Nuevos escenarios de la comunicación. Marco López Paredes
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1.En el modo erudito hay un conjunto consensuado de conocimientos y acuerdos sobre lo que falta conocer: “Por ejemplo, sólo ha sido descifrada una pequeña parte del total existente de tablillas mesopotámicas. Falta por descifrar un gran número de lenguas”. (2013, 14).
2.El conocimiento consensuado no aparece explícito en los manuales. Se aprende bajo la tutela de quienes llevan más tiempo en el campo y se requiere un largo tiempo de dedicación a un tema.
3.La historia del campo es muy importante y es conocida y manejada por los especialistas. En esa historia figuran grandes maestros que constituyen referencias obligadas, aunque no como autores infalibles.
4.La edad es una variable respetada, dado que el tiempo permite el desarrollo de una experticia basada en la acumulación de muchos conocimientos sobre hechos específicos, y hace posible la intuición que sólo surge por una prolongada familiaridad con esos hechos.
5.En un dominio específico dado, sus practicantes comparten criterios comunes sobre quienes son competentes en la materia y quienes no.
Boyer admite que, con frecuencia, los estilos científico y erudito se combinan y superponen; ejemplifica con la biología y la lingüística, y no sólo en ciertos temas sino igualmente en una misma persona. Lo cual no debe conducir a la conclusión falaz de semejanzas más sustantivas: “Cuando están haciendo ciencia, los biólogos y los lingüistas se enfocan en el respaldo empírico que puede proporcionarse a una hipótesis en particular…La erudición no es hipótesis, no se basa en explicaciones sino en descripciones” (2013, 17). Por otra parte, Boyer está interesado en precisar que la distinción entre ciencia y erudición no calza exactamente con aquella otra que separa ciencias y humanidades. El tercer estilo de estudio es identificado por Boyer como el de las conexiones relevantes. Admite, de entrada, que en este caso se trata de algo escurridizo, más difícil de describir. Con todo, estas son las características más resaltantes:
1.No hay un conjunto consensuado de conocimientos. Lo que hay es “una yuxtaposición de diferentes visiones sobre diferentes tópicos” (2013, 19).
2.Como consecuencia de lo anterior, no hay manuales o textos que recojan conocimientos aceptados por todos, como tampoco incluyen coincidencias sustantivas en materia metodológica. Dice Boyer, “en verdad, cada contribución constituye un nuevo paradigma o un nuevo método, y cada autor es una isla” (2013, 19).
3.La historia del ámbito es crucial, ante todo porque en ella constan los diversos maestros, aquellos autores que se han convertido en referencias, en criterios para distinguir entre lo significativo y lo que no lo es, entre lo importante y lo irrelevante, entre lo que tiene valor analítico y lo que no lo tiene, entre la interpretación apropiada y la que no lo es. Una dificultad imposible de soslayar radica en que tales maestros no constituyen un conjunto referencial integrado –o, cuando menos, complementario- un círculo virtuoso, por así decir. Por el contrario, con frecuencia se contraponen y no resulta fácil establecer vasos comunicantes aceptables. Así, un maestro excluye a otro, y sus seguidores, más que sentirse parte de una disciplina de contornos nítidos, experimentan la pertenencia a una cofradía, a una minoría selecta. A través de ellos no habla un área, un ámbito o una disciplina, sino un autor, cuyas ideas se propagan en todas direcciones haciendo las veces de una teoría social, una teoría de la mente, una abarcadora teoría de la cultura, una teoría de la historia, una teoría política; y todo ello con frecuente independencia –o, incluso, ignorancia- de los practicantes concretos de una cualquiera de esas áreas temáticas.
4.Los libros superan en importancia a los artículos. Dado que cada contribución consiste habitualmente en una redefinición del ámbito temático entero –con las debidas consecuencias metodológicas- no hay modo que esto pueda exponerse en textos cortos.
