Nuevos escenarios de la comunicación. Marco López Paredes
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Como quedó afirmado y bien ejemplificado con los temas de los capítulos, el libro pretende ser una delta, una desembocadura de varias discusiones sobre la comunicación. La labor inicial está trazada, el camino debe continuar al perseguir los distintos canales que convergen en esta publicación. Con suerte, y trabajo arduo, cada tema permitirá a la Escuela, los autores y los lectores abordar a profundidad discusiones particulares y cada vez más enriquecidas. Es, como dijo Verne, alegrarse sobre la publicación de este libro que muestra lo que sabemos, pero sobre todo esperanzarnos con el resto de tomos que vendrán, que desconocemos aún. La Escuela de Comunicación se alegra de dar el primer paso editorial en su vida académica y espera que lectores, estudiantes, docentes e investigadores caminemos juntos y con paso firme.
Jorge Cruz
Director de la Escuela de Comunicación
26 de octubre de 2018
CAPÍTULO 1 LA BÚSQUEDA DE IDENTIDAD DE LOS ESTUDIOS EN COMUNICACIÓN
Dr. Edison Otero Bello
Universidad del Desarrollo
RESUMEN
En expresa coherencia con dos artículos anteriores sobre el mismo tema (Otero, 2006; Otero, 2010), el presente trabajo reitera y profundiza en la hipótesis de la condición intelectual fragmentaria y anémica de los estudios en comunicación. Analizando artículos publicados en revistas especializadas en los períodos 1983-2004 y 2005-2010, se halló suficiente respaldo a favor del diagnóstico formulado. Con el propósito de desarrollar una explicación posible de la menesterosa condición de los estudios en comunicación se recurrió, de una parte, a la distinción entre tipos de ciencia bosquejada en las publicaciones de Thomas S. Kuhn y sus exégetas y, de otra parte, a la distinción entre entidad institucional administrativa y entidad intelectual, formulada por el investigador estadounidense John D. Peters, En este tercer artículo se desarrolla el ejercicio de someter los estudios en comunicación a la distinción entre ciencia, erudición y conexión relevante, tal como ha sido planteada por el antropólogo francés Pascal Boyer.
I
David Lurie es el personaje central de la novela Desgracia, del escritor sudafricano y Premio Nobel de Literatura, J.M. Coetzee. Más allá de las peculiares vicisitudes a las que este personaje se ve enfrentado y, ciertamente, de las habilidades narrativas que le son universalmente reconocidas al autor de esta obra de ficción, no puede sino llamarnos la atención que David Lurie sea un profesor y que dicte clases de Fundamentos de Comunicación y de Conocimientos Avanzados de Comunicación, en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo (1).
Se trata de un signo. Hace unos 60 o 70 años, y de haber escrito Coetzee esta novela por esa época, seguramente no habría caracterizado a su personaje, entre otros rasgos posibles, como un profesor de comunicación. Entre otras cosas porque, probablemente, ningún programa de estudios incluía una asignatura que recibiera el nombre genérico de ‘comunicación’, así como difícilmente había profesores dedicados a la docencia en ese tópico. De haber habido alguno, seguramente provendría de la lingüística, la sociología, la literatura o el periodismo. En el medio siglo y tanto que ha transcurrido, la comunicación se ha instalado como tema, como un área de estudios con arrestos de conversión en disciplina, como una carrera universitaria en la que se obtienen títulos profesionales y grados académicos, como una industria y una red de plataformas tecnológicas planetarias de interacción. Eso explica que a nadie deba extrañarle ni resultarle exótica la elección de Coetzee, construyendo un personaje que se dedica, entre otras cosas, a enseñar temas de comunicación. Está en el paisaje y ya nos resulta familiar. Pero si esto es directamente verificable, es menos claro si este eventual éxito debiera ser proclamado como un visible logro institucional, o como un resultado intelectualmente reconocible, o ambas cosas, puesto que no tienen por qué ser excluyentes en principio.
