Lo que el psicoanálisis enseña a las neurociencias. Néstor Raúl Yelatti
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Utilizamos el término “manifestación” para incluir propiedades que no pueden considerarse como propiamente cognitivas, ni tampoco exclusivamente “emocionales”.* Para mencionar solo una de esas manifestaciones: la creencia** religiosa o lo que se llama la “fe”, no debería ser excluida de las funciones cerebrales.
Por lo pronto Kandel, quien confía mucho en el progreso de la ciencia, es consecuente en sus previsiones y anticipa que en un futuro las sustancias serán la mejor manera de incidir en el funcionamiento cerebral y en las técnicas de neuro-imágenes como la vía más precisa para determinar los cambios en el mismo, provengan estos de donde provengan. Pero sería injusto reducir la posición del neurobiólogo de hoy a la suscripta por Kandel en su momento. Su posición es extrema y contrasta con otras.
Existe en ciencia lo que se ha dado llamar un “pluralismo explicativo” que se opone a todo “reduccionismo” y que, por lo tanto, no supone una relación cerebro-mente unívoca cerebro-mente unívoca. Y para mencionar otra perspectiva que no reduce a la “mente” los componentes que participan en el proceso de su surgimiento, por ejemplo, los neurales, y la considera una “emergencia”, es decir, para decirlo con simplicidad, hay un plus, que no puede derivarse de los componentes causales que están en el origen de la misma.
Aun así, si la posición kandeliana, si se nos permite llamarla así, bien podría ser tildada de reduccionista, implica una lógica necesaria cuando de investigar las funciones del cerebro se trata. Porque si no fuera así, ¿qué quedaría excluido del órgano fundamental? ¿Qué es lo que no pertenecería a su incidencia? ¿Cómo se lo llamaría? ¿Alma tal vez, espíritu, inconsciente?
Para discutir con el neuro-cognitivismo hay que hacerlo con el que lleva sus propuestas al extremo, sin atajos salvadores y desde un psicoanálisis dispuesto a sostener sus propias hipótesis, sin pretender fundarlas en otros campos con el propósito de otorgarle “cientificidad”.
Finalmente, retomemos los dos campos que Kandel propone para la investigación y la acción sobre el cerebro. En cuanto a las sustancias lo que se observa unos veinticinco años después de estas previsiones, es que siguen un camino que no es el previsto: si bien se han demostrado eficaces para moderar, atemperar diversas perturbaciones psíquicas, por otra parte, cuando la medicina tiende a particularizar las medicaciones cada vez más, los psicofármacos amplían su uso a patologías diversas y muy diferentes y su mecanismo de acción continúa siendo incierto. El uso de sustancias para incidir en el funcionamiento cerebral, obedece mucho más a un pragmatismo que a un conocimiento científico del órgano. Y en los que se refiere a las neuro-imágenes hagamos primero un breve recorrido dado que pone en juego una cuestión de gran importancia.
Una digresión histórica: viejo y nuevo “localizacionismo”
Se encuentran menciones de la relación entre el cerebro y el control del organismo en el antiguo Egipto así como con la inteligencia en la Grecia antigua. Ya desde la época de Galeno distintos autores intentaron repartir los diferentes aspectos de lo que hoy llamamos “mental” en las diversas regiones del cerebro pero carecían de método para lograrlo.
Hubo que esperar al Renacimiento con los estudios anatómicos, recordemos los hechos por Leonardo Da Vinci por ejemplo –aunque más que un aporte a la anatomía permitieron a Sigmund Freud advertir que en esos dibujos había más fantasía del autor que rigurosidad anatómica–, y a la Edad Clásica con las correlaciones anátomo-clínicas –observaciones de pacientes con lesión cerebral– para comenzar a obtener datos serios. Como se ve, la relación lesión-falla funcional permitió muy tempranamente sentar las premisas del localizacionismo cerebral. Más adelante nos referiremos con cierto detalle a este ítem.