5.A excepción de los maestros, no hay criterios o estándares compartidos para determinar cuales practicantes son competentes y cuales no lo son, y qué aportes pueden ser calificados como tales. Concluye Boyer: “Una consecuencia es que hay camarillas fuertemente coalicionadas y enemistades excesivamente enconadas sobre quién debiera obtener un cargo, a quien se debiera publicar y dónde, etc...” (2013, 20)
III
Vistos en términos de la distinción propuesta por Boyer, los estudios en comunicación calzan casi perfectamente con el formato de las conexiones relevantes. Así, los hitos importantes hasta finales del siglo pasado, no son los resultados de una investigación empírica longitudinal o transcultural, o de un conjunto de experimentos de laboratorio o de campo replicados una y otra vez por parte de diferentes grupos de investigación, o la contrastación de ciertas hipótesis en diferentes circunstancias, o los esfuerzos resultantes de generalizaciones a partir de data acumulada en el tiempo sino, principalmente, la publicación de un libro cuyos contenidos no refieren, habitualmente, ninguna instancia de corroboración neutral y estandarizada. Más bien, se trata de largas cadenas argumentales o latas consideraciones que se mueven en el ámbito de las abstracciones y las bibliografías, asociadas siempre a un maestro iniciador de cierta línea interpretativa.
Para reiterarlo, la prueba no radica en una instancia suficientemente organizada de comprobación y evidencia sino en lo que afirma un autor –master dixit- y el grado de verosimilitud y plausibilidad que se le atribuye con absoluta independencia de las pruebas. Planteémoslo de este modo: ¿qué formulación teórica articula e integra la semiótica de Peirce y la teoría crítica de la sociedad, la hipótesis de la agenda-setting y los actos de habla de Austin y Searle, el aprendizaje social de Bandura y el concepto de audiencia activa, la teoría de la información y la pragmática de la comunicación, las teorías de la persuasión a lo Lasswell y Hovland y el adoptacionismo tecnológico de Basalla, Nye o Castells, la lingüística de Seaussure y la deconstrucción de Derrida, el posmodernismo de Lyotard y los acontecimiento mediales de Dayan y Katz, por aludir sólo a algunos ejemplos?
La respuesta es: nada. Cada propuesta se refugia en el vocabulario de la interpretación camaleónica y la singularidad, en una Babel conceptual de tal envergadura que vuelve inútil cualquier esfuerzo de traducción. El eslogan es éste: cada uno en lo suyo, sin inmiscuirse en lo ajeno. Bajo la apariencia de un pluralismo generoso e inclusivo, lo que persiste es el conjunto de monólogos auto-referentes. Se trata, pues, de una condición paralizante que en vez de generar conocimiento produce autismo en diversos grados de intensidad. Más de lo mismo no es, ciertamente, el camino para alcanzar seriedad intelectual e integración teórica. Por lo mismo, las estrategias asociadas, destinadas a argumentar la singularidad psicológica y social irreductible e inabordable de los fenómenos de la comunicación, sólo agravan la condición descrita. Sumarse a un indiscriminado alegato contra lo cuantitativo, lo reduccionista y lo objetivo, tampoco ayuda porque intensifica la carencia de fundamento de la búsqueda de una peculiaridad tan peculiar que resulta indescifrable y, por tanto, inasible. Es como construir reglas únicas para un juego en el que el jugador es uno solo y es también su propio árbitro; o, como afirma el poeta estadounidense Robert Frost, equivale a jugar un partido de tenis sin red (4).
El diagnóstico hasta aquí formulado puede ser enriquecido con una consideración complementaria. Podría hablarse de una ambigüedad o de un doble estándar de los estudios en comunicación. De una parte, se manifiestan significativamente porosos y permeables a las modas intelectuales; de la otra, exhiben una franca impermeabilidad a las disciplinas científicas más desarrolladas. En lo que a porosidad se refiere, los estudios en comunicación muestran una alta vulnerabilidad a autores y temáticas que pueden reunirse bajo la descripción provisional de posmodernismo, incluyendo las muchas variedades de constructivismo, marxismo,