Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile. René Millar

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Santidad, falsa santidad y posesiones demoniacas en Perú y Chile - René Millar

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lo que dijo en esa oportunidad tomaron nota puntual los testigos Juan Costilla Benavides, oficial mayor del contador de la Maza, y el fraile dominico Francisco Nieto. El texto íntegro de esas visiones, sacadas en limpio, las incluyó Gonzalo de la Maza en su respuesta a la pregunta 24 del cuestionario a los testigos que declararían sobre la vida de Rosa de Santa María con motivo de las informaciones ordenadas por el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero.

      Lo expresado por Luisa es bastante inconexo y confuso, no obstante lo cual hay ciertas ideas que quedan más o menos claras. Lo fundamental tiene que ver con la recepción que Rosa habría tenido en el cielo. Al respecto refiere el recibimiento que le hizo la Virgen en “la morada eterna, allá donde no hay hastío, allá donde la hartura no empalaga, allá donde mientras más se goza más se desea gozar”. A continuación mencionaba los cánticos celestiales con que la recibieron los ángeles. Más adelante enfatizaba que esas maravillas que Rosa estaba experimentando, como el vivir eternamente, el gozar del banquete celestial donde Dios equivalía al manjar, eran consecuencia de la vida de santidad que había llevado, del amor al Señor que había cultivado. Terminaba describiendo lo que implicaba la gloria eterna para Rosa, que, al tener a la vista a su esposo, experimentaba fruición en el alma, paz y un gozo eterno19.

      Lo más significativo de esas visiones que Luisa refirió en voz alta para que las escucharan todos los que estaban en el velatorio, tuvo que ver con el alcance y derivaciones de ese acontecimiento. Luisa, al describir la recepción de Rosa en el cielo, lo que hizo fue santificarla, certificar de manera pública que ya se encontraba en el jardín eterno junto a su divino esposo20. Para valorar la trascendencia de esa certificación no se puede dejar de lado la imagen que Luisa de Melgarejo tenía en la sociedad limeña. En esos momentos nadie discutía su vida virtuosa y, desde clérigos a laicos, todos le reconocían sus virtudes místicas y la capacidad para entrar en trance y tener visiones sobrenaturales21. Como es sabido, en 1622, Luisa fue procesada por la Inquisición, junto a otras mujeres visionarias, por ilusa y falsa santidad. De las declaraciones de los testigos, tanto laicos como eclesiásticos, quedó en evidencia el fingimiento de los arrobos y visiones de dicha mujer. Con todo, el proceso no llegó a concluirse, en parte, debido a la significación social del marido y a la intervención de algunos padres de la Compañía de Jesús, confesores de la acusada, que metieron pluma y adulteraron los escritos en que refería sus visiones22. El prestigio de Luisa era tan grande que ese tropiezo con la Inquisición no le afectó en su fama, al punto que gozó de reconocimiento hasta el final de sus días y a su entierro asistieron las más altas autoridades del virreinato23.

      Pero como si el impacto de las visiones de Luisa entre los asistentes fuera poco, resulta que antes de que concluyeran también entró en éxtasis María Antonia, mujer de Juan Carrillo, analfabeta, la que, en medio de contorsiones, comenzó luego un discurso en el que invocaba al Señor. Entre otras cosas decía que Él, como amoroso y benigno padre, engendró a Rosa, la cual había sembrado “el amor divino en aquel fértil campo”; era “el grano divino que llevó aquella fértil espiga”. Tomó nota de los dichos de María Antonia el hermano mayor de Rosa, Hernando Flores24.

      A raíz de la Contrarreforma el pensamiento en torno a la muerte experimentó un cambio significativo. Se enfatizó y generalizó la idea de que el cristiano debía prepararse para la muerte, porque esta podía llegar en cualquier momento, sin aviso previo. Por ello, la preparación debía ser un asunto de toda la vida y de cada día. Se escribieron numerosas obras sobre el tema, las que en general mostraban a los fieles lo que debían hacer para “bien morir” o para tener una “buena muerte” 25. En ese contexto, la vida y muerte de los santos pasó a ser un buen ejemplo o modelo a seguir, pues implicaba una nueva manera de acercarse a la pasión y muerte de Cristo. La muerte de un santo era la forma más depurada de la buena muerte26. Pero por otra parte, la forma como moría una persona virtuosa y las circunstancias que rodeaban el deceso, pasaban a ser un factor de santificación del sujeto.

