¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney
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En la biología contemporánea en general, y en la genética en particular, el concepto de información desempeña un importante papel (Godfrey-Smith y Kim 2008). Los científicos han descubierto que la información almacenada en el genoma está regulada en gran medida por factores epigenéticos (Latchman 2010). Ante esto cabría preguntarse si los factores epigenéticos abren nuevamente un espacio a la indeterminación, dentro del contexto del determinismo genético. Las aproximaciones epigenéticas no ignoran los componentes genéticos de la innovación —como las variaciones genéticas o el gen regulador de la evolución—, pero las asumen como consideraciones siempre presentes en el contexto de trabajo, a la vez que se concentran en intentar explicar los mecanismos que subyacen en la generación de novedades (Müller 2010). Actualmente, el paradigma epigenético es mayoritariamente aceptado, aunque persisten discusiones acerca de su alcance. A pesar de esto, aún no se tiene un modelo explicativo que pueda dar cuenta de la dinámica del sistema como un todo de un modo preciso.
El capítulo 9, escrito por María Cerezo y Ángela Suburo, subraya que la complejidad de la genética fuerza a relativizar la oposición determinismo-indeterminismo en el desarrollo de los organismos biológicos. Los diferentes mecanismos de expresión de los genes indican que estos últimos ciertamente son un factor primordial en la determinación de las características del fenotipo, pero de ninguna manera el único. Este punto, que cuenta con abundante evidencia empírica, conduce a la pregunta por cuál sería la noción y el modelo de causalidad que refleja mejor la relación entre los rasgos biológicos de los individuos y sus genes.
Además de reabrir las cuestiones relativas a la evolución y a la estructura de los sistemas biológicos, la biología contemporánea se interesó también por el desarrollo biológico. Las consideraciones evolutivas (Arp 2007), sistémicas (Craver 2001) y organizacionales (Artiga 2011) de la complejidad biológica ofrecieron así nuevas perspectivas para el estudio de las funciones orgánicas. Estos enfoques permiten considerar las teorías evolutivas no solo a la luz de la biología molecular, sino que ponen también de manifiesto la necesidad de considerar los mecanismos involucrados en el desarrollo y la autoorganización de los vivientes (Bertolaso 2009).
La consideración de una dimensión estocástica a nivel microscópico, junto con una determinación funcional de las partes y del sistema a nivel macroscópico, abrió el camino al surgimiento de las perspectivas sistémicas, que aplicaron la teoría de sistemas al estudio de los vivientes (Von Bertalanffy 1986). El desarrollo se produce a través de la selección de ciclos autocatalíticos en ciertas configuraciones de procesos, los cuales organizan de forma competitiva el sistema cuando los recursos se vuelven limitados. El desarrollo biológico coordina así la diferenciación de las partes constitutivas del sistema y su contribución al funcionamiento del organismo de un modo peculiar. Como la biología del desarrollo considera minuciosamente las redes de flujo y las relaciones jerárquicas que definen un sistema, así como su contexto, toda la causalidad no aleatoria resulta del desarrollo. Desde este punto de vista, una causalidad hacia abajo —bajo la forma de restricciones organizacionales o informacionales— parecería predominar en los sistemas maduros, pues en ellos el funcionamiento depende en menor medida de las partes constitutivas de los niveles inferiores. En el capítulo 10, Marta Bertolaso y Francisco Güell presentan un valioso aporte a la filosofía de la biología. Para entender qué es un ser vivo, proponen un paradigma constitucional, en el cual el principio de autoestructuración sea suficientemente flexible al entorno y a las circunstancias como para permitir espacios de indeterminación en el desarrollo del viviente.