De manera indesmentible, los diagnósticos apuntan en la dirección de un éxito institucional no acompañado de resultados intelectuales a la altura de las circunstancias (Peters 1986, Rosengren 1993, DeFleur 1998, Fink and Gantz 1999, Chaffee and Metzger 2001, Donsbach 2006, Nordenstreng 2007, Pfau 2008, Schudson 2009). Al tiempo que se otorgan títulos profesionales –periodismo, publicidad, relaciones públicas, etc.- bajo el rótulo institucional identificador de ‘comunicación’ y decenas de miles de grados académicos en el mundo entero, los estudios y la investigación en comunicación exhiben un fuerte grado de fragmentación teórica –usando este adjetivo de manera generosa. Cientos de autores y marcos categoriales coexisten en la más completa auto-referencia y un ostensible aislamiento, sobreviviendo en compartimentos estancos, en una sopa conceptual deslavada e insípida, con ingredientes que comparten el recipiente pero que no se integran. Como agua y aceite coexisten Seaussure y Lazarsfeld, Adorno y Castells, Williams y Katz, Shannon y J. L. Austin, Chomsky y Watzlawick, Habermas y Derrida, Peirce y Lyotard, McLuhan y Lacan, Baudrillard y Edward Hall, Jakobson y Bandura, Barthes y George Gerbner, Foucault y Bourdieu, con sus respectivas singularidades temáticas.
En lo sustantivo, ‘comunicación’ designa una ‘password’ todo terreno que permite el ingreso a la formación de profesionales para la cual la investigación y la teorización fundada no importan como no sea en tanto terminología gatopardesca, que a todos agrada y a nadie disgusta (2). El resultado es un área de estudios que carece de legitimidad intelectual y que se disgrega en una suerte de Big Bang retórico. Algunas estrategias reactivas recurrentes consisten en proclamar porfiadamente la existencia de una disciplina ya constituida –más que una mera área- o en pretender una peculiaridad metodológica y epistemológica proporcionada a sus objetos de estudio. Ambas estrategias persiguen finalidades ilusorias. Una tercera vía se formula en torno a lo que algunos autores llaman la ‘centralidad’ de la comunicación. Así, Larry Gross argumenta que, dado el enorme impacto de las tecnologías de comunicación desde el cine hasta Internet, los estudiosos de la comunicación están teniendo una oportunidad única para contribuir a comprender nuestra época. De hecho, el fenómeno en su conjunto, afirma Gross, da el necesario respaldo para considerar que la comunicación debe ser el tema central del universo académico liberal y humanista, el foco de su misión fundamental. Ello permitiría superar la condición periférica que los estudios en comunicación exhiben actualmente en los programas educativos.
Plausible en abstracto, el razonamiento de Gross carece de sustento en los hechos. No existe área alguna o disciplina reconocible bajo el rótulo de ‘comunicación’ que tengan la prestancia, consistencia e integración conceptual que la tarea referida exigiría. De la postulada centralidad de las realidades comunicacionales en las sociedades recientes y actuales, no se sigue, en modo alguno, la centralidad de los estudios en comunicación. En el deber-ser, tal vez. En los hechos, claramente no. La tesis de Gross está formulada en su presentación al encuentro 2011 de la International Communication Association. Este y otros textos aparecen incluidos en una sección especial del Volumen 5 de la revista International Journal of Communication, bajo el título de “Comunicación como la Disciplina del siglo XXI”. Los otros textos de la sección proporcionan, precisamente, los antecedentes que cuestionan la tesis de Gross. Si se trata de entornos institucionales, como afirma Pooley, la tendencia siempre presente valoriza exclusivamente la formación profesional con vistas a la inserción en la industria medial y desalienta explícitamente la profundización académica y el perfil intelectual de los estudios (Pooley 2011, 1443). La adopción del rótulo ‘comunicación’ expresa el oportunismo de las