Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar
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La imagen que se proyecta de Urraca hasta esa etapa de su vida sigue sustentándose fundamentalmente en la hagiografía de Messía y en sus declaraciones y las de otro testigo, efectuadas en los procesos ordinarios y apostólicos. Los acontecimientos que relatan, salvo aquellos hechos concretos sobre los que quedaron registros, como la profesión religiosa, los conocen porque el mismo Urraca se los habría narrado. La relación más estrecha con estos testigos es tardía en la vida de Urraca, con posterioridad a los 60 años de edad. Por lo mismo, la conformación de la historia relatada por los testigos está muy condicionada por los recuerdos del personaje y por las “Vidas” de hombres virtuosos y santos que circulaban profusamente y leían los involucrados, incluyendo el propio protagonista. Lo que cuenta Messía es lo que termina conociendo una parte significativa de los testigos de los procesos, porque, como señalamos, muchos leyeron el escrito; sin ir más lejos, todos los religiosos mercedarios que testificaron en el proceso. El mundo de prodigios, visiones, duras mortificaciones y abstinencias que caracterizarían el noviciado de Urraca resulta coincidente con lo vivido por la generalidad de los santos de la época. Ilustrativo en ese aspecto es lo que le acontece con el demonio, quien lo tienta con más intensidad y vehemencia que a un mortal cualquiera. Todos los hombres escogidos por Dios sufrían los ataques del demonio con mayor intensidad32.
Madurez física y espiritual en Lima
Urraca llegaba a una ciudad con más de 20 mil habitantes, muy heterogénea desde el punto de vista social y étnico, con un clero muy numeroso, que fluctuaba en torno a los 2.500 miembros, de los cuales 1.194 eran religiosos varones y 1.337 monjas33, y en la que la Orden de la Merced tenía dos conventos. El más importante, en el centro de Lima, tenía entre 110 y 120 religiosos34. El otro era el de la Recoleta de Belén, ubicado en un sector que en ese entonces quedaba en las afueras de la ciudad. Este convento estaba en plena fase de instalación y era el resultado de una política de la orden por fundar seis establecimientos de ese tipo en América, lo que había generado cierta inquietud en la Corte de Madrid35. Como lo dijo el arzobispo de Lima, cuando avaló esa fundación, dichos conventos eran un refugio para aquellos religiosos a los que Dios llamaba a una “vida más rigurosa deseando cumplir la regla de su instituto con más perfección”36. La destinación de Urraca a ese convento, como lo insinúan sus hagiógrafos, pudo estar asociada a la fama que había llegado a Lima “de la rara virtud de Fr. Pedro”37.
En el viaje a esa ciudad le ocurrieron varios hechos prodigiosos, desde conocer por profecía de la cercana muerte de determinadas personas, reconciliar a pecadores empedernidos y sufrir ataques del demonio, hasta sanar enfermos. Pero sin duda, lo más trascendente, por la proyección que tuvo en los años siguientes, fue el encuentro cerca de Trujillo con el marqués de Montesclaro, que venía a asumir el cargo de virrey. A partir de ahí, este y su esposa le tomaron gran aprecio; una vez en Lima, lo invitaron regularmente al palacio; el virrey fue su padrino en la ordenación sacerdotal y Urraca se transformará en confesor de la marquesa, diciendo misa con frecuencia en su oratorio. Todo esto lo haría Fr. Pedro, al decir de los hagiógrafos, con muchas reticencias y sólo en obediencia a sus prelados, que se lo pedían. Este vínculo con la corte virreinal, nuestro personaje lo continuó con el sucesor de Montesclaro, el príncipe de Esquilache, a quien conoció como resultado de sucesos prodigiosos y, también, cuando venía en el trayecto a Lima a tomar posesión del cargo38. En este caso habría sido el propio Urraca que, estando convaleciente de una enfermedad grave en Trujillo, se habría acercado a Paita a entrevistarse con el nuevo virrey porque supo, antes de que llegara, que este lo quería ver. Fr. Pedro se transformó en capellán de palacio y en confesor de la princesa. La relación espiritual y afectiva fue muy estrecha, al punto que Urraca escribió un librito de espiritualidad dedicado a ella, el que se publicó en Lima 1616 e incluía un soneto del príncipe de Esquilache39. Pero todavía más, cuando el virrey cumplió su período, presionó a los superiores de Urraca para que lo autorizaran a acompañarlo en su viaje de regreso a la Península, lo que por cierto consiguió. Esta cercanía con las máximas autoridades del poder temporal la mantuvo en España, pues allí, posiblemente vía princesa de Esquilache, se relacionó con la corte madrileña y fue director espiritual de muchas señoras principales e incluso de la propia reina doña Isabel de Borbón.
