Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar
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La santidad es un concepto que ha ido variando en el tiempo. En la etapa inicial del cristianismo, el santo era el mártir, es decir, quien entregaba la vida por Jesucristo. A medida que se avanza en el tiempo, en la Alta Edad Media, muchos de los nuevos santos serán obispos, príncipes y reyes. Estos últimos gozaban de diversos dones, siendo los taumatúrgicos los más valorados, lo que coincidió con una sacralización del poder. Los primeros llegan a ser venerados por su gestión como prelados, pero también por defender muchas veces con su vida la labor en el cargo. En la Baja Edad Media, obtendrán el reconocimiento de la Iglesia algunos eremitas y numerosos religiosos pertenecientes a las órdenes monásticas. También, alcanzarán la santidad religiosos de las nuevas órdenes mendicantes y mujeres de las órdenes femeninas. Como se puede apreciar, los modelos fueron cambiando de acuerdo a la evolución institucional de la Iglesia y de la sociedad en la que se asentaban. Primero fueron las comunidades locales de fieles las que determinaban quién era santo; más tarde intervendrán los obispos, que tratarán de controlar ese proceso, hasta que finalmente el papado, en un largo camino, buscará monopolizarlo, dictando normas generales, institucionalizando la manera en que se creaba un santo y dando pautas acerca de los requisitos que debería reunir.
Esta fase de centralización de la santidad por el papado es la que se corresponde con el período y los casos que nosotros estudiamos. Pero el concepto de santidad que está presente en el mundo hispano es resultado no sólo de las políticas de la Santa Sede, sino también de los criterios e ideas que los fieles se habían formado, producto de influencias varias, acerca de lo que entendían por un santo. En América, en el siglo XVII, y también en Europa desde la Edad Media, el santo era antes que nada un intercesor ante Dios, un hacedor de milagros, es decir, se lo valoraba como alguien que gozaba de dones sobrenaturales. La Santa Sede tratará de aminorar la importancia de lo milagroso, enfatizando el ejercicio heroico de las virtudes; quiere que se aprecie el esfuerzo individual por acercarse al modelo de vida que era Cristo. Con todo, esa política, que se impulsó desde la Baja Edad Media, favorecerá un tipo de prácticas ascéticas y mortificadoras, que tampoco implicó una mengua en la valoración de lo sobrenatural.
Mientras en el siglo XVII la Santa Sede hacía lo posible para que el santo fuese alguien más “humano” y factible de ser imitado por los fieles, en Perú, los modelos que inspiraban a los fieles continuaron siendo los tradicionales, es decir, los santos milagreros y auto mortificadores en grado extremo. Contribuyó a esta realidad de la santidad virreinal, el éxito que aquí tuvo la espiritualidad de tipo místico que llevaba asociada la generación de milagros, como las visiones, revelaciones y locuciones. Eran numerosos los fieles que, animados en la búsqueda de la perfección y en el encuentro con Dios, practicaban la oración contemplativa y decían llegar a la fase unitiva, el nivel más alto que se podía lograr. Varios hombres y mujeres del Perú de la época alcanzaron, efectivamente, ese grado y al mismo tiempo gozaron de otros dones o carismas y cumplieron heroicamente con las virtudes cristianas, lo que hizo que fuesen postulados a la santidad y sus causas no sólo se acogieron, sino que evolucionaron de manera positiva. Pero también, en la medida que el disfrutar de fama de santidad daba réditos tanto sociales como económicos, hubo personas (mujeres, preferentemente) que aparentaron llevar una vida virtuosa y gozar de dones sobrenaturales. Por otra parte, como era muy frecuente que religiosas o laicas dijeran a sus directores espirituales que cuando rezaban tenían visiones, éstos se preocuparon de tratar de discernir si esas manifestaciones eran producto de la intervención divina o engaño del demonio; en ciertos casos ocurrió que la situación derivó en una posesión demoníaca.
Los trabajos que se recogen en este libro son producto de investigaciones que venimos desarrollando desde hace unos 10 años. Algunos son el resultado de proyectos financiados por Fondecyt, sin cuyo apoyo difícilmente se habrían podido ejecutar. Varios de ellos han sido publicados en diversas revistas, a las que agradecemos la autorización para reproducirlos, con actualizaciones fundamentalmente bibliográficas. Otros (tres, para ser precisos) son inéditos y corresponden a las últimas investigaciones que hemos realizado sobre la materia.
