¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney
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SANTIAGO COLLADO - HÉCTOR VELÁZQUEZ
A lo largo de la historia diversas nociones fueron asociadas al determinismo. Términos como fatalismo, causalidad, legalidad o predictibilidad condujeron a una visión determinista del mundo natural, convirtiendo el determinismo en una noción polifacética, pues cada una de estas caracterizaciones enfatiza aspectos diversos. El interés por el determinismo es anterior a la aparición de la ciencia moderna y, en particular, precede al nacimiento de la física experimental. En su dimensión más profunda, manifiesta el contraste que percibimos entre nuestra experiencia interior y la experiencia que tenemos de los fenómenos físicos. En definitiva, lo que está en juego en el debate sobre el determinismo no es otra cosa que la existencia misma de nuestra libertad (Loewer 2008, 328).
Fue un planteamiento más bien moderno el que dividió la realidad en dos mundos: el de la libertad y el de la necesidad (como propusieron Descartes y Euler), frente a cuya oposición algunos intentaron una reconciliación al convertir la libertad en otra cara de la necesidad (Spinoza y Leibniz); y otros más consideraron la causalidad física de la naturaleza como una mera proyección mental que al final implicaba la negación total de la libertad (como en Hobbes y Hume) (Arana 2005). Bajo este principio, las acciones humanas también serían el resultado de causas perfectamente determinadas que condicionarían a tal grado los sucesos futuros que estos serían tan fijos e inamovibles como los pasados.
Pareciera que el indeterminismo o el determinismo es la noción que nos autoriza o nos prohíbe hablar de libertad desde la ciencia. Estas cuestiones han sido, y parece que serán siempre, un desafío para nuestra razón. Encierran una tensión que se manifiesta en la aporía de una libertad que quiere ser conquistada gracias al ejercicio de un control completo sobre el mundo físico, para descubrir luego —cuando pareciera que estamos en condiciones de alcanzarlo— que este logro nos arrebata precisamente la libertad.
El fatalismo comparece en la historia del pensamiento como una manifestación del anhelo de una libertad que es reconocida, pero que contrasta con otros factores que la dejan fuera de nuestro alcance, como el destino trágico en el pensamiento griego, o el reconocimiento de la existencia de unas regularidades que quizá podemos predecir, pero que se nos imponen desde una instancia inevitable, haciendo de nuestra libertad una simple apariencia. El fatalismo expresa el pesimismo que se cierne sobre nosotros cuando descubrimos que nuestra libertad resulta ilusoria. Tan fatalista es una libertad arrebatada por un destino escrito por los dioses y que, por tanto, escapa a nuestro control, como concluir que nuestras decisiones y creencias son dictadas por la misma naturaleza que aspirábamos a controlar.
El conocimiento previo de los acontecimientos futuros (por ejemplo, como resultado de la omnisciencia divina) haría de los sucesos presentes situaciones tan determinadas y necesarias que difícilmente podría diferenciarse entre el pasado, el presente y el futuro. Esta fue una preocupación presente lo mismo en el pensamiento antiguo (los hados homéricos eran descritos como seres con poderes sobre el futuro), que en el medieval y moderno. Actualmente, hay quienes pretenden fundamentar en la indeterminación de la mecánica cuántica la existencia de la libertad, de modo que la ausencia del determinismo físico sería un ejemplo de la posibilidad de la indeterminación propia de la libertad. Leibniz ya se había opuesto a la concepción de lo indiferente como condición de posibilidad para la libertad (que entendía como la acción exenta de coacción), pues creía que no era necesario postular la ausencia de razón en la elección entre una opción y otra para que el alma fuera libre, ya que siempre habría una razón suficiente que nos inclinaría en las decisiones. A diferencia de la necesidad absoluta (aquella en la que lo opuesto implica contradicción, como en las matemáticas, la metafísica o la lógica), Leibniz reconocía una necesidad hipotética propia de la moral (Leibniz 1990). De cualquier modo, la pretensión de que la indeterminación física sea la base de la indeterminación de la libertad reduce la noción de causalidad a su sentido cuantificable, heredera del mecanicismo; además de que confunde la libertad o el libre arbitrio con las opciones que se presentan a elección.
