Lo que el psicoanálisis enseña a las neurociencias. Néstor Raúl Yelatti
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Por otro lado, es evidente que la alternativa “cerebro” o “sociedad” implica una diferencia con la perspectiva de Kandel antes mencionada. Quizá se refiera Damasio a que la “sociedad” produce individuos reñidos con la conducta moral “social”. Pero esto es harina de otro costal. Allí no hay fractura subjetiva. No se trata de la secuencia “conducta social apropiada”, daño cerebral localizado, lenguaje procaz, desinhibición, conductas obscenas. No es este el lugar para considerar la relación entre conducta ética y sociedad, pero es importante que la perspectiva del autor, que parece no querer reducir la conducta del ser humano a una causalidad biológica, lo que sin duda compartimos, confunda la profunda transformación del Sr. Gage evidente producto de una lesión del cerebro, con otras no menos importantes que no responden a esa causa.
La conclusión más evidente es que si se daña el cerebro, habrá perturbaciones diferentes según donde se produzca el daño, pero no será el estudio del cerebro el que dé cuenta de lo propio de los humanos, de los giros catastróficos que puede producir una contingencia en la vida de cada quien, del porqué de sus destinos tan disímiles, de las razones que permiten la pureza ética en uno y la criminalidad más transgresora en otro. Aunque parezca evidente conviene decirlo en una época en que el reduccionismo es una tentación.
¿Cuál podría ser la perspectiva del psicoanalista ante el caso? ¿Qué cabida tendría ante la contundencia de las consecuencias de una lesión?
En primer término, aceptarla en toda su importancia. Pero su interés estaría dirigido a otra cuestión, su pregunta sería otra: ¿por qué el Sr. Gage, tan eficaz, preciso, respetuoso del procedimiento, cuidadoso, un buen día comete ese error de consecuencias catastróficas? ¿Por qué se distrajo cuando se encontraba manipulando pólvora? Pregunta sin respuesta posible en el caso, pero que abre el camino a otro orden de causalidad, y a darle un estatuto diferente al “error” humano. No es el estudio de las capacidades cognitivas del cerebro lo que puede dar respuesta a esa falla puntual, única, sorprendente, que puede modificar de semejante manera el destino de un hombre. Se trata de otra dimensión que no es la del cerebro sino la del “sujeto” que siempre es responsable de su posición y como consecuencia de sus actos, aunque estos tomen la apariencia del “error”. Más adelante volveremos a referirnos a lo que llamamos “sujeto”.
Llegados a este punto, en el que damos el valor que merece a la lesión y sus consecuencias, pasemos a lo que la noción de sujeto implica: lo no localizable.
El psicoanálisis y lo no localizable. Freud y la materialidad significante
Ya de manera temprana Freud estableció una topografía, la relación entre inconsciente, preconciente y conciente que implicaba pasajes o permanencias en un lugar u otro. La conocida “represión” consistía para Freud en mantener representaciones en ese lugar llamado inconsciente. Tan es así, que la traducción literal del término Verdrangüng, establecido como “represión”, es “esfuerzo de desalojo”, que en su literalidad indica con toda precisión la relación entre “lugares”. Pero Freud aclaró, para evitar equívocos, que esos lugares son virtuales y no reales, dando como ejemplo la formación de una imagen virtual en una lente, en decir no ubicable en ningún lugar del espacio real.
Esto fue considerado por científicos y también psicoanalistas como una limitación de las posibilidades de la ciencia y la tecnología de la época freudiana, y no como la estructura misma de la construcción teórica freudiana.
Si hay un artículo temprano que rompe con la intención de localización material es el dedicado a la diferencia entre las parálisis orgánicas e histéricas. (9) El artículo de Freud data de 1893, es decir, podría considerárselo pre-psicoanalítico. Hay dudas de si fue Charcot quien le encargó su escritura o fue por su propia iniciativa. Lo cierto, es que establece una clara “divisoria de aguas”. La construcción del texto mismo lo indica: las primeras tres secciones están dedicadas al conocimiento neurológico de la época respecto de las vías nerviosas implicadas en las parálisis motrices. Estas son de dos clases, la parálisis periférico –espinal y la cerebral–. “Esta distinción está perfectamente de acuerdo con los datos de la anatomía del sistema nervioso”, lo que implica una diferencia importante en tanto las parálisis pueden ser masivas o detalladas. Estamos ante un Freud neurólogo que busca fundamentar las diferentes manifestaciones en la estructura del sistema nervioso, que hasta inventa términos, propone denominar “parálisis de proyección” a las parálisis periféricas detalladas, a diferencia de las de origen cerebral que nombra “parálisis de representación”.
Este Freud neurólogo e investigador científico, que se rige por un razonamiento riguroso, y podríamos decir “localizacionista”, busca el sustrato material de una manifestación patológica del cuerpo al mismo tiempo que advierte que el tilde de “simuladora”, que le cabía a la histérica de su tiempo, no reflejaba lo que la observación indicaba: las histéricas no simulaban parálisis orgánicas fueran estas de origen central o periférico, hacían otras parálisis, no explicables por la anatomía. Si hubiera una “lesión”, en las histéricas esta:
[…] debe ser por completo independiente de la anatomía del sistema nervioso, puesto que la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera, como si no tuviera noticia alguna de ella. (10)
Entonces, ¿en qué consistía la parálisis histérica?:
[La histérica] toma los órganos en el sentido vulgar, popular, del nombre que llevan; la pierna es la pierna, hasta la inserción de la cadera; el brazo es la extremidad superior tal como se dibuja bajo los vestidos. (11)
Freud acababa de descubrir, en los síntomas histéricos, otro cuerpo que el de la anatomía, un cuerpo delimitado por los nombres, las palabras, o sea, los significantes. Se produce una deslocalización: ya no se trata del cerebro y de la anatomía nerviosa. Se descubre otro “lugar”, no físico, que Jacques Lacan llamará el lugar del “Otro de los significantes” de donde proviene lo que Freud llama “el sentido vulgar, popular, el nombre que llevan (los órganos)”. Luego, la pregunta freudiana no se dirige ya a las estructuras nerviosas sino al destino de esos significantes que llamó previamente “representaciones”; que nosotros llamamos, a partir de Lacan “significantes”. Porque estos elementos así llamados establecen relaciones entre sí, se ligan, se sustituyen, prevalecen unos sobre otros, producen efectos de significación diversos.
La temprana observación de Freud se mostró grávida en consecuencias: a través del síntoma histérico se reveló que el cuerpo humano no se reduce, o para decirlo más taxativamente, no es el organismo. La histérica le enseñó al Freud, aun neurólogo, que su cuerpo hablaba a través de sus síntomas, y la prueba de ello es que también podía responder a sus palabras. Eso que se llamó tempranamente “interpretación” y que no eran más que las palabras de Freud revelando lo que entendía era el inconsciente de su paciente, producían efectos sobre el cuerpo: la parálisis histérica podía desaparecer por la acción de meras palabras. Los descubrimientos freudianos posteriores no hicieron más que constatar lo que el cuerpo histérico había revelado.
El ser humano, el ser parlante, tiene un cuerpo que excede a su organismo; ese cuerpo que puede llamarse “simbólico” en tanto es sensible a los significantes, es más, podríamos decir que es efecto de ellos. Significantes que tienen una materialidad, se pueden oír, se pueden ver, pero que son fundamentalmente extraños, provienen de otro lugar y producen dichos efectos.
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