas, van a permitir primero reactivar la causa y finalmente obtener un resultado positivo.
Las fuentes principales para la elaboración de este artículo corresponden a las diferentes hagiografías sobre el personaje, dos de las cuales permanecen inéditas, y a la documentación generada por el largo proceso de canonización. Parte de los expedientes de la causa se encuentran en el Archivo Arzobispal de Lima y el grueso en el Archivo Secreto del Vaticano, sección de la Sagrada Congregación de los Ritos, y en el Archivo de la Congregación de las Causas de los Santos. También hay documentación de la causa en el Archivo de la Curia General de los Mercedarios en Roma. Material complementario hemos encontrado en la Biblioteca Nacional de Madrid, sección Manuscritos y Raros y Valiosos; en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de España en el Palacio de Santa Cruz; y en el Archivo General de Indias. En el Archivo Arzobispal de Lima se encuentran algunos expedientes con declaraciones de testigos del proceso apostólico. En Roma, en los archivos mencionados, están las testificaciones en el proceso ordinario y en el apostólico; también allí se encuentran las diferentes Positio que se presentaron y los decretos que en relación con la causa emitió la Sagrada Congregación de los Ritos y, finalmente, la Congregación de las Causas de los Santos. En la Curia Mercedaria, entre otra documentación, tuvimos acceso a una hagiografía inédita y desconocida sobre Urraca.
DE JADRAQUE A LIMA. UNA VIDA ASOMBROSA
El hogar, niñez y juventud
En el caso de Pedro de Urraca podemos ver reiterados los estereotipos que se tenían acerca de la manera como se formaba un santo. De acuerdo con dichas pautas se esperaba que el sujeto, de preferencia, perteneciera a una familia noble13; que desde muy temprano quedaran en evidencia signos de ser una persona elegida por Dios; que en el hogar se le entregaran los fundamentos de la fe que lo iban a guiar durante el resto de su vida; y que desde muy niño diera muestras de un compromiso religioso muy intenso, que se reflejaría en prácticas de piedad e incluso en mortificaciones14. Esas ideas, por otra parte, se proyectaban a realidades concretas, en las que condicionantes formativos tendían a generar determinados comportamientos que terminaban por acercar entre sí los modos de vida de los futuros santos15. En ese sentido, la enseñanza de los padres, el ambiente familiar, la formación en el colegio y la guía sacerdotal terminaban imponiendo un tipo de educación que coincidía con el modelo. A eso se agregaba otro elemento muy importante, que tenía que ver con la fuente que aportaba la información sobre ese período de la vida del santo: la hagiografía. Como el hagiógrafo disponía de pocos datos sobre el nacimiento y niñez del sujeto, optaba con frecuencia por seguir los modelos y dejarse llevar por su piadoso entusiasmo16.
La fuente fundamental para conocer esta etapa de la vida de Urraca está constituida por la hagiografía que escribió su confesor, Fr. Francisco de Messía, a los pocos días del fallecimiento de aquel. El autor recogió lo que le contó el protagonista. Y la información transcrita se transformó en la versión “oficial”, pues los testigos que declararon en el proceso de beatificación, muchas veces reconocieron que lo que sabían de ese período de la vida de Urraca era por que lo leyeron en la obra escrita por Messía17. Este, en su calidad de testigo, no aporta nada nuevo respecto a lo que escribió en la hagiografía y los otros testigos que lo conocieron personalmente tampoco agregan mayor cosa sobre el particular, siendo muy escuetos al respecto, limitándose a reafirmar el tenor literal de la pregunta que se refería al punto. En consecuencia, lo que sabemos de esa etapa de Urraca sólo se sustenta en la descripción que hace Messía, religioso muy aficionado, al igual que Urraca, a la lectura de vidas de santos18; por lo tanto, es bastante lógico que su obra refleje aspectos del modelo de la infancia de los santos.
¿Qué nos dice Messía sobre este tema? De acuerdo con la hagiografía, Urraca nació en Jadraque, en 1583, en el seno de una familia de reconocida hidalguía, con medios de fortuna suficientes para tener un buen pasar, pues el padre, de nombre Miguel, poseía varias casas, una viña y una hacienda en el campo; su madre, Magdalena García, tenía unos primos que eran caballeros de hábito de Santiago19. Pedro fue el cuarto y último de los hijos de la familia, todos varones. Coincidiendo