Abrazar o no hoy un cierto neofatalismo dependerá, en gran medida, de las averiguaciones que hagamos sobre el alcance del determinismo. Según la Real Academia de la Lengua Española, el determinismo cuenta con dos acepciones. La primera dice así: «Teoría que supone que el desarrollo de los fenómenos naturales está necesariamente determinado por las condiciones iniciales» (RAE, 23.ª edición). En la segunda, el Diccionario afirma que se trata de una «doctrina filosófica según la cual todos los acontecimientos, y en particular las acciones humanas, están unidos y determinados por la cadena de acontecimientos anteriores» (RAE, 23.ª edición). Obviamente, ambas acepciones proponen una doble perspectiva del determinismo: la científica y la filosófica.
Lo cierto es que ambas disciplinas utilizan metodologías diversas, aportando al conocimiento de las cada vez más ricas experiencias que tenemos de la realidad. Así, el análisis sobre qué dice la física y qué dice la filosofía sobre el determinismo, nos brinda una nueva oportunidad para discernir aquello que es metódicamente congruente con cada una de estas disciplinas. Pero también nos exige subrayar la estrecha relación e interdependencia que existe entre ambas perspectivas, pues ambos tipos de conocimientos provienen y nos hablan de la misma y única realidad que, en su plural comparecencia como verdad a nuestra experiencia, nos obliga a lanzar diferentes redes para atraparla.
1. NOCIONES EN PUGNA. ¿QUIÉN LLAMÓ PRIMERO?
La determinación, la estabilidad y la regularidad naturales han sido tradicionalmente objeto de la investigación filosófica. El pensamiento aristotélico describía los fenómenos naturales como una mezcla entre procesos necesarios (que no podían ser de otra manera), regulares (que mantenían una estructura y regularidad constante en el tiempo), y azarosos (difícilmente explicables o predecibles porque su suceder dependía de una combinación de circunstancias del todo irregular). Esta triple descripción ha sido recogida con diferentes matices a lo largo de las diversas escuelas de pensamiento occidental, pero con una constante: dar cuenta de la estructuración y la regularidad.
Una primera dificultad con la que nos encontramos, y no pequeña, en la caracterización del determinismo es discernir los matices que añaden otras nociones a las que se lo suele asociar, como son las de causalidad, legalidad o predictibilidad. Algunas de ellas fueron empleadas desde el mismo nacimiento de la filosofía y, a lo largo de la historia, también han ido cambiando su significado o, al menos, han incorporado nuevas perspectivas relevantes. Basta con asomarse a las páginas de Los sótanos del universo (cfr. Arana 2012, 61 y ss.) para darse cuenta de las dificultades que encierra, por ejemplo, intentar comprender la evolución que experimentó la noción de causa. Para sortear esta dificultad, al menos en parte, vamos a hacer una reflexión sobre estas nociones en tres contextos que, según nuestra opinión, han supuesto un verdadero cambio de perspectiva a lo largo del tiempo.
Es interesante observar que, en la filosofía de la ciencia contemporánea, el interés por el determinismo (o por el indeterminismo) ha cobrado una importancia especial. Además de las razones con resonancias antropológicas ya aducidas, o quizás más bien en conexión con ellas, dicho interés procede de los nuevos escenarios indeterministas propuestos por la física a inicios del siglo XX, que se opusieron a los previamente dominantes. Si bien nuestro interés en este capítulo se centra en el estudio del determinismo, veremos que su comprensión no es independiente de otras nociones como las de causa, ley y predicción. Más aún, veremos que la suerte del determinismo depende de la del resto de sus compañeras de viaje.
Es patente que varios siglos de ciencia, y bastantes más de filosofía, han dejado una impronta en el lenguaje que empleamos ordinariamente y que configura la cosmovisión imperante en cada tiempo. También la sensibilidad de cada época, y los problemas propios