La cercanía de un santo con el poder temporal no era algo extraño. En la Edad Media fue bastante frecuente que aquellos que gozaban de fama de santidad, tuvieran llegada a los altos dignatarios, como aconteció incluso con mujeres; tal es el caso de Santa Catalina de Siena y Santa Brígida, cuyas “Vidas” fueron muy conocidas en Lima y circularon profusamente entre religiosos y laicos. Lo mismo ocurrió con muchos santos varones, entre los cuales se pueden mencionar, por ejemplo, a San Bernardo, cuya “Vida” era lectura frecuente para Messía y Urraca; también a San Pedro Nolasco, que fue el modelo al que aquel trató de imitar. Había sí una diferencia entre nuestro personaje y los santos nombrados. Estos pretendían, en su relación con el poder, influir en las decisiones políticas. Pues bien, nada de eso puede inferirse de las hagiografías de Urraca; lo que este buscaba era guiar espiritualmente a las personas de la corte, porque, como lo expresa uno de sus hagiógrafos, necesitaban más que nadie alguien que se preocupara por sus almas40. Esta preocupación sólo por el cuidado espiritual de las personas principales, Messía la refuerza relatando que el fraile, siempre que asistía a los agasajos en palacio o casas de la nobleza, untaba los platos, sus dedos y los labios con acíbar para que la comida quedara amarga41.
La etapa que Urraca pasó en Lima hasta su retorno temporal a España en 1623, la ocupó, mientras estuvo en el convento, en oración, penitencias y mortificaciones. De esta época es el uso permanente de un cilicio de cadenas de hierro que mandó confeccionar, que lo llevó por más de 30 años y le provocó profundas heridas. Las disciplinas y los ayunos se transformaron en una práctica de expiación frecuente y lo hacía por los pecados del prójimo, para que Dios los perdonara42. La imagen que transmiten los hagiógrafos era que Fr. Pedro no requería de disciplinas y de autoflagelación para vencer las tentaciones del demonio. Messía insiste en que Urraca sólo experimentó tentaciones lascivas durante el noviciado y que con la ayuda de la Virgen venció al demonio, el cual, reconociendo su derrota, nunca más volvió a tentarlo con ese tipo de provocaciones. En ese aspecto el comportamiento de Urraca escapaba de la tendencia general a la que se enfrentaban los santos, quienes eran, por lo general, los que sufrían las tentaciones más intensas relacionadas con la sensualidad43. Las que experimentaba Urraca se centraban en su amor propio, en la paciencia y en la voluntad. Desde que se ordenó de sacerdote, la misa y la confesión se constituyeron en aspectos centrales de su ministerio. A ello se agregó la actividad que desempeñó como director espiritual tanto de personas de la corte virreinal, incluida la princesa, como de religiosas y de mujeres alejadas de Dios, que vivían en pecado, a las que incluso ayudaba económicamente para rescatarlas44. A esas alturas, Urraca había adquirido fama como “maestro de espíritu”, es decir, como una persona experta en la enseñanza de la oración contemplativa y para guía de sus hijas de confesión escribió varios libritos de espiritualidad, de los que sólo se conserva el dedicado a la princesa45. Los prodigios continuaron formando parte de la vida cotidiana de Fr. Pedro. Era frecuente que mientras oraba,