Paisaje con tumbas pintadas en rosa. José Ricardo Chaves

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Paisaje con tumbas pintadas en rosa - José Ricardo Chaves страница 5

Paisaje con tumbas pintadas en rosa - José Ricardo Chaves Sulayom

Скачать книгу

erótica de tan solo unos minutos antes seguía esa confiada relajación de saberse correspondido en el deseo.

      Óscar casi no podía hablar. Se sentía tan feliz, tan contento. Ya nada importaba: ni el examen que tendría que presentar en unas horas más ni todo lo que había tenido que esperar para por fin abrazar a Mario. Nada. Nada. Solo ese estar juntos, así, para siempre, ¿siempre? No pudo evitar decirle a Mario:

      —Te quiero.

      —¿No te parece que es un poco rápido para eso? ¿Cómo es eso de querer a la primera cita?

      —Tal vez vaya muy rápido, pero es lo que siento en estos momentos. No puedo ni quiero evitarlo.

      Mario lo besó entonces, con ternura, como consolando a ese principiante de los sentimientos adultos.

      —Pues no oigo al león. ¿Se habrá cansado de coger?

      —Quizás. Mientras tanto, ¿te gustaría oír algo de música?

      —Claro, ¿qué tenés?

      —Pues hay de todo, como en botica: clásica, salsa, rock… A Miguel y a mí nos gusta mucho la música.

      —¿Miguel es tu primo?

      —Sí.

      —¿Y te llevás bien con él?

      —En general sí. Nunca falta un motivo de discusión, pero a la larga terminamos por resolver el conflicto amigablemente.

      —¡Qué civilizados! –exclamó Mario con algo de sorna.

      Óscar puso un concierto de Vivaldi. Quiso acariciar de nuevo el cabello de Mario, quien es esos momentos, acostado, tenía la cabeza apoyada en el brazo del sofá, sobre un cojín púrpura. Mario cerró sus ojos mientras Óscar jugaba dalilescamente con sus rizos.

      —Me voy a dormir si seguís así.

      —Me encantaría. Así me acurrucaría junto a vos y me dormiría abrazándote.

      Tras unos segundos, Mario exclamó al tiempo que se ponía de pie:

      —Bueno, chavalo, yo creo que ya va siendo hora de irme. Mañana vos tenés tu examen y yo estoy un poco cansado.

      —¿No querés pasar la noche aquí? Me encantaría.

      —Hoy no, otro día.

      —¿De verdad?

      —Sí, claro.

      —¿Cuándo?

      —Pues… ¿qué te parece el próximo miércoles? ¿Podría estar aquí como a las nueve de la noche?

      —Sí, sí, claro. A las nueve. Estaré esperándote. De todos modos nos vemos el martes en clase.

      —Bien.

      Óscar se acercó y besó de nuevo a Mario. Sus brazos rodearon el cuello. Sus brazos apretaron la cintura.

      —Hasta el martes pues. Todo ha estado muy bien –dijo Mario, y sonrió.

      —Hasta entonces.

      Óscar espero en la puerta a que Mario subiera a su carro y partiera en medio de aquella madrugada josefina llena de estrellas. Cerró la puerta. Se sentía eufórico, eléctrico, perdidamente enamorado. Tomó un trago más para calmarse. La música de Vivaldi había acabado y él aún seguía excitado, sonriente al recordar a Mario. Se acostó en el sofá en donde unos minutos antes Mario había estado acostado. Cerró sus ojos y lo imaginó de nuevo ahí, tibio, cariñoso, bromista, risueño. Acarició los almohadones que habían rozado el cuerpo de Mario, el cojín púrpura aún empapado del aroma viril de su cabellera. Los olió, los estrechó junto a su pecho, los besó. Se sentía feliz y enamorado, enamoradamente feliz, poseído por furores, al tiempo que heroicos, leoninos.

      Mario llegó a su apartamento en Curridabat dispuesto a zambullirse en la cama y dormir dormir dormir hasta que la vigilia lo alcanzara, pero al entrar encontró en la sala las valijas de David, quien lo aguardaba en la recámara.

      —¡Vaya, vaya! ¡Qué sorpresa! –dijo Mario. –Pensé que llegarías hasta mañana.

      —Ya ves, fallaste de nuevo. Llegué hace dos horas. Tomé una ducha, comí un sándwich, leí un rato y ya me disponía a dormir.

      —Pues yo estoy prácticamente dormido. Como zombi.

      —¿Estuvo buena la fiesta?

      —¿Cuál fiesta?

      —Pues de la que venís.

      —No vengo de ninguna fiesta.

      —Al menos lo parecés. Como que tu ropa está algo arrugada, vos despeinado, sudoroso…

      —¡Qué diagnóstico!, válgame Dios. ¿Algo más?

      —Sí, un beso –dijo David con una sonrisa que invitaba a la conciliación.

      Se abrazaron. Se besaron.

      —Te traje una camisa que creo que te va a gustar.

      —Seguramente, conocés muy bien mis gustos.

      —A veces no tanto como quisiera.

      —Por cierto, me encontré con Luigi y con su amante. Me tomé un trago con ellos en el Key Largo. Me preguntaron por vos. Te mandan saludos.

      —Qué bien. Luigi es un tipo simpático.

      —Cuando le da la gana, porque a veces resulta insoportable, sobre todo cuando saca a relucir sus antepasados italianos, supuestos nobles venidos a menos.

      —Sí, a veces apesta por reaccionario. Un monárquico trasnochado. Aunque, por lo que veo no solo él trasnocha…

      —¿Qué tal estuvo el congreso?

      —Regular. De teoría económica, más bien flojo. Fue sobre todo una reunión burocrática.

      —Hubieras aprovechado dándote una escapadita a Francia o a Grecia, como en nuestra honey moon –dijo burlonamente Mario.

      —¡Cómo ha corrido agua bajo el puente desde entonces! Ya hace casi seis años…

      —Nuestro año y medio que vivimos en París… ¡Qué beca tan miserable la que yo tenía! Con solo acordarme de lo raquítica que era me da una rabia…

      —No exagerés, no es para tanto. Además, no podés quejarte. Hasta conseguiste un apartamento amplio y barato, todo un lujo en París para estudiantes como nosotros.

      —Bueno… sí… el tuyo. De cualquier forma, ahora hubieras aprovechado y te quedás más rato en Europa.

      —No puedo. Tengo mucho trabajo. Esa jefatura de departamento me va a sacar canas verdes. Cada problemón que de pronto se arma y uno no sabe ni cómo.

      —Para

Скачать книгу