Pero recién, en el siglo XIX, se desarrolla la noción de área cerebral. Fue Franz Gall quien investigó bajo esa premisa, pero su lugar en la ciencia no quedó bien posicionado en la medida en que pretendió establecer una relación entre importancia de la función y tamaño del área involucrada; por lo que se dedicó a identificarlas a través de protuberancias en el cráneo. Método, hay que decirlo, un tanto precario aún para la época.
Un hito fundamental fue el descubrimiento de Paul Broca de la relación entre el lenguaje –una función específicamente humana– y el área cerebral que lleva su nombre, conocimiento logrado como era de esperar a través de la patología, aquella que hasta el día de hoy se denomina “afasia”. Estos logros decisivos fueron obtenidos a partir del estudio anatómico y microscópico de cortes de cerebro de cadáveres. Es interesante resaltar que estos estudios, por lo general, confirman en el sujeto normal los datos de localización ya establecidos clínicamente, y no por observación del cerebro, para pacientes con lesión cerebral –como es el caso del área de Broca respecto de la producción de las palabras–, aunque con observaciones, no obstante, que sugieren la idea, para cada función estudiada, de redes o circuitos neuronales que comprometen varias áreas del cerebro. Hace recordar el antiguo adagio “la clínica es soberana”.
El pasaje de los estudios realizados por observación macro o microscópica de cerebros cadavéricos a la observación a través de PET –tomografía por emisión de positrones–, imágenes por resonancia magnética funcional –RMI– y la magneto-encefalografía –MEG–, provocó una verdadera revolución. Estas técnicas permiten observar la actividad del cerebro intacto, en un ser vivo, animal o humano, y determinar qué regiones o estructuras están implicadas en tal o cual actividad cognitiva. Pero, obviamente, también modificó la posición del investigador, que pasó del examen de la sustancia inerte a la relación con el que llamaremos “sujeto de la investigación” o, más específicamente, “sujeto del experimento”. Lo que desde la perspectiva científica puede ser solo un dato, desde la psicoanalítica esta transformación es grávida en consecuencias, dado que se establece una relación entre sujetos que hablan.
Este libro está dedicado a poner de manifiesto estas consecuencias.
Pero, retomando el tema, lo que pudo comprobarse con la investigación sistemática es que esas “áreas” no funcionan de manera independiente sino todo lo contrario, se trata de sistemas de varias unidades cerebrales interconectadas, desde el punto de vista anatómico, aunque no del funcional. Los “sistemas” están compuestos de “unidades” –los antiguos “centros” de la teoría frenológica”–. Estas “unidades”, en virtud de dónde están colocadas en un sistema, contribuyen con componentes distintos al funcionamiento del mismo, por lo que no son intercambiables. Esto es muy importante para concebir que no se trata de “estructura” cerebral, sino de un “lugar” en un sistema.
En relación a esto, los estudios por imágenes han tenido importantes consecuencias. Una de ellas es la producción de una revisión de la delimitación clásica, y ante todo teórica, de las grandes funciones psicológicas como la percepción, la atención, la memoria, etc., poniendo el acento para una tarea dada, en el papel de redes cerebrales múltiples y complejas. Como es evidente, esta nueva perspectiva ha modificado radicalmente la idea de “localizacionismo”, si se entiende por éste la ubicación de un lugar (topos) preciso, que pueda dar cuenta de una determinada función. Esta evidente complejización del intento de relacionar funciones con lugares es obviamente consecuencia de que la ciencia haya seguido buscando en un lugar, el cerebro, los misterios del psiquismo humano.
Surge inevitablemente la pregunta: ¿qué otra posibilidad habría ante las evidencias logradas?… y que son muchas.
Es importante ubicar la cuestión, porque lo que parece evidente, la localización en el órgano fundamental, es lo que precisamente el psicoanálisis cuestiona, como veremos en el punto final de este capítulo. Dado que las lesiones cerebrales siguen siendo brújula en el estudio del