La investigación neurocientífica actual también abre un nuevo capítulo en el problema del determinismo. La asociación que hoy podemos establecer, cada vez con mayor detalle, entre funciones neurales y actos mentales, lleva a plantearse el nada despreciable problema de la naturaleza de la conciencia y de aquellos actos de los que nos consideramos autores. ¿Cómo incide el determinismo o indeterminismo de los eventos neurales en la posibilidad de una auténtica libertad? Las posiciones clásicas se dividen entre compatibilistas e incompatibilistas (Fischer et al. 2007, Kane 2005). Mientras que varios compatibilistas afirman que un sistema determinista deja espacio al libre albedrío, los incompatibilistas lo niegan. Entre estos, los libertarios dicen que el libre albedrío es real, pero presupone el indeterminismo del mundo físico. Otros adoptan una posición determinista dura, según la cual el determinismo es verdadero y esto excluye la posibilidad de actos libres. Sin embargo, no es verdad que toda posición indeterminista asegure el libre albedrío. Si, por ejemplo, la fijación de las indeterminaciones cuánticas respondiera a movimientos aleatorios, la acción humana tampoco estaría originada en una decisión genuinamente libre.
Los experimentos de Libet y otros similares (Libet 1985, Haggard y Eimer 1999, Soon 2008) forzaron a examinar nuevamente el problema del libre albedrío. Si bien Libet fue bastante cauteloso acerca del alcance de sus investigaciones, ciertamente estas han desatado un intenso debate. Un punto central en discusión es si los procesos neurológicos son compatibles con el establecimiento de metas por parte de un agente voluntario. Algunos autores consideran que la conciencia que se tiene de ser uno mismo quien elige llevar a cabo una determinada acción es solo una ilusión, aunque también muchos otros afirman lo contrario utilizando argumentos diversos (Mele 2000, Murphy y Brown 2007, Sanguineti 2011).
Pablo Brumovski y Miguel García Valdecasas acometen en el capítulo 11 la difícil discusión sobre si el cerebro puede ser asiento de una causación mental no-reduccionista. Lo hacen siguiendo de cerca la teoría emergentista de Michael Gazzaniga, quien afirma que el yo es un producto de un sistema dinámico localizado en el hemisferio izquierdo del cerebro, al que denominó «sistema intérprete». Debido a su autonomía respecto de los niveles inferiores, los sistemas dinámicos parecerían ser un correlato físico adecuado, aunque aún están lejos de explicar suficientemente la subjetividad del yo. Por esto, si bien Gazzaniga es partidario de conjugar un determinismo suave con la libertad de la persona, los autores señalan que la inclinación hacia una posición eliminativista del yo introduce tensiones innecesarias en su teoría.
En el capítulo 12, Ángela Suburo y José Ignacio Murillo se preguntan qué relación existe entre los procesos neurobiológicos y el establecimiento de fines por parte de la persona. Para responder, recuerdan que el problema mente-cerebro no es algo que pueda considerarse resuelto. Consideran en particular la formación de las intenciones, que parecen poner en entredicho el determinismo neural, pues implican la anticipación de un fin. En efecto, sin dejar de ser requerido para la acción, por definición el fin no es algo que pueda actuar eficientemente, es decir al modo en que un acontecimiento, cerebral o no, desencadena un estado neural o mental, o una conducta.
Juan Pablo Roldán y Carlos Blanco abordan en el capítulo 13 un aspecto importante del debate acerca de la libertad humana en el contexto de la neurociencia. La negación de la libertad es un lugar común en ciertas reflexiones que interpretan los descubrimientos neurocientíficos. Ante esto, los autores no solo ofrecen una posible vía de solución en sintonía con el curso actual de la investigación neurobiológica, sino que también proponen una dilucidación histórica de la idea filosófica de libertad para aclarar algunos presupuestos que gravitan en el debate, pero que el debate mismo no es capaz de hacer aflorar.
INTERROGANTES FILOSÓFICO-TEOLÓGICOS
La discusión sobre el determinismo de la naturaleza tuvo también fuertes implicaciones en la teología natural. En los estudios referidos al origen del universo y de la vida, a la acción providente de Dios en el mundo o a las explicaciones de la unidad de mente y cerebro humano, siempre subyace una cosmovisión determinista o indeterminista, explícita o implícitamente asumida.