      Las revelaciones de Luisa Melgarejo contribuyeron a darle a la muerte de Rosa una proyección social multitudinaria. Así queda de manifiesto en las declaraciones de Gonzalo de la Maza, 22 días después del deceso, cuando señala que “por haber concurrido tanta gente a los arrobamientos y hablas y sido Nuestro Señor servido que fuesen con tanta publicidad ha dicho este testigo y declarado los nombres de las personas que los tuvieron y por haberse publicado en esta ciudad”27. El suceso descrito por aquella mujer de reconocida vida virtuosa dejaba en evidencia que no había muerto sólo una buena católica, sino que había muerto una santa y, por lo tanto, era de esperar que los fieles efectuaran los rituales que en las situaciones de ese tipo se acostumbraba.

      En el caso de Rosa de Santa María se cumplen todos los signos y ritos que rodean la muerte de un santo. Desde la larga agonía, la propia anunciación de su muerte, pasando por su ocurrencia un día particular a ser interpretado de elección divina, hasta la forma edificante en que se producía, unido al clima de exaltación que se generaba, propicio a las reacciones imprevisibles y a los actos emotivos. A todo eso se agregaban las actitudes de los fieles, entre las que cabe destacar la gran concurrencia para ver el cadáver, su larga exposición, a requerimiento de la muchedumbre, y la demanda incontrolada por reliquias que obliga a un entierro casi secreto. Salmann analiza con detalle estos hechos y situaciones para el caso de los santos de Nápoles en la época Moderna28, que igualmente han sido puestos en evidencia en relación con los santos franceses29, y que también podemos verlos presentes, y de una manera casi idéntica, en la muerte de la virgen limeña. Como lo enfatizan André Vauchez y Éric Suire, la santidad de una vida se probaba con la forma en que se moría30.

      Según lo consignan las hagiografías, Rosa profetizó su muerte, primero a tres años de que ocurriera y ante su confesor, Fr. Luis de Bilbao. Luego, lo volvió a reiterar a un año de ella y después a cuatro meses; en ambos casos se lo dijo a María de Uzátegui, dueña de la casa en que residía. Los biógrafos también asociaron el día de su muerte con la especial devoción que Rosa tenía a San Bartolomé31, de tal modo que vieron una relación entre ambas situaciones. Hansen escribe al respecto: “Sabía con luces soberanas que en este día había de pasar del destierro de este mundo a la patria celestial”32. De esa manera se enfatizaba el don de la profecía con que Dios la había adornado y que los biógrafos y testigos del proceso de beatificación destacarán con variados ejemplos33. El significado de la intervención divina se hacía más patente al enfatizarse la prolongación de la agonía el tiempo necesario para que Rosa expirara nada más iniciado el día de San Bartolomé34. Salmann plantea, en relación con los santos de Nápoles, que el anuncio de la muerte se conoce más bien tarde en el desarrollo del proceso de canonización, cuando los testigos establecen coincidencias entre ciertas palabras o hechos insólitos35. Lo interesante en el caso de Rosa es que el anuncio profético de su muerte fue registrado cuando su cadáver acababa de ser enterrado y sin que aún existiera el proceso de beatificación de por medio36.

      El catolicismo post tridentino había enseñado a los fieles a morir en paz, esperando confiados el juicio final. Si lo que se consideraba una “bella muerte” debía ser la aspiración de todo buen católico, en el caso de los santos el tránsito a la vida eterna debía revestir características especiales. Ella no podía sorprender de improviso al hombre virtuoso; una larga preparación era lo que correspondía. Pero además, la muerte debía ser edificante y observada con expectación y recogimiento por numerosas personas37. Según las hagiografías, Rosa se preparó para la muerte con bastante antelación e incluso pocos días antes, no obstante su enfermedad, visitó la casa de sus padres para despedirse de la pequeña celda que tenía en el jardín. Fr. Francisco Nieto, testigo presencial de las últimas horas de Rosa, habla de su “feliz muerte”. Esto puede parecer contradictorio con el sufrimiento físico que experimentó, pero lo cierto es que la calificación del padre Nieto responde al comportamiento que guardó en la agonía. Mantuvo una lucidez total hasta los últimos instantes, tomó diversas

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