La primera parte del libro está dedicada al tema de la santidad propiamente tal y se incluyen estudios que se refieren a personas que vivieron y murieron con fama de santos y que fueron postulados a un reconocimiento oficial, con éxito disímil. Se trata de casos que revelan la variedad de factores que existían en esa época para oficializar una santidad y que también muestran la evolución de las políticas de la Santa Sede respecto a la materia. Además, a través de los cuatro capítulos, se puede apreciar la imagen que de la santidad tenían los contemporáneos de los candidatos y de estos como encarnaciones de ese ideal y de lo que podían esperar por medio de su intercesión.
La segunda parte contiene dos trabajos sobre santidad aparentemente fingida. Uno es el del grupo de mujeres contemporáneas a Rosa de Santa María, procesadas por la Inquisición. En el otro capítulo, inédito, se analizan los casos de dos personajes muy influyentes en esos mismos años en materia de espiritualidad, el doctor Castillo y la monja Jerónima de San Francisco. Ambos sujetos dicen gozar de dones sobrenaturales vinculados a la oración contemplativa. Intentamos comprender lo que hay tras esas manifestaciones, ver si corresponden a una auténtica expresión mística o a un embuste, al tiempo que buscamos las fuentes de tales experiencias. Estos casos y los relacionados con la santidad propiamente tal forman parte de esa ebullición que en materia de espiritualidad se vivía en la ciudad de Lima, en la primera mitad del siglo XVII. Como en todos los procesos, los factores que explican una situación de ese tipo son variados, desde el estímulo proveniente de las instituciones tanto civiles como eclesiásticas, comenzando por sus autoridades y siguiendo por la acción del clero en general y las órdenes religiosas en particular. A eso se puede agregar una sociedad muy receptiva, por razones aún sin precisar, y que se identificaba con las expresiones religiosas emotivas. Ahora, en ese contexto, nosotros enfatizamos un aspecto que puede haber contribuido de manera especial a la generación y desarrollo de ese ambiente de religiosidad que impregnó a las diversas capas de la sociedad limeña. En gran medida el auge de espiritualidad que se vivió está asociado a la mística, que predisponía a los fieles a la unión con Dios y a gozar de dones sobrenaturales. Y fueron sobre todo los miembros de la Compañía de Jesús, la orden de mayor influencia, los que estimularon ese tipo de oración, convencidos de que en ella podía ejercitarse cualquier persona, contradiciendo en parte la posición oficial que sus máximas autoridades romanas sostenían sobre la materia.
La tercera y última parte está dedicada a las posesiones demoníacas, sobre las que analizamos dos casos. Uno referente a una joven limeña que en el último tercio del siglo XVI se vio inmersa en unas incidencias que alcanzaron gran connotación y que tuvieron repercusiones que trascendieron el ámbito religioso para caer en el político. El otro se trata de un suceso muy notable y excepcional en el mundo colonial hispanoamericano: la posesión colectiva que afectó en el último tercio del siglo XVII a un considerable número de monjas del convento de Santa Clara de Trujillo. Casos como ese sólo se encuentran en algunos conventos europeos y causaron en su época gran conmoción. En los dos capítulos hay algo en común y que consideramos como el factor detonante de los sucesos: la actuación de los religiosos, padres espirituales de las protagonistas. En el episodio de las monjas de Trujillo la ocurrencia y similitud del caso con los europeos, está además asociado a la influencia que desempeñó la lectura, no bien asimilada, de diversas obras que llegaron a manos de los protagonistas y les ayudaron a configurar el imaginario respectivo.
Como en todas las obras de este tipo uno es deudor de numerosas instituciones y personas que con su colaboración, apoyo y estímulo ayudan a dar forma a los proyectos. Comenzando por las instituciones, aparte del ya mencionado Fondecyt, debo expresar mis agradecimientos a los directores y personal de los diversos archivos en los que he hurgado por material para la obra. Entre ellos, agradezco las facilidades otorgadas por el Archivo Arzobispal de Lima y