Paisaje con tumbas pintadas en rosa. José Ricardo Chaves

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Paisaje con tumbas pintadas en rosa - José Ricardo Chaves Sulayom

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      El domingo, cuando Mario se despertó, ya David estaba levantado y bañado. En la cocina, preparaba un desayuno espléndido mientras tarareaba un aria de Carmen. Una vez terminado, lo llevó en una bandeja a la cama, justo en el momento en que Mario bostezaba. Su abundante cabellera despeinada le daba un aspecto leonino: un felino todavía con sueño.

      —Buenos días, bello durmiente –dijo David.

      —¡Ah!... qué rico se ve todo.

      —Y sabe mejor de lo que se ve.

      David acomodó la bandeja del desayuno.

      —¿Y vos, no desayunás?

      —No puedo, no tengo tiempo. Es tardísimo.

      —Pero si es domingo…

      —Sí, pero hoy bautizan a mi sobrina y tengo que ir a la ceremonia.

      —Pensé que pasaríamos el día juntos…

      —Me encantaría pero, ya ves, un compromiso familiar inevitable. Una razón de más para no haberme quedado más tiempo en Europa.

      —Inevitable solo la muerte.

      —Ay, Mario, no te pongas tenebroso. Es domingo, hace un sol espléndido y afuera cantan los pajaritos.

      —¡Qué gracioso! En cambio vos: la familia, siempre tu familia. Tan viejo y siempre pegado a ella.

      —Sí, ¿y qué? Me gusta, me siento bien.

      —Lo que pasa es que te gusta hacer el papelito de tío soltero y brillante.

      —No es papelito: soy soltero y soy brillante. Modestia aparte, claro está –y sonrió.

      —No lo pongo en duda.

      —Pasa también que vos quisieras que siguiéramos como en París y aquí, en San José, la onda es otra, si es que todavía no terminás de darte cuenta. Aquí no podemos llevar la misma vida que allá, tenemos otras condiciones, otros compromisos, apariencias que guardar. Hay que ser realistas. Esto tan simple es lo que no acabás de comprender. Ya van varios años que volvimos y vos, terco, empecinado en seguir como si estuviéramos allá, pero no, chavalo, aquí lo nuestro tiene que ser diferente.

      —Bueno, ya, ya, no tengo ganas de discutir el asunto otra vez. Entonces no te quejes si salgo con otros amigos. Nuestra relación no es exclusiva.

      —Nunca te he pedido lo contrario. Vos no podrías ser fiel por mucho tiempo… con lo calenturiento que sos.

      —Eso lo decís porque ya sos casi como un santo, ya casi ni cogés...

      —Ritmos distintos, amorcito, tan solo ritmos sexuales diferentes… Por cierto, ayer me quedé pensando… ¿quién es Óscar?

      —… Un alumno.

      —Yo diría que algo más que un alumno…

      —Bueno, anteanoche tomamos unos tragos.

      —¡Ah!, entonces es el de la fiesta.

      —Y otra vez dale con la fiesta. ¡Necio que sos!

      —¿Y qué tal en la cama?

      —No me he acostado con él.

      —Todavía… Te conozco, mosco…

      —No, de veras. No sé.

      —¿Qué es lo que no sabés?

      —No sé si acostarme con Óscar.

      —¡Y eso!, ¿de cuándo a acá te vienen esas dudas?

      —No sé, Óscar es un chavalo distinto, sensible. Me da un poco de miedo que se ilusione conmigo. Lo conocí en Managua el año pasado, en el aniversario sandinista, cuando vos no pudiste ir, que no te convenía por tu puesto en el gobierno. Me pareció divertido tener un romance semiplatónico, candoroso, mientras estaba allá. Después la verdad es que me olvidé de él. Y este semestre me lo voy encontrando como alumno en el curso de historia contemporánea.

      —Entonces sí es estudiante.

      —Sí, ya te lo dije, de sociología. Es un tipo inteligente.

      —Vaya, vaya, ve vos: antes sensible y ahora inteligente.

      —Ay, ¿no me vas a decir que estás celoso?

      —Tal vez…

      —A otro con ese cuento. No te creo.

      —Y hacés bien. Bueno, tengo que irme. Ya se te enfrió el desayuno.

      —Ni tanto. Para mí está bien.

      —Nos vemos más tarde, como a las cinco.

      —Chao. Besito… ¡Ah!, saludos a los suegros.

      —Sí, ¡cómo no! Como te quieren tanto…

      —Este café está riquísimo. Nada mejor que este café con aroma de hombre.

      El miércoles Óscar se levantó muy temprano. Hizo un poco de gimnasia, se bañó, desayunó huevos con jamón, tortillas y café con leche. No tenía que ir a la universidad en todo el día. Se marchó entonces a la floristería de Miguel, en donde trabajaba por horas, situada cerca del edificio de LACSA. Conversó con las empleadas sobre cómo estuvo el negocio durante esos tres días últimos en los que él había faltado, también sobre el retorno de Miguel el siguiente domingo, sobre los pedidos extra de flores que ya había que ir previendo para el Día de las Madres el próximo 15 de agosto, mejor quedar de apresurados con los proveedores y no verse lentos.

      La floristería era un negocio próspero en el que Miguel llevaba más de doce años. Le permitía vivir, si no lujosamente, sí con un buen ingreso. Podía pagar sin apuros los gastos del apartamento, de ropa, de comida, de diversiones y, con un poco de ahorro, hasta para viajes a México, a Los Ángeles o a la isla de San Andrés. Podía incluso darse el lujo de proteger a Óscar, darle casa, educación, en fin, ayudar a ese primo menor que, como él, también sentía gusto por los hombres. Esta consideración, más que cualquier otra, despertaba en Miguel una cierta solidaridad, ganas de ayudarlo, de que su primo no las pasara tan negras como él tuvo que pasarlas cuando, muchos años atrás, se fuera de su casa o, más bien, de la casa de sus padres. Además, debía reconocerlo, Óscar le gustaba.

      Todavía a veces Miguel recuerda aquella noche en que, después de ver desnudo a su primo, por accidente, a la hora de dormir, se le despertaron unas ganas enormes de hacer el amor con él. La cosa no pasó más allá de una solitaria masturbación en su recámara. Después de esa noche Miguel prefirió apartar a su primo de sus fantasías sexuales y dejarlo solo como objeto de cierto sentimiento paternal que quería cultivar.

      Óscar pasó todo el día en el negocio, atendiendo a los clientes mientras Noemi, una de las empleadas, se ocupaba de una de las canastas en uno de los cuartos del fondo. Miguel mismo, cuando estaba, también se ponía a formar las canastas, a seleccionar las flores, a estructurar las armazones, a combinar colores, tipos, texturas.

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