¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney
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Newton no pretendió agotar el conocimiento de la realidad con su filosofía natural, pero no porque consideró insuficiente a su método, sino porque, para él, la misma realidad —que nos da a conocer su mecánica— exige el concurso de la divinidad para conservar el orden y la armonía que observamos en el Universo. Es decir, hay en su física implicaciones que son propias de la teología natural. La mecánica newtoniana no solo es una teoría física en el sentido moderno de la palabra, sino que, por su pretensión de verdad y globalidad (tiempo y espacio absolutos), también ofrece los elementos de una filosofía natural, conocida más tarde como filosofía mecánica.
En la filosofía natural newtoniana, las magnitudes medidas, las leyes formuladas matemáticamente y la experimentación aspiraron a conocer la realidad tal cual es. Si bien no pudieron abarcar el conocimiento de toda la realidad, abrieron paso a la idea de que conseguirlo era solo una cuestión de tiempo. Así, como la filosofía natural newtoniana le atribuyó un alcance ontológico a la teoría física, la pregunta por el determinismo de la naturaleza se tradujo pronto en la averiguación de si las leyes que rigen los movimientos de los cuerpos físicos eran deterministas o no.
El pensador que encarnó de manera paradigmática la defensa del determinismo de la naturaleza fue Laplace. Uno de los textos más reproducidos de sus trabajos que refieren al problema del determinismo se encuentra en el libro Essai philosophique sur les probabilités, publicado en 1840. No deja de ser paradójico, aunque es perfectamente coherente, que Laplace formule el determinismo físico más estricto en un ensayo sobre probabilidades. El texto tan citado es el siguiente:
Así pues, hemos de considerar el estado actual del universo como el efecto de su estado anterior y como la causa del que ha de seguirle. Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos. (Laplace 1985, 25)
El pensamiento laplaciano, tal como se presenta en este conocido texto, es abiertamente determinista. Las ecuaciones dinámicas imponen la necesidad en la evolución de un sistema físico, pues su evolución está determinada por las leyes de Newton y condicionada necesariamente por los estados anteriores. Es importante mencionar que, en la época de Laplace, por un lado, la mecánica newtoniana no tenía rival como racionalidad para conocer la verdad sobre la naturaleza y, por otro, las leyes mecánicas no estaban separadas de la ontología propia de la filosofía mecánica.
En este contexto, las causas de los movimientos son las interacciones y los estados de los movimientos anteriores de cada uno de los cuerpos: fuerzas, masas, velocidades. Pero si bien Laplace utiliza la palabra causa, la noción de causa que emplea ya no es obviamente la clásica. Se trata ahora de una causa que solo refiere a la dinámica del sistema. Es decir, la identificamos como causa solo en tanto que es expresión de una regularidad, que se puede expresar mediante una ley matemática y que se puede contrastar experimentalmente. Vemos así que se ha consumado en la práctica la subversión en el orden de prioridades: la ley natural es ahora la categoría de determinación prioritaria.
También resultan iluminadoras las afirmaciones de Laplace sobre nuestra capacidad de predicción a continuación del texto anteriormente citado:
El espíritu humano ofrece, en la perfección que ha sabido dar a la astronomía, un débil esbozo de esta inteligencia. Sus descubrimientos en mecánica y geometría, junto con el de la gravitación universal, le han puesto en condiciones de abarcar en las mismas expresiones analíticas los estados pasados y futuros del sistema del mundo. Aplicando el mismo método a algunos otros objetos de su conocimiento, ha logrado reducir a leyes generales los fenómenos observados y a prever aquellos otros que deben producirse en ciertas circunstancias. Todos sus esfuerzos por buscar la verdad tienden a aproximarlo continuamente a la inteligencia que acabamos de imaginar, pero de la que siempre permanecerá infinitamente alejado. Esta tendencia, propia de la especie humana, es la que la hace superior a los animales, y sus progresos en este ámbito, lo que distingue a las naciones y los siglos y cimenta su verdadera gloria. (Laplace 1985, 25-26)
Como autor representativo de la filosofía mecánica, Laplace sostiene un determinismo ontológico. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, también admite un indeterminismo gnoseológico, pues indica que, debido a la limitación de nuestro conocimiento, no podemos conocer completamente la evolución del sistema. En coherencia con la práctica y experiencia de la mecánica de la época, Laplace considera que entre nuestro conocimiento y el necesario para una predicción absoluta media una distancia infinita, pues es imposible precisar por completo el estado inicial de un sistema dinámico, que siempre se determina con un margen de error. Para conocer de manera completa el estado del sistema en un tiempo determinado se requiere una superinteligencia.
Un caso paradigmático se encuentra en la mecánica de los fluidos, donde solo es posible una estimación estadística del rango de posición en que se encontrarían sus partículas después de un cierto tiempo, por lo que posición y tiempo tienen incertidumbre estadística. Sin embargo, esa indeterminación de los valores de los elementos de un sistema podría interpretarse como una imposibilidad técnica de medios para calcularlos, no como una indeterminación ontológica de esos valores. Si la indeterminación fuera solo cognoscitiva, seguiría siendo válido el determinismo como característica esencial de los sistemas naturales.
Bishop señala las dos fuentes de error que conducen a un indeterminismo en la predicción. «La primera fuente de error es debida a las limitaciones en la precisión de las medidas […] Una segunda fuente de error es debida a las limitaciones en la representación de los valores iniciales de una variable (ej.: velocidad) para conseguir una precisión completa cuando el valor es un número irracional» (Bishop 2003, 181-183). Es importante destacar aquí que la imprecisión no se considera una propiedad de la naturaleza, sino que es debida a la limitación de nuestro conocimiento.
En resumen, el determinismo mecanicista asume que, cuando se conocen las condiciones iniciales del sistema físico, las leyes que rigen su evolución dinámica le imponen una evolución determinada. Este es el núcleo del determinismo laplaciano (Bishop 2006, 30). Sin embargo, como las condiciones iniciales solo pueden establecerse con cierto margen de error, no es posible predecir dicha evolución con total exactitud. Esta dicotomía da lugar a una situación incómoda. Se acepta una ontología que se apoya en una física que, a su vez, no puede justificar dicha ontología: la mecánica no puede superar el indeterminismo en la predicción, que sería la confirmación experimental del determinismo. En estricta lógica, la aserción de determinismo no resulta entonces una conclusión de carácter científico, sino que responde a la ontología propuesta por el marco teórico de la mecánica clásica. En particular, el determinismo mecanicista descansa sobre el determinismo de las leyes newtonianas. Mientras la mecánica de Newton fue la teoría física dominante, esta manera de ver el mundo físico no implicó dificultades serias. Cuando la ley impone su hegemonía como categoría de determinación, la ontología correspondiente es la propia de la ley y, en este caso, se trata de una ontología cerrada: