El adn de la paz con enfoque territorial en tres municipios del Magdalena Medio. Julio César Moreno Correa
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El Acuerdo de La Habana vuelve a poner en la agenda pública el tema del desarrollo rural y las políticas agrarias, dado que, en el gobierno de Juan Manuel Santos, se reconoce la existencia del conflicto armado y el despojo de tierras. Tibble (2017) expone que el Acuerdo Agrario contiene una agenda de mínimos ante el descuido de las políticas agrarias después de 1990 y, para ello, se requiere una capacidad institucional pública, con compromiso por parte del sector privado, apoyo de la ciudadanía, así como recursos; por ello, es compleja su implementación. Sin embargo, hay una oposición de unos grupos sociales que defienden los derechos de propiedad y están dispuestos a no beneficiar a esos sectores. El acuerdo necesita una revisión que permita concreción idiomática, asignación de recursos, tanto para la tierra como para el trabajador de esta a largo plazo. Sin duda, lo que más requiere el acuerdo es un Gobierno con capacidad y juego político para adelantar transformaciones que afectan intereses particulares en función del bien colectivo.
El enfoque territorial (et)
Antes de presentar los aspectos del et es básico que se conozca lo relativo a la tierra y al territorio, términos que de igual manera se asemejan y se diferencian.
La tierra
En la economía clásica, la tierra forma parte de los factores de producción, los otros son: trabajo, capital y tecnología. Como factor productivo, en la tierra se incluyen: la tierra misma, si es cultivable o no; los edificios y la infraestructura, y los recursos naturales, como minas de minerales, flora, fauna, agua y aire. Los recursos anteriores están clasificados en renovables, no renovables y permanentes. El valor de la tierra está sujeto a la cercanía con el sector urbano, acceso a los medios de comunicación y la disponibilidad de los recursos enunciados anteriormente.
Absalón Machado, en la entrevista con Tibble (2017), se refiere a la tierra
[…] en sí no es lo importante como un fin, sino como un medio para controlar el territorio y la población por agentes que buscan reproducir el capital de manera intensa, o que usan la tierra no para producir sino para valorizarla y obtener grandes ganancias con pagos marginales de impuestos o simplemente su no pago. (p. 14)
Tierra y territorio son elementos entrelazados, se requieren para abordar problemas complejos como los de Colombia, donde la tierra ha jugado un papel determinante en el conflicto armado y el despojo.
El territorio
Di Méo (1998, citado en Stamm y Aliste, 2014) expresa que el territorio “es un espacio apropiado por grupos sociales, construido socialmente. Es una producción compleja y multidimensional” (p. 70); adicionalmente, lo presenta como participe de
[…] tres órdenes distintos: el primero corresponde a la realidad geográfica; el segundo, a la perspectiva de la psique individual, es decir, a la relación a priori, emocional y presocial del Hombre a la Tierra; y el tercero, a las representaciones colectivas, sociales y culturales. (p. 70)
En el territorio se funde lo individual con lo colectivo, es un lugar de identidad, memoria e historia. Aunta y Barrera (2016) conceptúan sobre el territorio como “una coproducción de naturaleza y sociedad que hace que los procesos de su configuración sean dinámicos, cambiantes y, sobre todo, disputados tanto en el campo de la vida material como en el campo de la vida simbólica” (p. 9) y agregan que, tratándose del conflicto armado en Colombia, el territorio se ha convertido en epicentro de disputas alterando las dimensiones material y simbólica. Sobre la primera, la transformación del paisaje con la deforestación para el cultivo de productos ilícitos u otras acciones, una vez logrado el desplazamiento de población; la segunda, los cambios en las relaciones afectivas originadas por el desarraigo, lo que impide la construcción de identidad, aunado a ello, el imaginario y las representaciones en ciertas zonas por las nuevas ocupaciones (grupos armados al margen de la ley) son lugares caóticos e ingobernables.
Nieto, Espinosa y Dávila (2017) presentan el territorio como “el espacio con contenido histórico cargado de quehaceres, de prácticas humanas y transformación de la naturaleza” (p. 117); de igual manera, los autores enuncian que el concepto es complicado, no debe quedarse solamente en lo geográfico y lo asemejan a un cuerpo.
Por su parte, Muñoz (s. f.) considerado el territorio:
[…] como un producto social e histórico —lo que lo hace un tejido social único—, dotado de una determinada base de recursos naturales; donde se desarrollan diversas actividades productivas y de intercambio entre diferentes núcleos poblacionales; y una red de instituciones y formas de organización que se encargan de regular y dar cohesión a estas dinámicas territoriales. (p. 41)
Savério (2003, citado en Carvajal, 2017) define territorio:
[…] desde una perspectiva conceptual y cognitiva, dividida en un factor natural, individual y otro espacial. El factor natural es el encargado de justificar las guerras con finalidades de conquista como imperativo funcional; el individual explica su concepción desde un punto de vista cultural; y el espacial lo ve como un conjunto de relaciones sociales proyectadas en el espacio. (p. 64)
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